Washington, nov (PL) Las exigencias de un mayor control de armas ganan hoy nuevas fuerzas en Estados Unidos tras el tiroteo masivo ocurrido en Texas, como parte de un ciclo que se repite peligrosamente sin soluciones a la vista.
Todavía están abiertas en este país las heridas que dejó la masacre registrada en Las Vegas el pasado 1 de octubre, cuando murieron 58 personas y más de 500 resultaron heridas, y los norteamericanos se encuentran nuevamente llorando por otra matanza.
Orlando, Dallas, Las Vegas, cada una de esas ciudades sufrió en los últimos dos años los efectos de la violencia armada, que anualmente deja más de 13 mil muertos en esta nación; y ahora el escenario no fue una gran urbe, sino una localidad pequeña de menos de 400 habitantes, Sutherland Springs.
Probablemente casi todos en esa comunidad al sur de San Antonio lamentan la muerte de un familiar, un amigo o un conocido a raíz del tiroteo en el que perdieron la vida 26 de personas, con edades de cinco a 72 años.
El escenario de la tragedia no fue un club nocturno, como en Orlando, ni un concierto de música country, como en Las Vegas, sino la Primera Iglesia Bautista, una institución religiosa en la cual las víctimas se encontraban asistiendo al servicio dominical.
Aún se desconocen los motivos del autor del crimen, un joven blanco al que los medios norteamericanos identificaron como Devin Kelley, de 26 años, quien murió tras una persecución ocurrida después de la matanza.
En la etapa preliminar de la investigación las autoridades descartaron algún vínculo con organizaciones terroristas y fuentes policiales declararon a la prensa que buscaban en sus publicaciones en redes sociales algunos indicios acerca de lo sucedido.
Durante los próximos días emergerán nuevas revelaciones sobre el sospechoso, su historia y las probables causas del horrible acto; también continuarán los llamados de diversos sectores a imponer reglas más estrictas para la posesión de armas, como suele suceder cada vez que ocurre un hecho de este tipo.
La pregunta, en este caso, sería, ¿por cuánto tiempo estos reclamos volverán a estar en el centro de la atención pública, mediática y política antes de que vuelvan a ser ahogados por otros asuntos de la vida del país y, sobre todo, por el poderoso lobby de la industria de armas?
¿Cuánto se prolongarán ahora los pedidos de acción al Congreso si solo ha pasado poco más de un mes del tiroteo en Las Vegas, el peor de su tipo en la historia del país, y el tema del control de armas ya era un eco que se iba apagando entre el flujo constante de noticias?
Desde Japón, donde se encuentra en visita oficial como parte de una gira por Asia, el presidente Donald Trump calificó lo ocurrido en Texas como un «acto del mal», afirmó que sus oraciones y pensamientos están con las víctimas y sus familiares, y agregó que el hecho fue un tiroteo espantoso.
En sus palabras, como mismo sucedió a principios de octubre, no hubo la menor referencia a la necesidad de imponer regulaciones más estrictas a la posesión de armas para evitar así las muertes relacionadas con esos artefactos, que solo en 2016 causaron 38 mil decesos entre suicidios, violencia y accidentes.
Tal posición contrasta con la adoptada la semana pasada cuando el inmigrante uzbeco Sayfullo Saipov, de 29 años de edad y a quien el grupo criminal Estado Islámico llamó posteriormente «su soldado», atacó con una camioneta una concurrida vía para ciclistas en Nueva York y asesinó a ocho personas.
La reacción del mandatario después de ese hecho no se limitó solo a brindar condolencias y mensajes de apoyo, sino a arremeter contra el programa de lotería de visas de diversidad, mediante el cual el autor del crimen llegó al país en 2010.
Después de Las Vegas los conservadores acusaron a los demócratas y otros sectores del país de politizar la tragedia para limitar las armas, pero Trump no dudó en levantar sus recelos sobre la inmigración justo después de lo sucedido en Nueva York.
Ahora, sin embargo, vuelve el silencio sobre el armamento, y aunque son muchas las voces que reclaman a los republicanos verdaderas medidas, en lugar de «pensamientos y oraciones», las perspectivas no son mucho más alentadoras que hace un mes atrás.
El senador demócrata Chris Murphy emitió ayer un fuerte comunicado en el que denuncia el papel del lobby de armas en el país y emplaza a los demás miembros del Capitolio por la falta de acción sobre el tema.
Nada de esto es inevitable. Lo sé porque ningún otro país soporta este ritmo de carnicería masiva como Estados Unidos. Es único y trágicamente norteamericano. Mientras nuestra nación se inunde con armas y se deje que caigan en manos de personas peligrosas, estos asesinatos no disminuirán, consideró.
Cuando mis colegas vayan a dormir esta noche, deben pensar si el apoyo político de la industria de las armas de fuego vale la sangre que fluye interminablemente en los pisos de las iglesias, escuelas primarias, cines y calles, sostuvo el político.
Otra de las figuras públicas que se refirió al tema fue el expresidente demócrata Barack Obama, quien además de expresar sus condolencias escribió en Twitter: «que Dios también nos otorgue a todos la sabiduría de preguntar qué medidas concretas podemos tomar para reducir la violencia y el armamento».
Carnicería masiva en Sutherland Springs. Podemos hacerlo mejor que esto. La idea de que no haya nuevas leyes de seguridad para las armas no es solo idiota, sino asesina, manifestó el guionista, director y comediante Adam McKay.
El artista agregó que además de la influencia del poderoso lobby de las armas, otra parte del problema es el hecho de que los republicanos no ven a «los blancos mentalmente enfermos y fuertemente armados como peligrosos, los ven como votantes».
Por su parte, los actores Timothy Simons y Lenny Jacobson calificaron de terrorista a la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) y señalaron que controla el legislativo con sus dólares.
Este último tuiteó el link de un artículo publicano en octubre por el diario The New York Times, en el cual se expresa que la mayoría de los estadounidenses apoyan leyes de armas más fuertes, pero los republicanos en el Congreso se interponen en el camino.
Hacen esto porque temen alienar a sus votantes principales y a la NRA, advirtió el periódico, que publicó una lista de los 10 miembros del Capitolio que más dinero obtienen de esa organización a través de donaciones o gastos realizados en nombre de candidatos.
Según la publicación, los senadores John McCain, Richard Burr, Roy Blunt, Thom Tillis, Cory Gardner, Marco Rubio, Joni Ernst, Bob Portman, Todd Young y Bill Cassidy recibieron fondos de la NRA que van desde más de siete millones de dólares en el caso de McCain hasta casi tres millones en el de Cassidy.
Quizás el tiroteo en Sutherland Springs marque un giro, quizás esta nueva tragedia provoque un cambio en los encargados de tomar decisiones en Estados Unidos, pero datos como los del Times y las dolorosas experiencias pasadas no dejan mucho espacio para pensamientos alentadores.
EE.UU., las masacres y los oídos sordos al control de armas
Por Martha Andrés Román