Anthony Freeman, gerente de formación de ciencia del sistema de la Tierra del Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL), de la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA), junto a Leon Alkalai, jefe de la oficina de planificación estratégica, presentaron el primer concepto para una misión interestelar que se pretende lanzar en 2069, cuando se cumplan 100 años de la llegada del hombre a la Luna.
“La NASA comenzó a contemplar misiones interestelares hace treinta años. Entonces el foco de atención era cómo hacer posible la comunicación entre la nave y la Tierra. Después hemos revisado estas ideas más o menos cada década”, explicó Freeman al diario El País.
El nuevo proyecto “está en un etapa muy temprana como concepto de misión”, advirtió Freeman, pero coincide con el reciente arranque de proyectos similares impulsados por organizaciones privadas y con la aprobación en el Congreso de Estados Unidos de un documento promovido por el republicano John Culberson, que pide explícitamente a la NASA que comience a financiar desde ya este proyecto.
El destino de la futura misión sería Próxima Centauri, donde se ha descubierto un planeta habitable del tamaño de la Tierra, Próxima b. La propuesta de Freeman contempla una nave capaz de viajar al 10% de la velocidad de la luz, con lo que alcanzaría a Próxima b en cuarenta años. Las primeras imágenes tomadas desde allí llegarían a la Tierra unos cuatro años más tarde, en 2113, casi dentro de un siglo. Esto supone que los ingenieros y científicos que analizarán esas imágenes ni siquiera habrán nacido cuando se lance la nave, y probablemente la mayoría de sus diseñadores originales estarían muertos para entonces.
“Ninguna misión espacial se ha enfrentado a este tipo de horizontes temporales y este es uno de sus mayores retos. Ahora las misiones espaciales se hacen con un enfoque muy conservador. Si realmente queremos enviar una misión a otra estrella no podemos hacer eso, tenemos que ser un poco más locos”, admite Freeman.
Cuando la nave llegue a su destino, la tecnología del momento la habrá sobrepasado por completo. El concepto de Freeman explora una sonda capaz de actualizarse, reprogramarse y transformarse sin necesidad de enviarle todas las instrucciones desde tierra, por ejemplo usando impresoras 3D y sistemas de inteligencia artificial capaces de crear nuevos programas de software.
El concepto desarrollado por Freeman y Alkalai también sugiere una misión de apoyo, cuyo objetivo sería enviar 550 unidades astronómicas (cada una equivalente a la distancia entre la Tierra y el Sol) en la dirección contraria a la Próxima Centauri. Su objetivo sería tomar imágenes aprovechando el fenómeno de las lentes gravitacionales, que usa la gravedad de cuerpos celestes como el Sol como si fuera una lupa para ampliar la imagen del astro que se desea observar.
El enfoque a largo plazo permitiría desarrollar las complejas tecnologías necesarias de forma gradual y probarlas con objetivos más cercanos y asequibles, como la nube de Oort o el Planeta X, asegura Freeman, que presentó su concepto hace unas semanas durante el Congreso de la Unión de Geofísica de Estados Unidos.
Por ahora no hay nuevas formas de propulsión para un viaje interestelar. Ni el combustible químico de los cohetes, ni los paneles solares, ni la energía nuclear sirven para cubrir las distancias de más de 40 billones de kilómetros que hay hasta los astros más cercanos en un tiempo asequible. Algunas ideas alternativas son la fusión nuclear o las explosiones de materia y antimateria, que no se han desarrollado aún.
Otra opción es la “energía dirigida” que propone Phillip Lubin, físico de la Universidad de California en Santa Bárbara (Estados Unidos). El sistema se basa en naves con velas solares alimentadas por luz láser emitida desde la Tierra o el espacio. Cuanta más pequeña sea la sonda más rápida puede ser, hasta un límite que puede llegar al 20% de la velocidad de la luz, asegura Lubin. En este caso, la tecnología necesaria ya existe y el físico espera experimentar un desarrollo exponencial similar a la electrónica. Desde 2015, el proyecto Deep-In ha recibido dos rondas de financiación de la NASA por un total de más de medio millón de euros. “Con un presupuesto adecuado, la tecnología que estamos desarrollando puede estar lista para una misión interestelar antes del 100 aniversario del aterrizaje del Apolo 11”, aseguró Lubin.
El mismo año que se descubrió el exoplaneta Próxima b, Stephen Hawking apadrinó el nuevo proyecto para buscar vida con un enjambre de diminutas naves espaciales impulsadas por láser capaces de llegar a esa estrella en veinte años. Detrás de la iniciativa estaba Yuri Milner, un multimillonario ruso que se ha convertido en uno de los mayores mecenas de la ciencia mundial y que puso 100 millones de dólares en el proyecto. El sistema de propulsión de esas naves está basado en el de Lubin.
Otros expertos que trabajan en misiones actuales y futuras dudan de que estos proyectos sean viables. Mar Vaquero, ingeniera de vuelo en el JPL (Laboratorio de Propulsión a Reacción, por sus siglas en inglés), cree que la propuesta de sus colegas es demasiado “loca y teórica”, aunque añade que “no hay duda de que un concepto así invita a la reflexión”. Además no faltan paralelismos con misiones recientes de gran éxito. “La ruta primaria de Cassini no estaba planteada del todo en el momento del lanzamiento. Fue durante la fase de crucero cuando se diseñó. Con este concepto puede ocurrir algo semejante, el encuentro con retos en diferentes campos, como la propulsión, la navegación o la misma protección de la nave y sus sistemas durante tantos años de viaje interestelar, pero no me cabe duda de que podremos resolverlos”, aseguró la ingeniera, en una nota publicada por el diario El País.
Fuente: N22