Denis y Martel, potencia lírica

Denis y Martel, potencia lírica

Para aquellos que aún gozan de un par de días libres más, Una bella luz interior y Zama forman parte, aún, de la cartelera de diferentes salas de cine; dos excelentes opciones para ocupar el tiempo

Por Ana León

El último trimestre del año nos dejó con una sólida propuesta en la cartelera de cine. Aún, en los primeros días de éste, algunas de aquellas películas están disponibles en salas de cine como la Cineteca Nacional, Cinemanía o el Cine Tonalá. Dos de ellas son Zama, de Lucrecia Martel y Una bella luz interior, de Claire Denis. Dos cineastas que se mueven en un marco de referencia diferente, sin embargo, ambas cineastas de sustancia.

La poética fílmica de Denis regresa tras cuatro años de ausencia en Una bella luz interior (Un beau soleil interièur). A primera vista el filme busca dar respuesta, a través de la historia de una artista divorciada que no quiere resignarse a estar sola, interpretada por Juliette Binoche, a la pregunta: ¿Qué es el amor? Sin embargo, como es de esperarse en el quehacer fílmico de esta cineasta parisina que se formara durante varios años en la asistencia de dirección, la historia cava más profundo. Inspirada en Fragmentos de un discurso amoroso (1977), de Roland Barthes, el de Denis es un filme, al igual que el libro, no sólo sobre el amor, sino sobre la trivialidad, la impermanencia y la radicalidad de éste.

Denis se ocupa, como Barthes, de asomarse a este lenguaje, el del amor, en un contexto en el que se confunde con erotismo, sexualidad y pornografía. El amor en tiempos del cuidado del cuerpo, del consumo mediático, del miedo a lo real. Y como Barthes señala al inicio del libro “el discurso amoroso es hoy de una extrema soledad”, porque la idealización y lo inalcanzable, que se aborda al final del filme de Denis, es una conversación en un un sólo sentido.

En Zama, por otro lado, Lucrecia Martel (Salta, Argentina, 1966), consiguió lo que Nicolás Sarquis no logró llevar a buen puerto: traducir el libro de culto de Di Benedetto a una conversación sobre los valores europeos y los latinoamericanos, la disociación entre lo real y lo imaginado, sobre la espera. Diego de Zama, el personaje principal, enviado de la corona a Paraguay, en el siglo XVIII, espera su traslado, la vuelta a España, su patria, la patria soñada cuyos valores se le van descomponiendo conforme su regreso se retrasa y Europa se vuelve inalcanzable.

Con cuatro películas como filmografía –La Ciénaga (2001), La niña santa (2004), La mujer sin cabeza (2008) y la presente–, Martel, logra retratar el tiempo suspendido en el que vive Zama, interpretado por Daniel Giménez Cacho. Zama se debate entre lo que cree y lo que se ve obligado a hacer mientras llega el anhelado retorno.

La potencia lírica de esta “ave rara del siglo XXI”, como fue descrita por la escritora Selva Almada en las notas de rodaje de la película que se grabó en el norte de Argentina, funciona como escenario de la mutación a la que se resiste el personaje principal, la flexibilidad que le cuesta alcanzar y que significa la supervivencia.

Como declarara Martel en una entrevista en 2015, realizada por Juan Pablo Ruiz Núñez, durante su última visita a México, publicada por La Tempestad en su edición 128, “las películas, ese tipo especial de textos, se transforman en conversaciones”. Lucrecia Martel concibe el cine como “un proceso de pensamiento, que para algunos es entretenimiento. No el proceso de pensamiento donde uno vierte su iluminación a los espectadores sino donde se activa una dinámica que no cierra un concepto sobre la realidad sino que muestra un proceso”.

Zama es la cinta elegida por Argentina para los Óscar.

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