Enterrado a 120 metros de profundidad, en una montaña helada de una isla remota del archipiélago noruego de Svalbard, se encuentra el silo acorazado conocido como la Bóveda del Fin del Mundo. Aloja más de un millón de muestras de semillas de todo el mundo con el fin de alimentar a los sobrevivientes de una catástrofe planetaria, pero también funge como gran banco de datos genético para la investigación científica. El nombre oficial de este silo -inaugurado en 2008 por el gobierno de Noruega y que cumplió su 10° aniversario el 26 de febrero-, es Cámara Global de Semillas de Svalbard (Svalbard Global Seed Vault).
El granero –se lee en una nota publicada en el portal del diario español ABC– “es un recordatorio icónico del notable esfuerzo de conservación que se lleva a cabo todos los días, en todo el mundo y durante todo el día, un esfuerzo por conservar las semillas de nuestros cultivos alimentarios”, explicó en un comunicado Marie Haga, directora ejecutiva del Crop Trust, institución que administra las instalaciones junto con el gobierno noruego y el Nordic Genetic Resource Centre (NordGen).
“La agricultura enfrenta múltiples desafíos por el clima extremo y las demandas de una población mundial que se espera llegue a 10 mil millones de personas en 2050. Esto significa que es más importante que nunca asegurar que las semillas, la base de nuestro suministro de alimentos y el futuro de nuestra agricultura, se conserven de forma segura”, indicó Jon Georg Dale, ministro noruego de Agricultura.
Este tesoro natural –se lee en la nota antedicha- se conserva a 18ºC bajo cero en paquetes precintados que a su vez se colocan en cajas de aluminio. La baja temperatura y el limitado acceso al oxígeno aseguran que los granos mantengan una actividad metabólica baja y retrasa su envejecimiento.
La Bóveda del Fin del Mundo es así llamada porque está preparada para soportar terremotos, explosiones nucleares, erupciones volcánicas, incrementos del nivel del mar, entre otras posibles catástrofes.
Sus puertas herméticas y detectores de movimiento la protegen de posibles intrusos. Así, la conservación de las semillas está garantizada durante siglos. En caso de necesidad, la propiedad del material pertenece al banco de genes o país que lo haya depositado. Nadie más puede sacar las semillas.