La Habana (PL).- El 15 de abril de 1947, el número 42 movió el núcleo del planeta Tierra y sepultó un estigma inverosímil. Cuando Jackie Robinson saltó a la grama del Ebbets Field cambió el rumbo de la historia del béisbol y del deporte todo. La barrera racial colapsó hasta sus cimientos y los negros comenzaron a dejar su huella en las Grandes Ligas.
Más allá de sus conquistas en los diamantes, donde debutó con 28 años y ganó los premios de Novato del Año en 1947 y Jugador Más Valioso (MVP, siglas en inglés) en 1949 con los Dodgers de Brooklyn, el legado de Jackie es gigantesco.
Con el mítico 42 estampado en su franela, abrió el camino a una constelación de jugadores negros y protagonizó un paso crítico en la lucha por la integración racial, en tiempos de profunda discriminación y segregaciones absurdas en Estados Unidos.
Robinson amaba el béisbol pero sabía que formaba parte de una encomienda superior. Tan enigmática como dolorosa. Su herencia bordaría el destino de miles de deportistas. El futuro estaba en sus manos. El pasado, imperfecto y abrumador, debería quedar oculto en el mustio cajón del olvido.
Así, debió soportar abusos de todo tipo. Durante su primer año en las Mayores recibió agresiones e insultos a diario por parte del público y de muchos jugadores rivales. Incluso, en su propio equipo había división de criterios.
Varios intentos de rebelión de algunos de sus compañeros, amenazas de huelga por parte de equipos rivales (Cardenales de San Luis, en especial), gatos negros lanzados al campo… Todo lo aguantó en silencio, en ocasiones con lágrimas que inundaban sus ojos de impotencia.
Su calidad innata para jugar béisbol ayudó a construir la prosa exquisita de su leyenda, sin embargo debió pasar mucho tiempo para que sus jonrones fueran vistos en colores; la pelota se iba por encima de las bardas solo en blanco y negro, sin matices.
En 1949 la situación era vista con mayor naturalidad. Aquel debut hostil contra los Bravos de Boston en el Ebbets Field había quedado atrás y su rendimiento tenía embelesados a los «Dodgers fans». De hecho, ese año bateó para .342, robó 37 bases, disparó 38 dobles, 12 triples y 16 jonrones, anotó 122 carreras y remolcó 124, para conquistar el MVP.
Durante 10 temporadas con los Dodgers en la Gran Carpa asistió a seis Juegos de las Estrellas y llegó en seis ocasiones a discutir el campeonato, aunque solo en 1955 pudo alzar el trofeo de monarca de la Serie Mundial, junto a los Sandy Koufax, Roy Campanella, Duke Snider y compañía.
Gracias al carácter y al compromiso de Robinson con la vida y la historia, Willie Mays fue el capitán de los Gigantes de San Francisco en 1964; Emmett Ashford pudo convertirse en el primer árbitro negro en las Mayores; Frank Robinson pudo ganar la Triple Corona de Bateo en 1966; y los Piratas de Pittsburg presentaron un lineup con nueve jugadores «de color» en 1971 (incluido un tal Roberto Clemente).
Es válido acotar que el premio Novato del Año lleva su nombre tanto en la Liga Nacional como en la Americana.
El 15 de abril de 1997, la organización de las Grandes Ligas decidió retirar el 42 de todos los equipos en honor a Jackie Robinson, pero en ese momento 13 jugadores lo llevaban en la espalda, por lo que se hicieron excepciones hasta el retiro oficial de cada uno.
Y casualmente, para elevar el mito hasta niveles dramáticos, en 2013, el último jugador en portar el 42 fue un mulato panameño que responde al nombre de Mariano Rivera, de lejos el mejor lanzador cerrador de la historia del deporte, un digno heredero de Jackie Robinson.
Hoy, Jackie es un héroe nacional en Estados Unidos por razones deportivas y sociopolíticas, al extremo que el béisbol tiene un antes y un después cuando se habla del primer negro que pisó un diamante, quien, por sobrados motivos, tiene su asiento bendecido en el Salón de la Fama de Cooperstown desde 1962.
Jackie Robinson y el mito del 42
Por Yasiel Cancio Vilar