La obra “Las asambleístas o las mujeres de la asamblea” trata sobre un grupo de mujeres encabezado por Praxágora, que ha decidido que las mujeres deben convencer a los hombres para que les cedan el control de Atenas, pues ellas podrán gobernarla mejor que como lo han hecho ellos. Las mujeres disfrazadas de hombres, se cuelan en la asamblea y votan la medida, convenciendo a algunos hombres para que voten por ella debido a que es la única cosa que no han probado aún. Las mujeres instituyen entonces un gobierno protocomunista en el que el estado da alimento, hogar y cuidado en general a todos los atenienses. Imponen una idea de igualdad permitiendo que cualquier hombre duerma con cualquier mujer, con la condición de que lo haga con una mujer fea antes de poder hacerlo con una guapa. Esto refleja un punto de vista común sobre las mujeres de la época; dado que nunca poseían nada y tenían que compartir todo, era más probable que las mujeres quisieran poseer cosas comunalmente. La igualdad obligatoria también es en cierta forma una declaración política además de social. Tras la oligarquía gobernante que siguió al fin de la guerra, los atenienses hicieron valer su democracia e igualdad con mucha fuerza, hasta el punto de que, aunque era una clara exageración, la obra dejó seguramente clara su opinión sobre la excesiva democracia. (Síntesis de Wikipedia).
Para discutir lo que no tiene discusión, que el actual sistema político-social-económico, debe ser modificado para ser más realmente democrático e inclusivo, debemos adentrarnos en una discusión sucedánea o secundaria, que ha postulado, erróneamente, que este sistema dimana de una lógica patriarcal de rasgos de la más recriminable de las expresiones machistas. En verdad el “dominio” conceptual lo poseen quiénes tienen útero, matriz o histeria. Creemos poder observarlo, a decir de Lacan, solamente como síntoma, para analizar el también “no todo” del poder El hogar, la familia, el trabajo, e instituciones que se desprenden de tales definiciones, son las elecciones por las que mayoritariamente se definen quiénes nacen con la posibilidad de concebir en su vientre otro ser humano. El hombre sin embargo, es más penosamente práctico, el hombre obedece, a sus instintos, o a la expectativa que le genera alguien más astuto e inteligente, que por deducción es la mujer, quién lo impele a que deje las aventuras de las incertidumbres, lo apresa en el hogar, en su vientre, en la comunidad, en lo laboral, en lo democrático, en la virtualidad de la televisión, de las redes sociales, bajo el talismán de sus tetas o culos, sean propias, prestadas a colegas del género o cooptando el transgenero incluso, en un rol de mandantes, que lo hacen sin dar cuenta de que mandan, poniéndose para evitar dar luz de esto, en ciertos fangos de una mártir y heroica y “victimidad”.
No es casual que citemos una obra de Aristófanes, el mismo autor fue el artífice de Lisístrata (en griego Λυσιστράτη “la que disuelve el ejército”)que describe la primera huelga sexual de la historia llevada a cabo por mujeres y que fue representada por primera vez en el año 411 a.C. La misma surge para criticar las malas artes o la mala conducción política, realizada por hombres, constituyéndose además en un método de protesta o de presión que continuó a lo largo del tiempo y que resultó muy efectivo para destrabar conflictos de proporciones a lo largo y ancho del mundo. Bien podríamos, desde la perspectiva masculino, seamos quiénes por primera vez iniciemos una huelga, preservando los cuerpos para evitar el contacto físico con fines sexuales o amatorios, hasta tanto y en cuanto la política demuestre su rostro humano y mes a mes, demuestre en cada una de las aldeas en donde impera que ha reducido sus índices de pobreza y marginalidad, como para dimensionar una problemática de lo humano que constituye en la actualidad, el gran tema del que aún no hemos expresado método plausible alguno, para constituirnos en seres que nos preciemos de batallar contra lo que nos determina como seres no solo imperfectos, sino fronterizos con la expresión acabado de lo indigno e innoble.
El goce falocéntrico (lo expresamos también, en otro artículo que dimos en llamar “La fase del falo debiera ser la fase de la vagina. Deconstruyendo a Freud”) eyaculatorio, es patrimonio, o mejor dicho potestad del hombre, que puede compartir acres con su coyuntural acompañante, que bien puede ser mujer, pero de lo que se desprende del acto sexual, lo que va más allá y construye, amor y más luego, institucionalidad y por ende poder, es el reinado de la mujer, el síntoma de la humanidad, que a decir de Heidegger, es lenguaje, en su búsqueda irredenta ante el olvido del ser, aquella esencialidad que derrapo en las costas griegas, es la mejor invención del goce femenino, sexual y político, que reside en el habla, en el habla sin comprender, pero que ejerce poder, un poder sin finalidad ni sentido, pero poder al fin.
Sí no fuese por todo lo que logra la mujer después que abrió la piernas, seguramente el hombre (en este caso entendido como el género masculino) continuaría la zaga de aventuras bélicas, como las que forjaron nuestra historia, y que de un tiempo a esta parte, devinieron en los combates a control remoto, las simulaciones tan bien narradas por Baudrillard, que constituyen nuestro actual mundo post, ya ni siquiera post-moderno, sino post como apocope de posteo, en la batalla virtual, en la que se dirimen los conflictos por tener mayores me gusta, en esta suerte de cosificación viscosa en la que parece sumergirse la mujer, para que el hombre crea que la somete, cuando en verdad si quiera se pregunta si su vida de sábados y domingos de futbol y el resto de la semana de oficina, con el crucifijo en el zaguán no constituyen una suerte de presidio que lo resguarda de la aventura de lo incierto, de los combates de otrora, en donde entre tanta guerra, compartía lechos con los propios, poniendo en riesgo con ello, es decir jugándosela en los extremos del Eros y el Tanátos, la continuidad de la especie, algo que sin duda y nos guste o no, se lo debemos a la mujer, que envestida, o arropada en este poder, ha usado al hombre para hacernos creer que podemos tener dominio por sobre lo público o decisión de lo político.
Sí la adopción del sistema político-social actual, tiene algún rostro de género, una referencia a una forma de entender la perspectiva de lo humano, está más cerca de serlo desde la mirada femenina, la que aboga por institucionalidad, acumulación y conservación de las cosas dadas.
El comunitarismo que proponía en su obra Aristófanes, a decir de Derrida, no sólo sería un falogocentrismo, sino que además no se corresponde en la lógica de un entendimiento de lo femenino.
Lo expresamos en otro artículo que referencia conceptos concordantes “¿Dónde Coño está el Chumino?”: Abrirnos, como lo hacen las vaginas, es el camino de nuestro ser en el mundo (para ponerlos en los términos de quién acuño el olvido del ser, el dasein). El diagnostico, al menos de lo que transmiten los medios de comunicación y otros circuitos de poder, es desolador. A los Chuminos se los mata, se los obtura por su condición de tal (feminicidios). En esta lógica de lo violento, o se lo envidia, o no se lo comprende y por ende se lo agrede al punto del exterminio. Muchas de las reacciones, culturales y llamadas de género, surgen como una especie de reacción a la agresión fálica. Desde esas vaginas, con la autoridad de tales, la pervierten en su significancia conceptual. La cierran, la ocluyen, bajo argucias de contrarrestar la incomprensión que genera la vagina en muchos, o la envidia de tal, parapetándose en acciones netamente falogocentricas, proponiendo con ello que en vez de girar por un pene lo hagamos por una vulva.
Lo expresa contundentemente Mauro Farnesi Camellone, en su artículo, “Filosofía y escritura en el Platón de Leo Strauss”: Para Strauss, la posibilidad misma de filosofar reside en el hecho de tener siempre presente esta superficie, en un estado de permanente apertura, condición originaria del ejercicio filosófico. Si se afronta este concepto de «apertura» considerándolo como metáfora que figura la superficie del mar, se advierte la presencia de Nietzsche en el fondo de estas reflexiones straussianas: «El mar, nuestro mar, está ante nosotros, tal vez nunca ha habido un mar tan abierto». (F.W. NIETZSCHE, La gaia scienza, en Opere di Friedrich Nietzsche, a cura di G. Colli, M. Montinari, Adelphi, Milán 1964-1982, vol. V, tomo II, § 343, p. 204); importa subrayar cómo esta apertura se da, en este nivel de los escritos nietzscheanos, en el horizonte señalado por el anuncio de la «muerte de dios» (cf. § 125, pp. 129-130). Pero la referencia a este «espacio» está ya presente en Nietzsche antes de la declaración explícita de este anuncio: « ¿Y dónde queremos llegar? ¿Más allá del mar? ¿A dónde nos arrastra esta poderosa acidez, más fuerte que cualquier otro deseo? ¿Por qué precisamente en esa dirección, hacia donde hasta hoy se han puesto todos los roles de la humanidad? ¿Tal vez un día se dirá de nosotros que, volviendo la proa a occidente, también esperábamos alcanzar unas Indias, pero que nuestro destino fue naufragar en el infinito? O bien, ¿hermanas? O bien». (Aurora. Pensieri sui pregiudizi morali, en Opere, vol. V, tomo I, § 575, p. 269). Una imagen parecida del concepto de «espacio abierto» mostrada como referencia a la superficie del mar se puede encontrar en P. VALÉRY, estrofa n° 23 de El cementerio marino. (Revista. Res publica, 8, 2001, pp. 42).
El acto más revolucionario, entendido como un accionar positivo para una humanidad que no se divida en géneros, o que se divida pero con el respeto integral de los mismos, es que desde lo femenino se nos puede alumbrar un sistema más semejante al trazado por Aristófanes en su “Asamblea de Mujeres” que para estudiosos como Strauss poseían cierta semejanza con el gobierno de los más sabios platónico. Tal vez la sabiduría de la mujer no deba ser conceptualizada como algo cercano a su útero, sino lo que sale de sí, que es todo aquello que significa humanidad, independientemente del nombre y de la forma que represente cosa distinta a lo que es en su dimensión más exacta de lo humano. Sería propicio que desde lo femenino se hable de esto mismo, de lo político en cuanto tal, y desde lo masculino, escuchemos aceptando que no tenemos todas las herramientas como para interceder en un plano que no sea el del trazo grueso, de lo teórico, o de la implementación más directa y rudimentaria, pues en lo estratégico y táctico impera la mujer, en un mundo, que de ser a imagen y semejanza de ella, debiera ser mucho mejor de lo que ha sido y es.