Por Luis Manuel Arce Isaac
Ciudad de México, 2 nov (Prensa Latina) Como todos los años para esta época, millones de mariposas Monarca colorean sus santuarios de Morelia, Michoacán que, a su vez, atraen masivamente a turistas para disfrutar su espectacular policromía.
Lo asombroso es cómo, a pesar de ser generaciones nuevas -es imposible que hagan dos veces el mismo recorrido en su corto período de vida- siguen la ruta ancestral desde parajes del sur de Canadá y el norte de Estados Unidos, a los cuatro o cinco santuarios del centro de México, entre ellos el del Llano del Conejo en el cerro el Campanario, como batallones de un ejército sin confundir su destino.
Diego González, uno de los organizadores (más bien vigilantes) de los santuarios, dijo que la arribazón comenzó el día 31 y ya este miércoles los enjambres son enormes y bellos, como siempre, mientras que los turistas hacen fuerza para ingresar al lugar, pero aun no se les permite.
Algunos se molestan, pero el asunto es que las mariposas necesitan descansar luego de viajar miles de kilómetros de Estados Unidos y Canadá y la presencia de la gente las puede estresar y perjudicar, pues dentro de un tiempo regresarán a sus lugares de origen, aunque muchas no lo logran.
Otro de los santuarios es el de la Sierra Chincua, ubicado a unos kilómetros de El Rosario, municipio de Angangueo donde, para suerte de las monarcas, llega poco turismo por la situación de violencia en la región, aunque allí arriban más cantidades que a los demás.
Esta mariposa, que tanto admiran y disfrutan niños y mayores, lastimosamente está perdiendo volumen poblacional desde la década de los 80 del siglo pasado lo cual preocupa mucho a los especialistas, aunque no se ha decretado todavía especie en extinción, de allí los cuidados que se tienen con ellas cuando llegan a México.
El secreto de su migración masiva en fecha fija es la necesidad de huir del intenso frío en sus regiones canadiense y de Estados Unidos pues si se quedan allí mueren, y por eso vuelan más de cinco mil kilómetros al centro de México, su refugio tradicional donde encuentran también el algodoncillo, su único alimento.
Su guía exclusiva es el sol -parten de sus lugares originarios en otoño antes de que llegue el frío-, de allí que no pierdan el rumbo y puedan llegar en oleadas a cada uno de sus destinos, sin que se sepa muy bien cómo escogen sus santuarios y cómo saben cuál es el que les toca sin nunca haber estado en ellos.
Precisamente por esas increíbles características son mundialmente conocidas y tan cuidadas por la increíble migración masiva que lleva a millones de ejemplares a California y México cada invierno.
La «peregrinación» es ancestral, y desde que hay uso de razón en la población aborigen mexicana, la migración no falla, de allí que en la leyenda mexica y de otras etnias como algunos pueblos mazahuas de la región oriente de Michoacán, su arribo horas antes del 1 de noviembre representa la llegada de las almas de los niños fallecidos, porque puntualmente arriban a los bosques de oyamel el mismo día de cada año.
Lo más interesante es que el adiós también es puntual pues se despiden de los mexicanos al inicio de la primavera, luego de haber permanecido durante casi cinco meses en esos santuarios. Asombroso, ¿verdad?