Por Francisco Tomas Gonzalez Cabañas
En tiempos del Virreinato del Río de la Plata y cuando España empezaría a atravesar conflictos serios que pondrían en jaque su dominio imperial (no por parte de Inglaterra, sino por parte de Francia, tal como de alguna manera sigue sucediendo con la península Ibérica y su vinculación con los galos, aunados con los germanos en el corazón de un eurocentrismo moderno) el virrey de Sobremonte, sería célebremente conocido (sucedido luego por el francés Liniers) por haber huido con los tesoros que la corona Española extraía en nombre de la Santa Iglesia Católica, ante el temor de los Ingleses que fueron repelidos por los criollos (proto-argentinos) que tras este acto de arrojo dieron cuenta que tampoco necesitaban de los españoles para gobernarse y enajenar ellos, en nombre de la república y de una Argentinidad al nacer, los recursos que jamás serían distribuidos con justicia ni ecuánimemente con una población mayoritaria a la que condenarían a la pobreza y la marginalidad en niveles siderales casi permanentemente. Los que iban en barco, para que los antecesores de Carles, se mantuvieran sin expresar su poca vinculación con una corona que les otorgaba un rédito inconmensurable por el mero hecho de presentarse bajo una bandera y por sobre todo una espada que imponía la ley y la norma a fuerza de blandirse ante el otro, cambiaron de medio de locomoción (de estos, o carretas con las que huyó Sobremonte) por aviones que acortan distancias, que las abrevan, pero que no modifican en nada el fondo de la cuestión. Huir, sigue siendo un acto de escape, connotado de cierta cobardía (una evasión ante algo que debe hacerse o cumplir no necesariamente por una imposición legalista, podría ser más bien espiritual o colectiva, como lo podría ser el presente caso Catalán que se algunos achacan a su gobernante en el exilio) y las disposiciones legales, siempre poseen un trasfondo (surgen de lo político)o una substanciación desde la política.
Ocurre esto mismo con el ex vicepresidente argentino, Amado Boudou, a quién le pueden corresponder todas las generales de la opinión pública, de la política, como de la ley, pero su confinamiento, con la consabida exhibición pública (como antaño se lo humillaba al reo para dotar de ejemplaridad a lo dispuesto paseándolo esposado por los espacios públicos) posee una clara directriz desde lo político, independientemente de que sea ladrón, o pasible de que se le comprueben todos los delitos de los que se le acusa.
Boudou, demostró, en verdad nunca lo fue (de allí el principal error político de la ex presidenta de haber elegido un compañero de fórmula despolitizado y hasta frívolo) que la política lo excede. Tuvo que haberse exiliado hace tiempo en países que considere afines, pidiendo lo que Puigdemont balbucea, exilio político.
Boudou está siendo condenado desde la política sin ser político, insistimos, más allá o más acá de que resulte o no ladrón. La respuesta que tuvo que haber dado el ex vicepresidente Argentino, es la que brindo el catalán. Pero en este mundo globalizado, sobre todo Occidente, no todas las sumas, brindan el mismo resultado.
Puigdemont huyó como Sobremonte, con algo mucho más caro y costoso que los tesoros del Virrey. El Presidente de la Generalitat se está llevando consigo el sueño, el anhelo y la expectativa de miles o millones de Catalanes que pese a que sean o no mayoría en Cataluña o España, tienen el mismo derecho que Carles, por más que este haya asumido un rol protagónico estos meses, que la cuestión Catalana no pase a ser una novela rosa, acerca de un hombre que se dice en el exilio, cuando jamás tuvo que haber abandonado su puesto de lucha, precisamente en nombre de esa revolución o secesión simbólica que venía timoneando. Esos procesos, más allá en que uno acuerdo con ellos o no, generan una necesidad de mártires, al estilo Mandela en Sudáfrica o Mujica en Uruguay.
Claro que por vías diferentes, uno huyendo, el otro no exiliándose, eligieron el camino de Sobremonte, no enfrentar los costos políticos para un caso fue la huida para el otro la genuflexión de aceptar, mansamente lo dispuesto.
Tanto en Cataluña como en Buenos Aires se precisan monumentos a Sobremonte, en el caso de que existan, darles mayor visibilidad, tal vez somos más parecidos a tipos que huyen físicamente o la responsabilidad política, que a otros a los que de tan sacros y lejanos, siquiera queremos parecernos, dado que nos da miedo siquiera el pensarlo o intentarlo.