México (PL) Si los padres de Elena Poniatowska hubieran accedido a su sueño juvenil de ser cantante de cabaret, quizás hoy guardaría numerosas fotos de diferentes escenarios y un montón de recuerdos del mundo del espectáculo.
Pero la inclinación adolescente no fue bien recibida por la familia, y la muchacha siguió entonces los caminos del periodismo y la literatura, para amasar, en lugar de fotos y trajes, un inmenso caudal de novelas, artículos, crónicas y entrevistas.
Impedida de deslumbrar en un escenario, trocó las notas por palabras para acumular una obra inmensa, cuyo reconocimiento más reciente vino de la mano del mayor galardón de las letras en español, el Premio Cervantes de Literatura 2013.
A sus 81 años, la autora de la novela La piel del cielo confesó a Prensa Latina haber recibido con incredulidad la noticia de que este noviembre se convirtió en la cuarta mujer en merecer el lauro, «y todavía me siento incrédula, porque después de ese día ha sido una vorágine de entrevistas y no he estado a solas conmigo misma».
Quizás ese escepticismo aumente al recordar los años primeros de la profesión, cuando en 1953 comenzó a trabajar en el diario Excélsior como periodista, y al año siguiente apareció su primer libro de relatos, Lilus Kikus.
Desde entonces, expresó, «son muy pocos los días en que he dejado de escribir, la literatura es mi oficio y demanda dedicación a tiempo completo».
Sin embargo, para la prolífica escritora la vida no ha sido el reposo calmado del intelectual que solo se sumerge en las letras; por el contrario, el activismo político y social ha ido de la mano del camino literario.
«A eso me llevó la situación de mi país y de muchas naciones de América Latina, pues yo no podía quedarme encerrada cuando hay injusticias, masacres, en el propio México han muerto muchos periodistas y existe un abismo tremendo entre las clases sociales», explicó.
Para la creadora, la realidad entra a las casas de la nación azteca y no se puede permanecer indiferente a ella, mucho menos cuando la gente conoce lo que hace y de algún modo se asume una responsabilidad ante eso.
Al hablar con tanta pasión de su país, la descendiente de polacos nacida en Francia, y que arribó a México cuando ya había cumplido 10 años, asegura que este territorio es su vida, su preocupación y su dolor.
«Es también la fuente de las historias que he escrito y de las que pretendo escribir, como el caso de la vida del luchador social Demetrio Vallejo en El tren pasa primero, porque lo que hago no se sitúa ni en Francia, Rusia o Polonia, sino precisamente aquí», remarcó.
Convencida de que los escritores pueden desempeñar un papel importante en su tiempo, la mujer galardonada por su «brillante trayectoria literaria y una dedicación ejemplar al periodismo» reconoce en el uruguayo Eduardo Galeano a una de las voces más importantes a nivel continental.
Es un hombre de izquierda fantástico, que capta toda la poesía y la originalidad de las sociedades de nuestros países, pero también están otros como los mexicanos Fernando del Paso y Yuri Herrera, quienes retratan de forma extraordinaria a su nación, consideró.
Dentro de esa línea literaria interesada en reflejar la realidad del continente se incluye la propia Poniatowska, a quien el jurado del premio considerado el Nobel en español le reconoció además su «firme compromiso con la historia contemporánea».
Interrogada sobre el peso que puede representar aún en el siglo XXI ser mujer y, además, de izquierda, la también ensayista manifestó que su forma de pensar la ha separado en muchos sentidos de la vida exitosa de otras figuras en México.
«Es una posición en cierto modo desfavorable, porque cuando una se opone al Gobierno y a los grandes consorcios empresariales, te odian o te rechazan;
si criticas, te critican mucho a ti», agregó.
Pero no dejó de reconocer que también ha contado con numerosas satisfacciones y, sobre todo, que ha recibido siempre mucho cariño y apoyo.
Sobre el tema de ser mujer, lo calificó como una desventaja, en el país y en el mundo de las letras, como lo muestra el hecho de que en los
38 años del Cervantes, solamente tres féminas lo hubieran alcanzado antes que ella: las españolas María Zambrano y Ana María Matute, y la cubana Dulce María Loynaz.
«Como he dicho otras veces, las mujeres son las grandes olvidadas de la historia, y por eso me dediqué a hablar de una figura como Tina Modotti -en su novela Tinísima-, o de una dama extraordinaria como fue la pintora Leonora Carrington -en otra de sus narraciones, Leonora-«, precisó.
Según adelantó la creadora incansable, ahora trabaja en un libro que sigue ese camino de las historias de mujeres, en este caso sobre Guadalupe Marín, la segunda esposa del muralista Diego Rivera.
Tras asegurar que seguirá escribiendo hasta el día de su muerte, la escritora reveló además que quiere hacer un libro sobre la familia de su padre, el príncipe Jean Joseph Evremond Sperry Poniatowski, descendiente de la familia del rey Estanislao II Poniatowski de Polonia.
Ante la disyuntiva de cuál de sus obras escogería sobre las demás, responde que se quedaría con la que la espera en el futuro, con la que aún no ha hecho, porque si no, no necesitaría seguir escribiendo.
Pese a esa aparente inconformidad y el deseo de plantearse nuevas metas, el haber recibido no solo el Cervantes, sino otros premios como el Biblioteca Breve, el Rómulo Gallegos y el Alfaguara de Novela, avalan la importancia de sus creaciones en el espectro de la literatura hispanoamericana contemporánea.
En cuanto al Cervantes, en particular, manifestó que a partir de este lauro habrá cambios, porque llevaba años solicitando hacer una fundación y no le daban el local, un lugar que sirviera para dar conferencias y recibir a las personas interesadas en la literatura, pero ahora ya la llamaron para hablar sobre el tema.
De hecho, el propio 19 de noviembre, cuando se divulgó la noticia del galardón, Poniatowska anunció que utilizará el monto económico del premio, 125 mil euros -unos 170 mil dólares-, en crear una fundación que además de guardar sus archivos, ofrecerá talleres y conferencias para mujeres, niños y jóvenes.
«Ahora hay disposición del Gobierno para ayudarme y ese es un cambio muy grande que le debo al premio, el objetivo de esta institución es ayudar a toda la gente que tiene vocación literaria, porque a este oficio no se le da tanta importancia como a la ciencia, por ejemplo», afirmó.
De ese modo, la jovencita que en la década del cincuenta del pasado siglo comenzó a hacer carrera en el periodismo y la literatura, porque esas eran labores para el hogar, se ha encontrado enrolada en disímiles actividades y con viajes por diversas naciones.
Uno de esos países fue Cuba, donde estuvo en 2007 para presentar Tinísima en la Feria Internacional del Libro de La Habana, experiencia que, confesó, guarda con mucho cariño.
«Es como si todos los habitantes de la isla estuvieran en la Feria, los niños andaban leyendo, y era un público muy interesado y cálido», recordó sobre la experiencia en una tierra donde dice tener muchos amigos, entre ellos los también escritores Miguel Barnet y Roberto Fernández Retamar.
Casi al final de la entrevista las palabras de la autora de La noche de Tlatelolco siguen demostrando, entre sencillez y franqueza, la misma incredulidad que confesaba al principio sobre saberse merecedora de un lauro tan importante.
Pero es que ella, nacida princesa y empeñada en escribir sobre los desposeídos; nacida mujer y negada a asumir una sociedad machista; nacida en Francia y amante de México, representa un símbolo que sobrepasa las fronteras de lo literario y alcanza el plano, también transcendental, de la entrega a su tiempo.