Por Karen Rivera
Cuando tenía 21 años, Francisco Toledo, se cautivó con uno de los últimos autorretratos de Rembrandt, en la imagen, el artista neerlandés se dibujaba viejo, desdentado, con un trapo en la cabeza y riendo ante el espejo. Cinco décadas después, el pintor mexicano decidió reflejarse en aquel recuerdo y crear su propio autorretrato.
¿Quién es Francisco Toledo? ¿Cómo puede su trazo delinear su historia? Naa Pia’. Yo mismo es el nombre que enmarca 120 obras, en las que el grabador se delinea. Ya sea de cuerpo entero, o cambiando su abdomen por el de una codorniz o un cangrejo, Toledo se dibuja sin arrugas.
Los seres fantásticos que crecieron en su imaginación desde pequeño, gracias a las historias que sus abuelos le contaban en Juchitán, Oaxaca, lo acompañan en estos autorretratos, en los que el óleo sobre la madera, las técnicas mixtas sobre el papel y la hoja de oro fueron algunos de los materiales que le permitieron imprimir su vejez sin omitir su infancia, adolescencia y adultez.
Es él su propio modelo. Sin moverse, sin perder intimidad, sin parecerse, porque lo que en realidad le preocupó fue cuidar la composición y la textura. Así lo demuestra la numeración que acompaña a cada una de sus Naa Piá, en la que el fundador de Artes Gráficas de Oaxaca puede observarse con una combinación de forma, trazo y color diferentes.
Y aunque como él mismo lo dice “no le salió el parecido y lo demás”, su carácter, sus orígenes y su visión del arte se encuentran inmersos en su obra. Una selección de 54 de estas piezas, que Toledo realizó entre el 2017 y 2018, se exhiben en la Galería Juan Martín, en la Ciudad de México y podrán visitarse hasta noviembre.