*Cuento de Terror
*El “Sector Salud”
Por Rafael Loret de Mola
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En la residencia oficial de Los Pinos se han consumado algunos de los cuentos de terror más espeluznantes de cuantos, seguramente, han leído o visto a través de las múltiples series de televisión que, al final, dejan por allí una secuela de psicópatas imitadores, como los asesinos seriales de Ciudad Juárez por ejemplo que no sólo se quedan en la franja de los feminicidios, y alientan la violencia cuyas secuelas acaban por “sorprender” a quienes no entienden ni buscan los orígenes.
Como los juegos cibernéticos cargados de matazones virtuales publicitariamente blindados con la falacia de que estimulas las células cerebrales… para matar. Y nadie se preocupa por el sensible deterioro de un amplio sector de nuestra juventud, el futuro como la observo mirándola a los ojos, que parece atrapada por el incesante coloniaje anglosajón que nos impone sus tradiciones –el “Halloween” por ejemplo-, y nos arrastra a un espacio en donde las mascotas no deben hacer esfuerzo alguno para ganarse techo y sustento a diferencia de millones de seres humanos desprotegidos e incluso marginados de cualquier posibilidad de confort. Mientras este desequilibrio persista no podremos hablar de justicia social ni aceptar los cánticos demagogos de los jilgueros que ofrecieron donar sus prerrogativas partidistas a los damnificados y ahora se esconden.
El terror nace de la casona de Chapultepec, arrebatada al patrimonio de los mexicanos cuyo bosque urbano era más amplio y estaba menos contaminado –ahora los malos espíritus se aparecen de pronto por Parque Lira y cerca de Molino de Rey-, por el indecoro de la clase política, no sólo la oficial, sino también la oposición que transa con la superioridad a cambio de migajas. Por ejemplo, los fraudes en el Estado de México y en Coahuila se arreglaron soterradamente convencido a las dirigencias de Morena que no escandalizara para no mostrar el talante “violento” de Andrés o archivar la denuncia periodística, mal elaborada, sobre el nivel de vida del panista Ricardo Anaya Cortés y las fortunas familiares –de las que él no es acaparador-.
El Estado de México a trueque de mostrar a un civilizado Andrés que calla; y Coahuila por el rescate del prestigio de Anaya. Vamos bien, requetebién, en la puesta en escena de nuestra singular democracia. Mientras, claro, a la ciudadanía se le miente, se le da atole con el dedo y se le defrauda con descaro. A estos niveles hemos llegado.
No es necesario, entonces, contar que Carmen Romano de López Portillo jugaba a la güija en donde hoy se encuentra e despacho presidencial ni que el Papa Juan Pablo II aceptó oficiar una Misa privada para la madre del mismo mandatario, josé el soñador quien se declaró agnóstico. Tampoco hablaremos del primer niño que correteó por sus jardines, Cuauhtémoc Cárdenas, y quedó prendado por ellos al grado de que se desprende de su ser material para revolotear por los mismos. Ni, mucho menos, las pláticas privadas de díaz ordaz con la parca en aquella tarde-noche del 2 de octubre de 1968; tampoco el andar esquizofrénico de echeverría –quien ya cuenta con 95 años-, el jueves de Corpus de 1971. ¡Y para qué contarles los sustos que se ha llevado peña con sus pesadillas de su futuro inevitable!
La Anécdota
La peor de las barbaridades recientes es considerar a José Narro Robles, de 68 años y sin antecedentes políticos, nada menos que presidenciable cuando su sector, el de salud, es uno de los mayores desastres del país, peor incluso a los daños tremendos que nos legaron los terremotos de septiembre pasado. Por doquier, llegan quejas de los abusos, el maltrato a los pacientes, la escasez de medicinas y la falta de mantenimiento de los hospitales, además de las deudas que anulan el célebre seguro popular de calderón –una buena idea inoperante-, con daños irreversibles evidentes.
Es una locura señalar a un ex rector de la UNAM, con escasos éxitos en la institución, como si la Secretaría de Salud se hubiera constituido en un aterrizaje para quienes pasan por “la máxima casa de estudios”; recuérdese el caso de Juan Ramón de la Fuente –quien ya declinó hacerle al cuento a las candidaturas según parece-, que llegó a esta dependencia por los buenos oficios de su padre, el psiquiatra de la muy afectada Nilda Patricia Velasco de zedillo.
México no está enfermo de locura; salvo que se considera la rebeldía natural como un acto de enajenación colectiva para preservar a una clase política inmunda.
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