Washington, 17 dic (PL) Millones de personas en Cuba y Estados Unidos vieron con optimismo los eventos del 17 de diciembre de 2014, cuando ambas naciones anunciaron el inicio de un proceso de normalización de relaciones que hoy se ve frenado.
Ese día, el presidente cubano, Raúl Castro, resaltó la disposición de sostener con el gobierno norteamericano «un diálogo respetuoso, basado en la igualdad soberana, para tratar los más diversos temas de forma recíproca, sin menoscabo a la independencia nacional y la autodeterminación de nuestro pueblo».
Hace solo dos jornadas la nación caribeña mostró similar voluntad, pues la directora general de Estados Unidos en la cancillería de la isla, Josefina Vidal, aseguró que su país continúa interesado en trabajar a favor de mejores relaciones con el país norteño.
Sin embargo, la disposición de Washington cambió desde la llegada a la Casa Blanca del presidente Donald Trump.
Estados Unidos está cambiando sus relaciones con el pueblo de Cuba y realizando los cambios más significativos en nuestra política en más de 50 años. Pondremos fin a un enfoque anticuado que durante décadas no ha podido promover nuestros intereses, dijo tres años atrás el exmandatario Barack Obama (2009-2017).
Pero su sucesor, bajo la influencia de algunos miembros cubanoamericanos del Congreso, decidió retomar el camino de ese «enfoque anticuado» que criticó Obama.
Hasta el pasado 20 de enero, día de la toma de posesión de Trump, Cuba y Estados Unidos alcanzaron 22 instrumentos bilaterales en áreas de interés común.
Además, se reinauguraron las embajadas de los dos países en sus respectivas capitales, aumentaron los intercambios en áreas como la cultural, académica y científica, y se disparó el número de visitantes estadounidenses a la isla, pese a la continuación de restricciones de Washington que evitan el turismo.
Esos avances comenzaron a retroceder cuando el 16 de junio, en un teatro de Florida, el gobernante republicano señaló que el rumbo de su administración con respecto al territorio vecino sería muy diferente al del gobierno previo.
«Con efecto inmediato, estoy cancelando el trato completamente unilateral de la última administración», expresó ese día en la ciudad de Miami ante un grupo poco representativo de cubanos a los que el mandatario se dirigió como si encarnaran a todos los nacidos en la isla.
A pesar de que sondeos sobre el tema mostraron el apoyo mayoritario del pueblo estadounidense a la normalización, Trump firmó el Memorando Presidencial de Seguridad Nacional sobre el Fortalecimiento de la Política de los Estados Unidos hacia Cuba.
Tal documento anunció futuras restricciones a los viajes de los norteamericanos al territorio caribeño y más obstáculos para las transacciones económicas, comerciales y financieras entre los dos países.
Esas nuevas limitaciones se concretaron el 9 de noviembre último, cuando los departamentos de Estado, Comercio y el Tesoro comenzaron a aplicar «acciones coordinadas» para limitar el comercio y los viajes a la mayor de las Antillas.
A partir de esa fecha, las personas sujetas a la jurisdicción norteamericana tienen prohibido realizar transacciones financieras directas con unas 180 entidades y subentidades cubanas, entre ellas cinco grupos empresariales, 83 hoteles, dos agencias de viaje y cinco marinas.
Los viajes, en tanto, solo están permitidos para las 12 categorías existentes desde antes, ninguna con fines turísticos, pero se eliminaron además las visitas educativas individuales «pueblo a pueblo» sin carácter académico, y las estancias deben realizarse bajo los auspicios de una organización estadounidense.
Estas medidas se sumaron a otras adoptadas con anterioridad, que perjudicaron el trabajo en las respectivas embajadas y a los cubanos que viven en uno y otro país.
Tal capítulo de las relaciones entre los dos territorios ha tenido tintes de sensacionalismo, misterio, y algunos llegaron a tildarlo de ciencia ficción, cuando funcionarios de la legación diplomática norteamericana en Cuba reportaron problemas de salud de origen hasta ahora desconocido.
Luego de conocerse esa noticia en agosto, y sin que se supieran las causas de los síntomas reportados ni detalles de lo sucedido, varios medios estadounidenses divulgaron la teoría de que estas personas fueron víctimas de algún tipo de ataque sónico.
Aunque en un primer momento el Departamento de Estado se refirió al hecho como incidentes de salud, luego también comenzó a emplear el término de ataques, y como reacción redujo su personal en La Habana, detuvo la emisión de visas allí y expulsó a 15 diplomáticos cubanos de Washington DC.
Todos esos acontecimientos dejan los nexos entre las dos naciones vecinas en condiciones muy diferentes a las esperadas hace tres años, y quizás lo más importante de este momento sea la persistencia de muchas personas en Estados Unidos interesadas en continuar el rumbo iniciado entonces.
Diversas voces se alzaron en contra de las nuevas restricciones y condenaron su carácter político, destinado a complacer a un grupo de miembros del Congreso.
«Nadie gana con esta nueva política terrible, es simplemente punitiva. Daña a estadounidenses y cubanos por igual», señaló en noviembre la congresista demócrata Barbara Lee, quien con esa frase transmitió lo mismo que opinan numerosos sectores norteamericanos.
Cuba y EE.UU., un panorama diferente tres años después
Por Martha Andrés Román