Fragmentos diversos: Peralvillo y sus alrededores

Detalles de uno de los barrios más antiguos de la Ciudad de México, una mirada profunda y atenta a aquello que lo dota de identidad

Por Pedro Sánchez

Uno de los barrios más antiguos de la Ciudad de México es el de Peralvillo. Este barrio a menudo es confundido con el de Tepito –e incluso con el de La Lagunilla. La confusión se debe, principalmente, a dos factores: 1) La fragmentación de su traza urbana. En la década de 1970 se trazaron y construyeron los ejes viales que agilizarían y ordenarían el tránsito de automóviles, camiones y tráileres de la urbe. El trazo del Eje 2 Norte dejó fuera de la actual colonia Ex Hipódromo de Peralvillo a su edificio más icónico. 2) La constante expansión territorial del Barrio Bravo que cada día realizan algunos de sus habitantes, comerciantes, visitantes, estudiosos y periodistas (si por ellos fuera, en el sentido de la manecillas del reloj e iniciando por el norte, las colonias Felipe Ángeles, Emilio Carranza, Centro, Ampliación Morelos, Guerrero y el Conjunto Urbano Presidente Adolfo López Mateos de Nonoalco Tlatelolco, serían parte del barrio).

El actual barrio de Peralvillo, de acuerdo a los vecinos más longevos del rumbo, abarca las cuadras de la avenida que lleva su nombre y que hace esquina, de sur a norte, con las calles de Matamoros, Rivero, Carbajal, Peñón, Constancia, Granada, Granaditas y el Eje 1 Norte. Si se le pregunta a otros vecinos responderán que ahí siempre ha sido –y será– Tepito. Naturalmente no comprenden que el territorio de la colonia Morelos (una de las más grandes de la ciudad, al grado que atraviesa dos delegaciones políticas: Cuauhtémoc y Venustiano Carranza), se divide en los barrios de Peralvillo y Tepito, y la Morelos, y que en su ampliación se encuentra el barrio de La Lagunilla.

Aunque el barrio de Peralvillo es muy pequeño (ocho calles y dos jardines) existen diversos espacios públicos que son dignos de visitarse, de nuevo de sur a norte, la Galería José María Velasco, en el número 55; la Escuela Libre de Homeopatía de México y el Hospital Homeopático Doctor Higinio G. Pérez, en el número 75; el Museo Indígena, No. 124 (entrada por Paseo de la Reforma); la estatua al luchador El Santo, Gorostiza esquina con Jesús Carranza.

Uno de los grandes misterios del barrio es su nombre. He aquí una posible respuesta: Todo aquel lector que ha tenido la paciencia de leer las numerosas páginas del libro Don Quijote de la Mancha probablemente recordará las siguientes líneas de su segunda parte: “—Tápenme –respondió Sancho–, y pues no quieren que me encomiende a Dios ni que sea encomendado, ¿qué mucho que tema no ande por aquí alguna región de diablos, que den con nosotros en Peralvillo?”(1)

Se dice que el barrio heredó su nombre del edifico en el que actualmente se encuentra el Museo Indígena. La historia de este inmueble ha sido recuperada por diversos escritores, y su versión más reciente se la debemos a la cronista Ángeles Gamio. En una de sus crónicas Gamio señala que:

Como no era posible amurallar la Ciudad de México porque estaba
rodeada de agua, en el siglo XVII se comenzaron a construir garitas. Se
erigieron 13 edificaciones en distintos accesos; algunas muy bellas, con
el estilo barroco imperante en la época. Era un sistema defensivo y a la
vez funcionaba como aduana para cobrar impuestos a las mercancías,
evitar el contrabando de las que eran monopolio de la Corona y servir
como resguardo militar.
Una de las más importantes era la de Peralvillo, ya que por ahí ingresaba
el pulque que provenía de las haciendas de los estados de Hidalgo,
México, Tlaxcala y demás productores de la ancestral bebida. Por ello,
se le conoció también como la Aduana del Pulque. Durante el virreinato
y el siglo XIX era consumido por todas las clases sociales; antiguas
crónicas describen actos de la aristocracia en que se ofrecía en finas
jarras de plata durante los convites más elegantes. (2)

El edificio también funcionaba como centro de detención de todos aquellos que no pagaban los impuestos, de ahí su evocación a algo semejante a una prisión o al lugar en donde se castigaba a las personas que se portaban mal. Y más adelante cambió constantemente de función: bodega del ejército, pre vocacional, el Instituto Matías Romero de la Secretaría de Relaciones Exteriores, y el Museo Indígena.

Mario Yaír T.S. señala en su guía de viaje Ciudad de México insólita y secreta que en el Museo Indígena es posible apreciar

… una máscara nahua de 1907 hecha con cera y pelo humano, usada para
burlarse de los españoles; una representación de un nahual (ser mítico
protector) que asemeja un búho con barba; un tenábris (sonaja para los pies)
hecha con capullos de mariposa; una muñeca seri de 1950 hecha con algas
marinas y collares hechos con monedas antiguas, florecitas o piedras de cristal. (3)

De alguna forma el inmueble parece ajeno a la imagen urbana del barrio, tan plagada de talleres, refaccionarias, vecindades y hoteles. Y aunque se construyó con la finalidad de controlar el contrabando de mercancías, por una extraña paradoja del destino actualmente es uno de los principales accesos al barrio de Tepito, uno de los lugares en donde se comercia el mayor volumen de fayuca.

El Paseo de la Reforma y las calzadas de Guadalupe y de los Misterios crean una traza urbana sui generis que incrementa los secretos del barrio de Peralvillo y su colonia. Frente a la ex aduana de pulque se encuentra un pequeño jardín que parece ajeno a la transformación urbana del rumbo. El jardín marca el inicio de la colonia y es el paso obligado de las peregrinaciones a la Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe y de los automovilistas que se internan a La Ronda en busca de alguna refacción para su vehículo.

Para el visitante pueden parecer sospechosos los hombres que corren tras los automóviles. Tal vez piense que son ladrones tras su víctima, e incluso los considerará muy osados ya que lo hacen frente a un (muy nuevo e iluminado) módulo de policía (que se construyó en el terreno de una de las enormes bodegas de chatarra, en la que filmaron algunas escenas de la horrorosa película Paradas continuas).

Si el visitante observa con atención se dará cuenta que los hombres son vendedores de refacciones y que tras ellos se encuentra el Jardín de los Payasos. Este espacio fue cedido por la delegación Cuauhtémoc a la sección actores-payaos de la ANDA en el año 2006 con el objetivo de honrar a los bufones ilustres. En aquellos días se dijo que la delegación se encargaría del mantenimiento del jardín y las estatuas, mientras que los agremiados reunirán el dinero para las 20 efigies que engalanarían el lugar. Sin embargo, a doce años de distancia el espacio está lleno de basura, tierra, ratas y aves negras, todos estos elementos le dan un aspecto más lúgubre a los bustos erigidos en honor a Bozo, Mr. Bell, el Gran Pirrín, y otros ilustres payasos.

Más allá del Jardín de los Payasos, las accesorias de La Ronda y la tienda de los tres búhos que abre las 24 horas del día se encuentra la colonia Ex Hipódromo de Peralvillo con sus casonas que evocan una época más glamurosa, sus calles que llevan el nombre de músicos ilustres, sus mercados (Beethoven y San Joaquín), las espléndidas y deliciosas flautas de Magos (Adelina Patti número 119), el parque popular Cuatro Vientos, el Sótano de los Olvidados, el jardín Bela Bartok, y en donde sucedieron las célebres investigaciones del detective del barrio:

Péter Pérez descansaba en su accesoria de Peralvillo. El genial detective
leía el diario sentado, no en un mueble de alto precio, pero sí en
comodísima silla de
madera y cáñamo, adquirida en el marcado Hidalgo en uno cincuenta,
por ser mueble para cocina, y previo regateo con la marchanta.
Comenzó a leer y movió la cabeza. No podía creer lo que sus ojos leían. El diario informaba, precisamente, sobre los triunfos del PRI.  (4)

 

1. Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote de la Mancha, Edición del IV Centenario, México, Alfaguara/Real Academia de la Lengua Española/Asociación de Academias de la Lengua Española, 2004, p. 859. En una nota a pie de página se dice que Peralvillo es: Pueblo de la actual provincia de Ciudad Real donde la Santa Hermandad asaeteaba a los condenados.

2. Ángeles Gamio, “La aduana del pulque” en La Jornada, domingo 17 de julio de 2016. Recuperado el 14 de junio de 2018 de: <http://www.jornada.unam.mx/2016/07/17/opinion/028a1cap>.

3. Mario Yaír T.S., Ciudad de México insólita y secreta, México, Editorial Jonglez, 2017, p. 283.

4. José Martínez de la Vega, Péter Pérez detective de Peralvillo y anexas, México, Joaquín Mortiz (Narrativa Policiaca Mexicana), 1993, p. 36.

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