LA CALLE

Nora Andalón Galindo

La calle, la literatura: presentamos a Nora y su escritura con nosotros…

Mi madre vivía en una hacienda en un poblado de Guadalajara, un día llegó la “Bola” y con ella la Revolución Mexicana. Una tarde se encontraba sentada con sus hermanas en un gran ventanal que daba a la avenida principal y de repente, escuchó un grito: “Quien Vive” a lo que un hombre contesto el “General Novoa y su Batallón”, este señor volteo hacía la ventana y las miró detenidamente, no dijo nada y siguió adelante. Por la noche, este hombre seducido por la belleza que percibió, fue con un piquete de soldados a tocar la puerta, mi abuela se había dado cuenta que estos bandoleros iban a ir por ellas, así que horas antes las llevó a esconderlas lejos de la hacienda, cuando los hombres entraron a la propiedad preguntaron sobre el paradero de las lindas muchachas que había visto horas antes en la ventana, mi abuela les refirió que sólo eran visitas, buscaron por todos lados y nunca las encontraron.

Unos meses después, un grupo de soldados federales iban siguiendo a una tropa de rebeldes villistas que lograron introducirse a la hacienda, mi abuela les dijo: por el amor de Dios no nos comprometan, por fortuna se compadecieron de ellas, metieron sus armas y las carrucheras de las balas en un tejaban, y sin más se fueron. Estos eventos se convertían en el pan nuestro de cada día, por lo que mi abuelo decidió llevarse a esconder a mi mamá con el presidente municipal para evitar que los rebeldes la arrebataran, este señor aprovechó el momento para seducirla, embarazarla y dejarla.

Mi padre y mi tío participaron en la gesta revolucionaria con el ejército de Francisco Villa, mi papá decidió dejar de participar en esta y dedicarse a otra cosa, mi tío continuó en ella, con el pasar de los años se convirtió en el Presidente de la Confederación de Veteranos Revolucionarios de la División del Norte.

Cuando mi mamá pudo regresar a la hacienda, conoció a mi padre, el trabajaba con mi abuelo como su ayudante, ambos eran pintores, hoy en día algunas de sus obras pueden admirarse en la Iglesia de Cocula.

Después mi papá se fue a trabajar a la Pierce lo que es ahora Petróleos Mexicanos, por su trabajo mi mamá y mis hermanos constantemente cambiaban de domicilio, instalados ya en esta gran ciudad, mi padre enfermó de pulmonía y murió; un par de meses después de este acontecimiento, siendo un día de otoño nací yo. Mi niñez y juventud transcurrieron en el número veintiuno de la calle de Cobre.

Estudie un tiempo en la Escuelita Hogar, prácticamente era un medio internado y con ocho hermanos fue la mejor opción que mi madre pudo encontrar. Mis compañeros de escuela fueron en su mayoría mis hermanos, mis sobrinos y un grupo de niños que años más tarde se convertirían en los integrantes de la Internacional Sonora Santanera. En las tardes, Sonia López, los hermanos Bustos, mi amigo Roberto y yo, íbamos a casa del director de orquesta Chucho Rodríguez, puesto que en ella se ponía a ensayar la música que pronto iba a estrenar.

Una vez mi hermano Javier me llevó a la Aduana de Pulques que estaba en Peralvillo, y me dijo que iríamos a dar la vuelta en tren, me subió a una carbonera y el furgón arrancó, nuestro viaje fue de la aduana al escape de una empresa que se encontraba a unos cuantos metros, para mí fue un viaje eterno.

Cuando salía a jugar, en ocasiones me encontraba al actor Víctor Parra, él iba a visitar a su familia y cada vez que me veía “el suavecito” que era como lo conocíamos, me daba una moneda de veinte centavos y me decía: sigue jugando chamaco.

Por las noches, mi amigo Roberto y yo escuchábamos el programa  de radio de la XEW que se llamaba “Apague la Luz y Escuche”, lo que se narraba aquí despertaba mucho la imaginación, a tal grado de no querer salir por temor a encontrarnos a la llorona o drácula en la puerta ó a los pies de la cama.

En una ocasión después de ir al cine Ángela Peralta y ver tres películas por un peso, mis amigos y yo íbamos caminado y nos abordó una mujer vestida de negro, nos comentó que como ya veníamos de divertirnos era justo ir al templo evangélico y dedicarle tiempo al “Señor”, había personas cantando y orando, el requisito para salir del lugar era llorar, por lo que se nos ocurrió ponernos saliva en los ojos y así salir del lugar.

Ahora que paso por la calle de cobre y dirijo mi mirada hacía la puerta del número veintiuno, me detengo y a mi mente vuelven las imágenes de mi ayer, en donde disfrute lo mejor de mi niñez.

1 thoughts on “LA CALLE

  1. Fco Javier

    mucho exito, saludos

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