Por Huemanzin Rodríguez
“¿Quieres un vodka?” Dije con la intención de brindar mientras platicábamos. En Rusia el vodka es delicioso y beberlo frío derecho, en un shot, ha sido toda una experiencia sensorial para mí. En cada comida bebo un vodka como aperitivo, es por ello que se me hizo fácil decirle a Oleg Garkusha si quería beber un “agüita”, como le dicen a esta bebida fermentada de granos de centeno que, según el Museo del Vodka en San Petersburgo, fue el famoso químico Dmitri Ivánovich Mendeléyev quien determinó la norma de calidad. A Medeléyev, además, le debemos el orden de la Tabla Periódica de los Elementos.
-No, gracias, mejor un jugo de arándano; dijo Oleg al barman del Fish Fabrik, un bar cercano a la estación de trenes de San Petersburgo, ubicado en el sótano de un conjunto habitacional sobre la avenida Nevsky dedicado al rock. Esta ciudad es por donde, al igual que otros famosos puertos, entraron lo mismo el glamour francés en los siglos XVIII y XIX que el contrabando de discos que detonó el rock ruso en tiempos soviéticos. Se cree que el rock estuvo prohibido entonces, pero no fue así, aunque su regulación fue muy severa. Aquí surgieron grandes movimientos musicales alternativos y subterráneos del rock. Este bar lo celebra y lo mismo tiene retratos de las grandes figuras rusas así como una barra tapizada de billetes de diferentes partes del mundo. Indago y no veo nada de México y le obsequio al barman un billete de veinte pesos que encontré en mi billetera. Ese Benito Juárez azulado en un polímero que sacó una carcajada al joven de la barra al creer que era falso. -No, le dije, así son este tipo de billetes en México. Él, agradecido, me dio gratis un shot de vodka y a Oleg el jugo de arándano.
Oleg Garkusha es una de las figuras más famosas del rock soviético cuando con su grupo АукцЫон, fundado en 1978, formó parte de la escena alternativa del rock de San Petersburgo. Uno de mis temas favoritos de ese grupo es “Día de la victoria”. Él ha accedido gentilmente a una entrevista para contarnos parte de la historia del rock ruso. No se podían conseguir discos fácilmente, por eso el contrabando era fundamental para escuchar música nueva, pero eran muy costosos los LPs, su precio casi equivalía a un mes de salario. Eso permitió otro tipo de mercado negro: con el acetato de las radiografías se imprimían copias piratas de LPs y eso es lo que se vendía. Luego llegaron los casettes y el mercado negro estaba lleno de copias de ese tipo.
Pido otro vodka y Oleg me dice: -Antes bebíamos mucho, pero ya me harté de eso. Hace años que lo dejé.
Oleg Garkusha
En Rusia y otros países que he visitado como los nórdicos o Japón, su historia está repleta de malas anécdotas que tienen que ver con el abuso de bebidas alcohólicas, por ello son países que tienen impuestos muy altos en el consumo de éstas como un intento para disuadir al consumidor. En Suecia y Noruega incluso la venta de alcohol está regulada por una sola cadena de tiendas llamadas “El emporio del vino” que controla el Estado. En Rusia no es así, pero los impuestos son muy altos. En 2014 volvieron a subir la tasa, pero según lo que recuerdo, las borracheras no cambiaron.
-¿Es cierto que estuvieron prohibidos los discos de The Beatles? Oleg ríe y dice que nunca fue así, pero sí hubo censura, por ejemplo el álbum Band on the Run, de Wings no se llamó así y el tema homónimo fue suprimido del disco.
-Aquí tenemos a uno de los más importantes seguidores de The Beatles, es el fundador del primer y más longevo club de fans que se remonta a los años sesenta, cuando era muy difícil tener discos del cuarteto de Liverpool, y si te agarraban las autoridades con discos o LPs, te encarcelaban. Las leyes se hicieron más flexibles con el paso de los años. Se llama Kolya Vasin y su casa es el Museo John Lennon.
Cuando Oleg me dice eso surge un vago recuerdo en mí, pues Paul McCartney al dar dos conciertos uno en la Plaza Roja y otro en la plaza frente al Museo del Hermitage, editó un DVD y ahí sale alguien a quien Paul le agradece haber cuidado de la imagen de The Beatles durante la URSS.
-¿Crees que podríamos conocerlo? Le digo a Oleg después de que me contara sobre Viktor Tsoi, el más grande héroe del rock que ha dado Rusia. -Déjame ver. Voy a preguntarle. Vive muy cerca pero no creo que esté bien llegar sin avisar. Dame unos minutos. Se cerró su chamarra de piel, se puso una bufanda negra, igual que todo su atuendo y salió bajo la sutil nevada. San Petersburgo es una ciudad de mal clima, dicen aquí, que es normal que la gente se deprima pues la mayor parte el tiempo es gris, se construyó por capricho de Pedro I el Grande sobre una ciénaga, no se sabe cuántas vidas costó hacer esta Venecia del Báltico. Al escuchar eso me asombra, pues al mismo tiempo es una ciudad muy bella, habitada, no como esos falsos patrimonios de la humanidad que le pertenecen a los turistas y a las cadenas de servicios, no, aquí en San Petersburgo la gente habita la ciudad.
Cae la oscuridad, es temprano pero en invierno el sol desaparece en la tarde. Oleg regresa y dice que Kolya está dispuesto a conversar. Dejamos el Fish Fabrik y caminamos unos minutos sobre la avenida Nevsky, Oleg nos lleva al interior de otro edificio multifamiliar como el que hospeda al bar que dejamos. Los edificios son enormes, altos y largos. No son rascacielos pero tienen tal vez veinte pisos. Me hace pensar en Tlatelolco. Por debajo de los edificios pasa la gente y al salir del otro lado hay un nuevo patio que conecta con otro edificio idéntico. Alcanzo a ver en el túnel peatonal que al menos hay otros tres patios pero no es necesario ir hasta allá, pues Kolya vive en uno de estos túneles en la planta baja. Todo está pintado de amarillo y tiene colores que recuerdan al diseño de la película animada Yellow Submarine. Hay capas de grafitis y anuncios de papel pegados sobre el muro. Afuera de la oficina 910 hay una placa de metal que dice: En nombre de John Lennon. Templo del amor, la paz y la música.
Oleg toca y nadie abre, después de un rato sale Kolya Vasin, un hombre de poco más de sesenta años con barba larga canosa, una gorra puesta al revés, con la visera atrás, y sus ojos con un ligero estrabismo. Muy expresivo, diferente a Oleg, recibe con una sonrisa amplia a los visitantes extraños. Adentro había de todo, desde objetos kitsch que emulaban a algo de The Beatles, hasta unos zapatos de ante azul, un muro con CDs raros, LPs y cassettes, y objetos preciosos como el single de oro de Imagine, para conmemorar sus altas ventas. Oleg se despide y promete pasar pronto el contacto de Seva, el rockero ruso vivo más importante de la vieja guardia.
Ya en la casa-museo, Kolya nos mostra fotos de su juventud cuando, dice, un amigo suyo le invitó a oír un disco que le llegó de contrabando y se emocionó tanto con su contenido que no pudo quitárselo de la cabeza jamás. De inmediato nació un afán por querer saber todo sobre ese grupo y tener todos los discos. Parece que lo logró aunque en los años sesenta fue acosado, le quitaron parte de su colección y lo presionaron para disolver el club. No ocurrió. Con el paso de los años eso se volvió su razón de ser. Entre la habitación medio oscura llena de objetos hasta el techo, se ve la fotografía que recuerda el encuentro que tuvo con McCartney en su visita a San Petersburgo.
-¿Qué le dijo Paul? -Me felicitó y me agradeció por tener viva la llama de la beatlemanía en mi país. Y me invitó a estar en su concierto en primera fila. Fue absolutamente memorable, impresionante. Me acuerdo ahora y soy muy feliz de nuevo. Nunca imaginé que un beatle llegaría a tocar aquí y que podría estar muy cerca de él. -¿Cómo ha conseguido tantos objetos como los discos de oro?, le pregunto. Entonces, Kolya sonríe entre feliz y malicioso y me responde: -Los que somos fans de los Beatles sabemos muchas cosas y sabemos dónde encontrarlas.
Platicamos bastante, le pregunté sobre grabaciones y tomas raras y dónde conseguirlas, ediciones de álbumes y rarezas, Kolya parecía saberlo todo. He escrito un libro, me dijo y me lo mostró. -¿Dónde puedo conseguirlo?, le pregunté y respondió: -Yo te lo vendo. Aunque escrito en ruso en alfabeto cirílico decidí llevarme ese libro con la historia de la beatlemanía en Rusia, autografiado por el autor. Nos tomamos fotos juntos y ya en confianza le pregunté: -¿Qué hizo usted cuando murió Lennon? Entonces el encantador Kolya se desvaneció y se puso serio: -Él no se ha muerto, simplemente se fastidió de todo y se desapareció. Está consigo mismo. He estado haciendo una investigación desde hace muchos años y sé, de muy buena fuente, que está vivo en una isla al sur de Italia y no quiere ser molestado. Así que no me vengan aquí a decirme cosas de que murió.
Dicho esto, Kolya se repone y vuelve a ser el buen anfitrión que abrió generoso la puerta de su casa-museo. Me fui con mi ejemplar de The Beatles en la URSS y la frustración de no poder preguntarle sobre la muerte de George Harrison, pues una parte de mí frenó mi lengua en el momento exacto. Y eso que no bebimos vodka.