La temporada ciclónica del actual año terminó recientemente, pero quedará en los registros como uno de los períodos más activos en lo que respecta a la creación de esos fenómenos meteorológicos.
Ya desde el inicio de esta etapa (del 1 de junio al 30 de noviembre) muchos expertos predecían algo al respecto. Los meteorólogos del Centro de Predicción del Clima de la Administración Oceánica y Atmosférica estadounidense (NOAA) adelantaron a principios de junio que el océano Atlántico podría ver otra temporada de huracanes por encima de lo normal este año.
De hecho, los especialistas de la NOAA pronosticaron un 45 por ciento de probabilidad de una temporada por encima de la normal, un 35 por ciento de probabilidad de una temporada casi normal, y sólo un 20 por ciento por debajo de lo habitual.
Sobre los fenómenos que podían darse, se esperaba una probabilidad del 70 por ciento de 11 a 17 tormentas con nombre (con vientos de 62 kilómetros por hora o más), de los cuales cinco a nueve podrían convertirse en huracanes (vientos de 119 km/h o más); los pronósticos también incluían la formación de dos a cuatro huracanes mayores (categoría tres, cuatro o cinco, con vientos de 178 km/h o más).
Una temporada ciclónica media en el océano Atlántico produce 12 tormentas con nombres, de las cuales seis se convierten en huracanes, incluyendo tres huracanes importantes.
Sin embargo, la de este 2017 quiso dejar su huella en la historia como la quinta temporada más activa desde que existen los registros meteorológicos.
Sobre el tema, la especialista Miriam Teresita Llanes, del Centro de Pronósticos del Instituto cubano de Meteorología, detalló a Prensa Latina que en este año se crearon un total de 18 depresiones tropicales, incluido un caso poco frecuente como el de Arlene, una tormenta subtropical extemporánea, pues surgió y se desarrolló entre el 19 y 21 de abril, o sea, antes de iniciar incluso la temporada ciclónica.
De acuerdo con la doctora en Ciencias Meteorológicas, de los 18 fenómenos naturales, 17 llegaron a recibir nombre (exceptuando la depresión número cuatro); de ellos, seis alcanzaron la categoría de tormenta tropical y 10 se convirtieron en huracanes.
Igualmente en contra de los pronósticos, seis de esos huracanes se desarrollaron hasta convertirse en eventos de gran intensidad: Lee y Ophelia (con categoría 3); Harvey y José (categoría 4); y, por supuesto, los tristemente conocidos Irma y María (categoría 5).
En septiembre pasado, el poderoso Irma, de máxima categoría en la escala de Saffir-Simpson, se movió por el Caribe con vientos sostenidos de hasta 297 kilómetros por hora.
El ciclón tropical más fuerte observado en el Atlántico desde 2005 arrasó con más de 158 mil viviendas solo en Cuba, donde perdieron la vida 10 personas y quedaron afectadas más de 11 mil 600. El panorama se replicó en toda la región caribeña.
Irma le arrebató al tifón Haiyan/Yolanda de 2013 el récord global de mayor cantidad de horas con vientos máximos sostenidos de 295 km/h. Asombrosamente, generó más energía ciclónica acumulada que dieciocho temporadas ciclónicas completas.
María, por su parte, devastó -también en septiembre- las islas de Barlovento y el archipiélago de Puerto Rico. En el territorio boricua millones de personas quedaron sin electricidad, pues la red de generación de ese Estado quedó destruida en un 95 por ciento.
El gobernador boricua, Ricardo Rosselló, estimó que el huracán causó al menos 90 mil millones de dólares en daños. La infraestructura hidráulica y de transporte sufrieron igualmente daños de gravedad.
De esa forma, la temporada 2017 en el océano Atlántico quedó oficialmente en los registros como la quinta en términos de energía ciclónica acumulada, coeficiente que utilizan los científicos para medir la sumatoria de la cantidad de energía de los meteoros en un mismo período.
Un factor que propició en los meses del verano-otoño la aparición de varios huracanes fue la ausencia del fenómeno climatológico El Niño en el océano Pacífico ecuatorial; de hecho, las condiciones neutrales prevalecieron de junio a septiembre.
Como consecuencia, se debilitaron en varias zonas de la cuenca del Atlántico los vientos del oeste a una altura de 12 kilómetros, por lo que las ondas y disturbios atmosféricos encontraron, de forma general, mejores espacios para el desarrollo tropical.
Este año solo quedó por detrás de los valores alcanzados en 1893, 1926, 1933 y 2005. Ahora solo queda esperar a ver qué nos depara el 2018, ojalá y los pronósticos sean menos alarmantes.
Huracanes, lo que nos dejó este 2017
Por Nicholas Valdes