Por Ana León
Lo que ahora conocemos como una nueva propuesta cultural en el barrio de Coyoacán, en la parte sur de la Ciudad de México, el Centro de Artes Vivas, surgió no como un proyecto cultural per se, sino como parte de un proyecto para reordenar los archivos del INDAABIN (Instituto de Administración y Avalúos de Bienes Nacionales), que “tenía esta propiedad en Salvador Novo y que tenía una serie de construcciones de muy baja calidad que ocupaban casi todo el terreno. Lo que hicimos fue un plan para demoler todos esos edificios y generar un jardín nuevo y, en vez de que tomáramos los pasos convencionales que dictaban hacer un edificio caja para los archivos, decidimos hacer un programa más ambicioso: que se convirtiera en un centro cultural y que programáticamente se convirtiera en un conjunto de múltiples edificios”, esto en palabras de Víctor Márquez, de Márquez Arquitectos (que junto al estudio GDU son responsables del diseño de Parque la Mexicana), despacho que concursó y obtuvo este proyecto alrededor de cuatro años atrás y con quien charlamos para conocer más detalles de la construcción que ahora ocupa el número 8 de la calle Salvador Novo.
Sobre el espacio, ¿cómo se articula respecto a lo que ya se tenía construido?
La primera gran decisión que tomamos fue fraccionarlo en diferentes edificios que están articulados por el espacio público, esto en vez de hacer un sólo edificio contenido con un solo espacio interior. Un espacio exterior que es una combinación de plazas y parque, incluso el estacionamiento está pensado como un espacio público. La segunda gran decisión, a nivel Gobierno Federal, fue abrirlo al público porque usualmente los archivos son cerrados y hay que entrar con autorización. Entonces, la segunda gran batalla que se libró fue que se convirtiera en un espacio abierto a todos y una vez que se logró eso, se pensó un modelo donde lo más importante fuera la sustentabilidad económica futura, es decir, un modelo en donde esta nueva concepción le garantizara vida futura, ingresos, y el no requerir que la federación pague ni las exposiciones, ni los eventos, ni el mantenimiento, ni nada de lo que sucede ahí.
Es un modelo nuevo que se parece mucho a lo que acabamos de hacer en Parque la Mexicana, fórmulas en las que el sector público y el sector privado hacen un proyecto conjunto que beneficia mayormente al gran público, a la gente. No tienen fines lucrativos pero sí están muy comprometidos con su financiamiento y con su operación, con el cómo ingresar recursos para su financiamiento futuro.
Desde el punto de vista arquitectónico, su esencia, es muy sencilla. Teníamos la idea de recuperar la colaboración entre artistas y arquitectos, que le ha dado sentido a la arquitectura sobre todo en el siglo XX, lo que se llama “integración plástica”. Esos edificios que han logrado integración plástica se han vuelto mundialmente famosos: Ciudad Universitaria, Rectoría, la Biblioteca Central, el estadio, que son colaboraciones entre Pérez Palacios y Diego Rivera; o Antropología, la colaboración entre Manuel Felguérez y Pedro Ramírez Vázquez; hay múltiples ejemplos, pero en algún momento como que se nos olvidó seguirlo haciendo. Este edificio es una primera sede de varios edificios que estamos pensando y planeando ahora con artistas, pero en este edificio no encontramos a un artista que quisiera hacer algo como lo que necesitábamos, por lo tanto lo acabamos diseñando nosotros.
Las referencias son la caja de cristal que es la gran galería que tiene una piel que evoca un vitral y una pieza artística per se. Tiene todas esas referencias estilísticas a la arquitectura moderna internacional de CU y está muy emparentado con la concepción de los edificios modernos, austero, que al mismo tiempo intenta integrar el paisaje y lo artístico, donde la arquitectura se vuelve mucho menos protagónica y convive mucho mejor con la idea del arte y con la idea del paisaje.
Sobre la atemporalidad, la estética y la fuerza de los materiales…
Otra de las cosas que nos importaba era hacer arquitectura que no pasara de moda, secreto de esa buena arquitectura mexicana del siglo pasado, edificios que siguen siendo vigentes. Quisimos tener ese grado de humildad y de conservadurismo, no pensar y, sobretodo, trabajando en Coyoacán, que es tan sensible a las intervenciones contemporáneas.
La mejor referencia es CU, eso es lo que más tuvimos en la cabeza cuando lo diseñamos: los grandes elementos de piedra, las techumbres flotadas y los pórticos de concreto, los edificios que son solamente loza cristalina. Los acabados, por ejemplo, que son estos acabados metálicos que se van oxidando de una manera controlada, la idea es que se mezclen con el paisaje y que envejezcan junto con los otros árboles y las plantas, es dar ese carácter orgánico en donde no queríamos hacer algo ni prístino ni perfecto sino algo mucho más orgánico e integrado con la tierra. El centro completo está pensado para durar cien años.
Cada uno de los recorridos es como un laberinto, vas por afuera dando vueltas. Siempre estás pasando de un interior a un exterior o a un espacio fortificado o cubierto. Se ve más grande de lo que es simplemente porque lo puedes recorrer todo por cada uno de los rincones. Los espacios tienen que ser multifuncionales, adaptarse a la gente y no la gente a los edificios, entonces tiene [el centro] un programa increíblemente abierto y libre. Es una arquitectura multifuncional, comprometida en ligar el exterior con el interior en su vida práctica diaria.
¿Ustedes hacen el diseño por comisión o una adjudicación directa o se sacó a concurso? ¿Cómo fue el proceso?
Estos proyectos son concursos. Cuando ganamos el concurso empezamos a trabajar con la gente del INDAABIN y de la Secretaría de la Función Pública, discutimos el programa y su estructuración. Les quisimos vender la idea de que había una oportunidad mayor, sobre todo de hacer un espacio público y de abrirlo a la gente. Ese es un proceso largo, a lo mejor duró un año de pláticas y discusiones.
Se pensó en un espacio cultural que revitalizara el preexistente, pero no se tenía concebido que fuera el Centro de Artes Vivas como tal, sino que eso ya vino después, esa identidad y funciones que ahora plantea.
Viene con el proceso de concesión lo que ahora se ha pensado como el concepto de artes vivas, pero esto fue lanzado como el Centro Cultural del INDAABIN, se llamó de hecho por un año Centro del Patrimonio Inmobiliario, pero se sabía de origen que iba a ser muy difícil que la federación lo mantuviera, entonces había que dar un paso al modelo de concesión. El concepto que ahora le han dado de Artes Vivas me parece que es todavía más bonito porque incluye a la gente joven y al arte experimental, y le da un espacio, digamos, al lado más marginal del arte. Uno como diseñador lo que quiere es que la gente se apropie de estas cosas y las use.
Entonces, ¿la arquitectura, el diseño en sí, propuso los usos que le iban a dar a este espacio y no al revés?
Exacto. Nosotros lo que hacemos es una cosa que se llama planeación integral antes que la arquitectura y usamos una metodología sistémica en donde vemos con cada caso, cliente o concurso que ganamos, las oportunidades de modificar ese programa o ese edificio que se había pedido. En este caso en específico vimos esa oportunidad: en vez de hacer una caja de archivo, hacer un centro cultural que tiene, además, un espacio de resguardo del patrimonio.
¿Cómo comunicar la cultura a través de la arquitectura?
No necesariamente todos los edificios nos hablan, es difícil lograr eso. Uno como arquitecto quiere que los edificios le hablen al gran público pero no necesariamente eso sucede. En las ciudades caminamos por enfrente de miles de edificios
todos los días y muy pocos establecen un diálogo con las personas. Creo que también tiene mucho que ver con las situaciones, es decir, es un asunto contextual en donde un espacio como éste o los museos tienen esa maravilla, hacen que el espectador esté en una especie de modo anímico mucho más abierto para establecer un diálogo con la arquitectura. En especial un centro cultural como éste plantea una relación directa porque son espacios exteriores ligados a edificios y los edificios aquí están vistos más como espacios lúdicos y menos como espacios utilitarios, como parte de la composición artística de un todo. Por ello pusimos tanto cuidado al aspecto de las texturas, por ejemplo, es especialmente potente y es una paleta bastante compleja de materiales, tiene desde estos óxidos tierra, que son muy naturales; piedras artificiales metálicas que dan este aspecto como de un barco en un astillero, inclusive colores clásicos de la casa de Frida Kahlo y la arquitectura de Luis Barragán, tiene otros toques que asemeja a los vitrales mexicanos y esta incorporación del arte en las ventanas que está hecho con cristal dicroico que casi no se usa en arquitectura; tiene piedras que parecen mármoles milaneses; tiene un jardín de tezontle que es muy mexicano. Es una paleta muy compleja y creo que la gente se siente más caminando a través de un objeto artístico que de un verdadero espacio arquitectónico.