Por Óscar Cortés
Como respuesta al alto índice de analfabetismo, el editor poblano Antonio Vanegas Arroyo arribó a la Ciudad de México en 1880 para emprender un sello editorial que se caracterizó por utilizar la sátira y el grabado para que todos los contenidos fueran accesibles. En la Unidad de Investigación sobre Representaciones Culturales y Sociales de la UNAM, se dieron a la tarea de recopilar su trabajo para conmemorar el centenario de su fallecimiento en el libro Antonio Vanegas Arroyo: un editor extraordinario.
“En vez de que se contara como noticias se contaba con esta literatura de cordel, que era contarla de una manera especial que hiciera que la gente lo recordara”, dice Mariana Masera, directora de la Unidad de Investigación sobre Representaciones Culturales y Sociales (UDIR), de la UNAM, y es que Venegas Arroyo “supo conjugar a grabadistas como Manilla y Posadas, también a algunos escritores, tenía su propio saber hacer y sabía llegar a su público, esas hojitas llegaban a todos: podíamos comprar la canción de moda, sucesos sobrenaturales, sucesos geográficos, algún descarrilamiento, las nuevas bicicletas que llegaban en 1896, pero a la vez podían comprar libros de cocina, cuentos, obras de teatro era casi una librería para todos aquellos que no podían acceder a los libros caros.”
El libro es una invitación a recorrer las calles y las plazas de la ciudad donde se vendían estos ejemplares, que valían un centavo, de la mano de su nieta Inés Cedeño Vanegas, quien entreteje los recuerdos familiares con la producción editorial más popular del Porfiriato.
Esta investigación que puede consultarse en internet. Es un reconocimiento a la originalidad de Antonio Vanegas Arroyo, quien encontró en la Gaceta Callejera y el Centavo perdido el medio para registrar la vida cultural, política e histórica de México.