Por Ana León
Descubrí a Joseph Beuys no hace muchos años, debo confesar, cuando un amigo muy querido publicó una foto de un hombre y un coyote en una habitación, en su perfil de Facebook. No recuerdo si el hombre estaba envuelto en fieltro y sólo se veían sus pies y el animal a su lado oliéndolo, o si él estaba tumbado en el piso junto a una ventana al lado del animal que a su vez miraba hacia la calle al tiempo que el hombre lo miraba a él. Pero sabemos que, como dice el brasileño Moreira Salles, “la memoria construye, olvida, crea, inventa, acrecienta…”. Tiempo después supe que el lugar era la galería Rene Block en el Soho neoyorquino. Que era el año de 1974. Que era Beuys. Y que esa era la primera vez que el artista alemán desarrollaba una obra en aquel país.
Para entonces Beuys ya gozaba de reconocimiento a nivel mundial por su trabajo en el performance, en la escultura, como artista conceptual ligado al grupo Fluxus y como hombre que desafiaba no sólo las convenciones sociales sino también las del arte contemporáneo, frase que, sin duda, lo reduce a un lugar común. También estaba el hombre que a través del arte, o embebido de arte, se obligaba a volver a ese impulso primitivo que nos mueve a cuestionarnos la razón de las cosas, de su manera de ser y de nuestra manera de pensarlas. Luego de toparme con esa imagen que mostraba más al hombre que al artista –que en el caso de Beuys es indivisible, pero me referiré a esto más adelante–, vino el interés por su trabajo, ¿quién era ese extraño que se ofrecía de cuerpo entero a este animal?
“Lo que más recuerdo de Beuys es su concentración” me dice Rhea Thönges-Stringaris en una charla al final de la proyección de Beuys, el documental del alemán Andres Veiel, parte de una retrospectiva que le ha organizado el Instituto Goethe dentro de la 17 Semana de Cine Alemán y a la que ella ha asistido como invitada especial pues fue colaboradora cercana del artista. “Esa capacidad de concentración y al mismo tiempo lo relajado que era y cuánto humor tenía.” Rhea habla de Beuys y en su rostro veo el recuerdo vivo. Regresa a 1972, a la Documenta 5 donde lo conoció. “La primera impresión siempre es la más importante”, dice. Ahí Beuys instaló la Oficina para la Organización de la Democracia Directa. Sin obra, pasó cien días discutiendo ideas políticas y sociales con los visitantes –tiempo después formaría parte de Los verdes y tendría una candidatura política. En este lugar, estos dos personajes se encontraron y rápidamente hubo una empatía de ideas, “algo que nos unió mucho fue esta forma que él tenía de llevar hacia afuera, de transportar las ideas de Steiner a la opinión pública pero de una forma lúdica, muy juguetona, y sólo aquellas cosas que le interesaban de esta postura filosófica, no lo demás.”
Veo a Bueys en la pantalla hablando, teniendo que explicar su trabajo. Suda, discrepa. Aunque las imágenes son en blanco y negro, su rostro se ve encendido al tiempo que agotado. El cabello pegado al cráneo. No hay sombrero ni chaleco. Lleva una camisa blanca y contrapuntea, elabora argumentos para responder ataques o se rinde, desespera a veces. ¿Y cómo no hacerlo?, si “él no quería que la gente comprendiera el arte, no sentía que el arte se pudiera comprender desde la mente (intelectualizarlo), cada quien puede entender o aprehender otra cosa del arte. Lo que importa es lo que pasa con el ser humano al ver ese arte y que sea auténtico”, dice enfática Rhea. “Que la persona aprenda a ver realmente y a describir lo que tiene frente a sí, ese es el proceso importante. ‘No se tomen tan en serio las obras de arte, eso no es tan importante’, decía [Beuys], ‘no se queden pegados a las obras de arte ni a mis obras de arte, lo que importa es que entiendan las ideas. Una vez que entienden las ideas que están detrás de estas obras, ya la obra de arte pasa a segundo plano. Lo que importa es lo que provoca en ustedes, lo que detona en ustedes, y lo más importante es: qué hace con ustedes este arte.”
En su documental, Veiel nos lleva de la mano por la mente del artista, por sus emociones sin diseccionarlo, sólo superponiendo capas. No es raro que el documentalista estructure con eficacia este juego, este tipo de conversación entre él, el objeto de análisis y el espectador. Antes de ser cineasta fue psicólogo y eso le da otro tono a la lectura que hace del Beuys artista y del Beuys hombre. Elige imágenes donde vemos cómo la mente se separa del cuerpo, cómo la mirada dice más que las palabras. A vece hay incertidumbre, a veces asombro, a veces desolación.
–¿Hay una diferencia entre el hombre y el artista?, le pregunto a Rhea y sin dudarlo siquiera, apenas escucha la primera parte de la traducción contesta: –En lo absoluto. Encuentro también en las palabras de esta mujer octogenaria de memoria envidiable, que también ha dedicado su vida al arte y a la política, los matices y los colores de la personalidad de Beuys que Veiel nos presenta en la pantalla. “Él, y esto fue siento yo una de sus mayores fuerzas, él pudo vincular, unir ambas partes. En la vida privada y en la vida personal era exactamente igual que cuando estaba en público. Tenía la misma presencia de ánimo, la misma chispa. Y claro, estaba el Beuys íntimo y el Beuys público pero no había una discrepancia en él entre estos dos aspectos de su personalidad y de su vida. Era igual de auténtico y de integrado.”
“Beuys estaba penetrado por el arte, empapado, embebido de arte. Para él todo era arte, cada movimiento. Hubiera ido en contra de su propia comprensión, de su autocomprensión, ser diferente como persona que como artista. Para él cada movimiento era una forma de arte. No como una cosa pensada, artificial, algo que le era innato, pero estaba muy consciente de que todo era arte y por eso no podía dejar de ser artista y ser persona al mismo tiempo, estaban las dos cosas imbricadas. Era un soldado del arte, pero de un arte que abre nuevas dimensiones, no el arte en el sentido tradicional, viejo, sino el arte antropológico, para los seres humanos, ése era para él el arte, el que ayuda al ser humano a avanzar. Por eso decía ‘yo no soy artista, todos ustedes son artistas.”
¿Depende el genio de la locura? Se cuestionaba Fernando Pessoa, “el genio”, decía, “es la mayor maldición con la cual Dios puede bendecir a un hombre”. Y, al final, genio creativo y visionario, Beuys también se vio afectado por esta dualidad indivisible e inseparable que ha aquejado a tantos en el mundo del arte. No quiero decir que estuviera loco, pero después de sufrir un infarto en 1975 tuvo una crisis,
Imagen: Cómo explicar arte a una liebre muerta (1965)
estaba agobiado, agotado, “pero se dio cuenta de inmediato que tenía que seguir y siguió trabajando. Vivió diez años más y siguió trabajando durante esos diez años. Siempre se rebasaba, se pasaba por encima a sí mismo en este afán de trabajar. Y lo dijo: ‘todas las personas tienen que desgastarse, tienen que consumirse hasta las cenizas’, pero, por otro lado, no era un dogmático, decía que eso funcionaba así para él, no quiere decir que tenga que ser así para todos. Sí, se sintió forzado a seguir trabajando porque no podía dejar de hacerlo.Hasta que se murió siguió trabajando. Lo último que hizo el día que murió fue escribir una carta e ir al correo a depositarla. Hasta el último, la comunicación fue lo más importante para él.”
Beuys comunicaba, no sólo ideas, emociones.
-¿Por qué fascinaba a sus alumnos, le pregunto a Rhea.
-Lo que lo hacía tan particular era que tenía una aproximación absolutamente individual a cada uno de sus estudiantes. Descubría y resaltaba lo que sólo esa persona podía hacer y no importaba si se volvía artista o acababa siendo enfermera o tenía otro oficio. No importaba que sus estudiantes fueran artistas plásticos o no, lo que importaba era que desarrollaran su máximo potencial y eso era su forma personal de arte.
Tengo ahora una visión clara del hombre y del artista, indivisibles, pero falta algo. Hay una contradicción. Si él decía que todos somos artistas y que el arte está en la vida cotidiana, entonces ¿por qué llevar su arte al museo, a algo tan institucionalizado? “Tenía que hacer esto porque tuvo el mismo derecho que tienen todos de hacer aquello que le resultaba importante. Si no hubiera tenido esa oportunidad hubiera sido un teórico nada más y no se podía limitar a eso. Probablemente haya sido uno de los últimos que hacía este arte directo, necesario, urgente. Ambas cosas tenían que coincidir en Beuys. Y esta contradicción que notas también se plasma en la película. Él mismo está consciente de esta contradicción. Hay que ir más a profundidad si se quiere comprender a Beuys. Si se hubiera quedado en la teoría, si no hubiera hecho esta parte práctica también, no hubiera tenido la capacidad de convencimiento que tuvo, hubiera sido un Beuys muy aburrido. Es esta capacidad de contradicción la que lo hace interesante.”