Washington (PL) Hannah Ahlers era la madre de tres niños en el estado norteamericano de California; Bill Wolfe llevaba dos décadas de casado con su esposa Robyn y vivía en Pensilvania; dos pequeños tenía Carly Kreibaum, natural de Iowa.
Probablemente ninguno de ellos se conocía, pero a todos les esperaba el mismo destino fatal: morir durante el peor tiroteo masivo registrado en la historia de Estados Unidos.
Los tres formaban parte de la multitud de 22 mil personas que en la noche del domingo 1 de octubre disfrutaban de Jason Aldean y su interpretación de «When she says baby», en lo que prometía ser un buen cierre para el festival de música country Route 91 Harvest, celebrado en Las Vegas.
Justo en la primera parte de la canción comenzaron a escucharse las detonaciones caídas como lluvia mortífera durante 10 minutos, que para los presentes en el lugar parecieron eternos.
Aún faltan muchas respuestas para lo sucedido ese día, cuando sumaron 58 los muertos y 546 los heridos a causa del acto criminal de un hombre identificado como Stephen Paddock, de 64 años.
En una cronología de eventos ordenada por las autoridades, se conoció luego que el sospechoso realizó más de mil disparos desde su habitación en el piso 32 del hotel Mandalay Bay y luego se suicidó con un tiro en la cabeza.
Como parte de las investigaciones las fuerzas del orden encontraron 47 armas de fuego en tres lugares vinculados con el autor del crimen.
Solo en la habitación del hotel la policía halló 23 artefactos de diferente tipo, entre ellos varios de largo alcance y modificados para disparar con mayor velocidad a partir del empleo de unos dispositivos conocidos como «bumb stocks».
Hasta la fecha, pese a que se han divulgado detalles sobre la vida y la personalidad del autor del tiroteo, no hay una explicación de las causas de la terrible masacre, que aunque ha sido la más mortífera ocurrida en el país, no fue la única que dejó heridas abiertas este año.
Poco más de un mes después de la tragedia de Las Vegas, Estados Unidos volvió a enlutarse a causa de un tiroteo masivo, que en ese caso no ocurrió en una gran urbe, sino en una localidad pequeña de menos de 600 habitantes: Sutherland Springs, Texas.
Con certeza casi todos en esa comunidad al sur de San Antonio lamentaron la muerte de un familiar, un amigo o un conocido a raíz del crimen en el que perdieron la vida 26 personas, con edades de cinco a 72 años.
El autor de esa masacre fue un joven de 26 años identificado como Devin Kelley, quien el 5 de noviembre disparó contra los feligreses de la Primera Iglesia Bautista de Sutherland Springs con un rifle Ruger estilo asalto, y luego se suicidó tras ser perseguido por un vecino del lugar.
Lo sucedido en Texas, el peor tiroteo masivo del estado y el cuarto más mortífero del país, incrementó las nefastas estadísticas relacionadas con la violencia armada en esta nación, que con solo un 4,4 por ciento de la población mundial posee 42 por ciento de las armas de fuego del orbe, según estimados.
Hasta el 12 de diciembre la corporación sin fines de lucro Archivo de la Violencia Armada calculó en 329 el número de tiroteos masivos ocurridos en el país en 2017, entendidos estos como hechos en los que cuatro o más personas fallecen o resultan heridas en un solo evento, a la misma hora y lugar.
Más allá de ese tipo de crímenes, la organización calculó en 58 mil 146 la cifra de incidentes relacionados con un arma de fuego.
De acuerdo con el portal digital del Archivo, el total de muertes por ese tipo de artefactos fue hasta ese día de 14 mil 673, al tiempo que los lesionados sumaron 29 mil 726.
Entre esos datos se contabilizaron 693 niños hasta 11 años y tres mil 81 adolescentes de 12 a 17 años que resultaron muertos o heridos.
Las conmociones por crímenes de esa naturaleza comenzaron temprano en 2017, cuando el 6 de enero cinco personas murieron y otras seis resultaron heridas en el Aeropuerto Internacional Fort Lauderdale-Hollywood de Florida.
Un joven de 26 años nombrado Esteban Santiago, excombatiente de Iraq, abrió fuego ese día con una pistola semiautomática Walther PPS 9 mm en la zona de recogida de equipajes.
El 26 de marzo, en tanto, reinó el caos en el club nocturno Cameo de Cincinnati, Ohio, donde una persona falleció y se registraron 15 lesionados luego de que un altercado subiera de tono e inmiscuyó a individuos que sacaron armas y dispararon en el lugar.
Otras ocho personas murieron el 27 de mayo en un tiroteo de una zona rural de Misisipi, entre ellas el segundo al mando del alguacil del condado de Lincoln, durante un tiroteo en el que el sospechoso atacó tres viviendas diferentes.
Hechos como esos se repitieron en diferentes lugares del país casi todas las semanas, e incluso golpearon a las personas que tienen en sus manos la posibilidad de regular el control de armas del país: los miembros del Congreso.
El pasado 14 de junio un hombre identificado como James T. Hodgkinson disparó contra legisladores que entrenaban en Alexandria, Virginia, para un partido de béisbol, y provocó heridas al representante republicano Steve Scalise y tres trabajadores del Capitolio.
Pero ni este hecho, ni las posteriores masacres en Las Vegas y Texas, hicieron que el Congreso respondiera a las demandas de muchos sectores que exigieron un control más estricto del armamento en manos de civiles.
Luego de cada una de esas matanzas se alzaron numerosas voces como la del senador demócrata Chris Murphy, quien denunció el papel del lobby de armas en el país y emplazó a los demás miembros del Capitolio por la falta de acción sobre el tema.
Nada de esto es inevitable. Lo sé porque ningún otro país soporta este ritmo de carnicería masiva como Estados Unidos. Es único y trágicamente norteamericano. Mientras nuestra nación se inunde con armas y se deje que caigan en manos de personas peligrosas, estos asesinatos no disminuirán, consideró.
Carnicería masiva en Sutherland Springs. Podemos hacerlo mejor que esto. La idea de que no haya nuevas leyes de seguridad para las armas no es solo idiota, sino asesina, manifestó tras la masacre en Texas el guionista, director y comediante Adam McKay.
Los republicanos, por su parte, acusaron a los miembros del partido azul de politizar las tragedias por demandar acción justo luego de dichos eventos y sostuvieron que no era el momento para un debate de ese tipo; semanas y meses después, la discusión y las medidas sobre el tema siguen sin llegar.
En tanto, datos del Buró Federal de Investigaciones indicaron que las ventas de armas de fuego se dispararon en noviembre durante el «Black Friday» (viernes negro), pues la agencia federal debió procesar 203 mil 86 solicitudes de verificación de antecedentes de compradores, lo cual supuso récord para una sola jornada.
Armas y tiroteos masivos, año triste para EE.UU.
Por Martha Andrés Román