La Habana (PL) Francisco Wilfredo Calderío, o como más se le conoce, Blas Roca, nació en Manzanillo, actual provincia de Granma, el 24 de julio de 1908, en el seno de una familia humilde, donde se respiraba un ambiente patriótico y revolucionario.
Con una educación casi autodidacta, pues solo pudo cursar hasta el cuarto grado de la enseñanza primaria, leyó y se puso en contacto con innumerables textos de contenido social progresista.
Realizó diversos oficios, entre ellos el de zapatero. Aprobó en 1924 los exámenes que lo habilitaban para el magisterio. Ejerció como maestro sustituto durante tres meses, más tuvo que cesar en su trabajo por falta de recomendación política.
A los 20 años comenzó a estudiar marxismo. En 1929 ingresó en el Partido Comunista y dos años más tarde es encargado de su organización en la provincia de Oriente y elegido miembro de su Comité Central.
Secretario general de la Federación Obrera de Manzanillo, tomó parte activa en las huelgas de zapateros de 1929 y en la de estibadores de 1930. A fines de 1933 se traslada a La Habana, donde conoce a Rubén Martínez Villena
Al año siguiente es designado secretario general del Partido Comunista y viaja a Moscú como delegado de Cuba al VII Congreso de la Internacional Comunista. Colabora en Mediodía y Noticias de Hoy, y forma parte del Consejo de Dirección de la revista mensual El Comunista.
Es delegado a la Convención Constituyente (1939-1940). Creó y dirigió la revista Fundamentos y colaboró en Gaceta del Caribe, Mella, La última Hora. Desde 1940 hasta el 10 de marzo de 1952, Blas fue representante a la Cámara. Allí libró tenaces combates en favor de los intereses de los obreros, los campesinos y el pueblo en general.
Secretario general y primer vicepresidente del Partido Socialista Popular (PSP). Representó al partido en el extranjero y, durante la dictadura batistiana, regresó a Cuba para trabajar en la clandestinidad.
A finales de 1957, el buró ejecutivo nacional del PSP decidió la incorporación de sus militantes en la guerrilla, aunque ya esto venía ocurriendo por decisiones individuales en la práctica cotidiana.
Después del triunfo de la Revolución es miembro del consejo de dirección de Cuba Socialista. Miembro del Secretariado del PCC y, desde el Primer Congreso en 1975, de su Buró Político.
Participó, desde el Secretariado de las Comisiones jurídicas, en el reordenamiento de la legislación judicial para adecuarla a la estructura socialista del país.
Trabajó activamente en el establecimiento del Poder Popular en la provincia de Matanzas y ha presidido la Comisión Redactora del Anteproyecto de Constitución. Ya triunfante la Revolución, en aras de la unidad, el PSP renuncia a su autonomía partidista y se integra a las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI) y reconoce el liderazgo político de Fidel Castro.
De este modo, el PSP se sumó a la unidad de las fuerzas revolucionarias y a la estrategia y táctica de lucha que había trazado Fidel desde el Moncada y que condujo a la victoria de la Revolución el primero de enero de 1959.
Acudí a Blas Roca con motivo que acababa de cumplir 70 años. Se dice y se escribe fácil. Pero no han sido fáciles. Han sido años muy duros. Hombre lleno de sinceridad, siempre creyó en las certezas de sus ideas. Ideas que en una época parecían muy lejanas que pudieran triunfar en su patria pero que hoy flamean victoriosas y firmes en la conciencia y en los corazones de todos los cubanos. Las ideas del socialismo.
A lo largo de su fructífera vida, fue un luchador inclaudicable por la independencia nacional, la soberanía del país y la causa y los ideales del socialismo, y si tuviéramos que definir su vida, lo haríamos a través de sus propias palabras: «…ha sido un campo de batalla, nunca he dejado de luchar y nunca, ni en la circunstancia más adversa, he perdido la fe en el futuro. Ese ha sido mi escudo y mi bandera».
La entrevista con Blas se celebró en sus oficinas del quinto piso del Comité Central. Varias veces se interrumpió por llamadas telefónicas que le hicieron para felicitarlo por el otorgamiento por el Consejo de Estado de la orden nacional «Playa Girón». Primera vez que se da tan alta distinción a un cubano. Su vida ha sido un «Girón» constante contra el imperialismo.
En las paredes del modesto despacho sobresalen dos cuadros de Fidel y Raúl pintados en azul. Un óleo de Lázaro Peña y una foto de Jesús Menéndez. Sobre el buró un reloj, un radio soviético, una pequeña fotografía de los nietos y muchos papeles.
Blas habla lentamente. Casi nunca de él, circunstancia que da la impresión, desde el primer momento, de una gran seguridad en sí mismo. La firmeza de sus palabras y la rigurosidad de sus juicios, expresados con fluidez, sin lagunas, parecen responder a ideas elaboradas desde hace mucho tiempo.
Su sonrisa es generosa y súbita, y forma pequeñas arrugas en la comisura de sus párpados. Gesticula poco y, cuando lo hace, es con un movimiento de sus muñecas y sus manos. Sus oraciones son acentuadas y vigorosamente con marcados énfasis verbales y pausas breves, pero igualmente expresivas.
Escucharlo es algo así como sentarse en la última fila de una sala enorme y sentir que los ojos distantes del conferenciante miran directamente a los nuestros.
No es un hombre en quien las pasiones personales influyan a la hora de sus planteamientos y decisiones. Maestro de la generosidad: cuando juzga a los demás siempre teme ofenderles.
Hombre sin ambiciones personales, preocupado siempre por el bienestar de los demás. Sencillo. Sin vanidades. Modesto en su vida personal. Abría las puertas de par en par cuando hablaba el político. Las cerraba cuando se trataba del hombre.
Tuve que acudir a su esposa Dulce Antúnez, a sus hermanos Leonides, Esperanza y Grecia y a su viejo compañero Ramón Nicolau para que me hablaran del hombre.
Blas nos habló de su encuentro con Antonio Guiteras, de la Constituyente del 40, de Lázaro Peña y Jesús Menéndez, de la Octava Asamblea del Partido Socialista Popular…
Recordó con cariño al Che, resaltó el papel tan importante desempeñado por Raúl Castro en el proceso revolucionario. Y dijo que lo estimaba como un hermano. Pero sobre todo habló de Fidel. De su grandeza, de su genio, de su extraordinaria significación y de sus aportes al Movimiento Comunista.
En las palabras de despedida del duelo, Fidel expresó: «La vida nos ofreció después el privilegio de conocerlo de cerca, y como dijimos en una ocasión, Blas fue, es y será siempre uno de los hombres más nobles, más humanos y más generosos que hemos conocido jamás».
-¿Pudiera hablarnos de su infancia?
Blas: Nací el 24 de julio de 1908, lógicamente acabo de cumplir los 70 años. El hogar de mis padres fue pobre. Mi madre era ama de casa, hija de español y de cubana, que tenía algo de india. Mi padre mulato, tenía entre sus antecesores esclavos. Era trabajador a veces como obrero, a veces como artesano. Se desempeñaba en varios oficios: hojalatero, carpintero, zapatero. Un tiempo trabajó como empleado. Nací y crecí en Manzanillo, segunda ciudad de la provincia Granma.
Grecia: Nosotros somos nueve hermanos. Cinco varones y cuatro hembras. Blas es el mayor. Le pusieron por nombre Francisco Wilfredo. En la casa le decíamos Paquito. Mamá tenía pasión por él.
Blas: En mi infancia fui aplicado y disciplinado. Nunca falté a la escuela. Respetaba y quería a mis maestros. Una vecina fue mi primera maestra. De la escuelita de la vecina pasé a la escuela pública. Como tenia facilidad para aprender, del primer grado pasé al tercero y luego al cuarto. El quinto no lo terminé.
Esperanza: Nunca llegó tarde a la escuela. Eulalia Parra fue su primera maestra. Ella vivía al fondo de nuestra casa. Solo había que saltar una cerca y ya estábamos en la escuelita. Nos dio clases a todos. A cambio le baldeábamos todas las semanas la sala que era de tabloncillo y de casi media cuadra de largo. Sin palo de trapear. Fue muy buena con nosotros. La maestra de primer grado era Consuelo. En segundo y tercero estaba Ramis, y en el cuarto y quinto Cañete. Blas aprendió a leer a temprana edad.
Blas: Mi familia era numerosa y comencé a trabajar para ayudarla. Fui entonces empleado de una peletería. En ella limpiaba y hacia mandados. Luego repartidor de periódicos, limpiabotas y más tarde aprendiz en una carpintería.
Leonides: Cuando él tenía unos 10 años salíamos por la mañana a vender harina. Nos levantábamos a la cinco porque teníamos que molerla, y entonces una cuadra le tocaba a él, una cuadra me tocaba a mí. Yo voceaba y él iba tocando de puerta en puerta.
También en aquel tiempo se compraba el hueso, la botella, el cobre; hicimos una carretilla, las calles de Manzanillo eran de tierra, y, bajo cualquier circunstancia, incluso, la lluvia salíamos a recogerlos para ganarnos algún dinero, ya que éramos muchos hermanos y papá ganaba muy poco.
Igualmente limpiábamos zapatos en el parque Céspedes. Él tenía en ese tiempo unos 11 años. Íbamos al Club Popular a buscar clientes a quienes pudiéramos lustrar los zapatos.
Hubo una época en que papá hacía los candiles, y como estaban soldados con ácido muriático y estaño había que lavarlos. Los metíamos en una tina de agua, y dábamos duro porque le viejo decía que «había que oírlos sonar». Cuando quedaba seco por dentro dejaba de sonar, porque esa es una hojalata que si la dejas húmeda se enmohece y no sirve.
Blas se hizo aprendiz de carpintería en el taller de Ramón Beltrán. Después que terminaba su trabajo en la carpintería, le llevaba los libros de la contabilidad a este señor. Por ambos trabajos le pagaba tres pesos a la semana.
Repartíamos el periódico La Opinión y la Política Cómica. Nos ganábamos un centavo en cada uno. Él cogía una parte del reparto y a mí me tocaba la otra. Había una señora que nos trataba muy bien que le decíamos Crucita, que siempre nos regalaba algo por llevarle el diario. También lo voceábamos en la calle. A Blas nunca le gustó vocear. Esa parte me tocaba a mí.
Además de todas esas actividades vendíamos también panales de miel. Papá tenía unas colmenas junto con un tío nuestro. Ellos castraban las colmenas, las dividíamos en pedazos y las vendíamos a 10 centavos por la calle. Eso lo manejaba el tío, que del importe de las ventas nos tiraba alguna tierrita.
Blas: Luego, en un curso nocturno, volví a estudiar con Ernesto Ramis, que había sido mi maestro en el tercer grado y me quería mucho. Él me dio gratuitamente clases para prepararme como maestro habilitado, que eran los maestros que no habían cursado los estudios en la Escuela Normal. Después de los exámenes correspondientes, comencé a enseñar como maestro sustituto en algunas escuelas.
En Media Luna, donde está el central Juan Manuel Márquez di clases durante un curso, ganando solo la mitad del sueldo. En aquella época, de Manzanillo a Media Luna se iba por mar en barquito. Yo daba el viaje todas las semanas, los lunes y los sábados. Fue en Media Luna donde pronuncié mi primer discurso, un 28 de enero, para recordar a José Martí, el Maestro de la patria y de la revolución.
No pude seguir dando clases porque me pidieron que me buscara la recomendación de un político y me negué, aunque me gustaba mucho ser maestro.
Leonides: Él y todos nosotros, papá y mamá le teníamos un gran cariño a Ramis. Estuvimos muy agradecidos porque por lo menos nos dio luz. Porque aprender a leer y escribir en aquella época era un problema. No es tan fácil como ahora que los muchachos tienen ropa, escuela, antes no había nada de eso.
A Blas le gustaba mucho enseñar y sus alumnos le tenían un gran cariño y respeto. Había un joven que era sobrino del alcalde y se dedicaba en el aula a engancharle a las muchachas alfileres doblados en la saya de forma que quedaban por detrás, en paños menores. Un día se molestó con eso y le puso un serio castigo. El muchacho más nunca puso alfileres. Él queda cesante porque no se presta a rejuegos políticos y desde el primer instante se enfrenta al gobierno de Machado.
Blas: Desde pequeño me gustó leer. Mi abuelo negro tenía gran cantidad de libros y yo siempre los estaba leyendo.
¿Qué leía?
Todo: historia, novelas, versos, cuentos, ciencias, aventuras, biografías. Leyendo se aprenden muchas cosas.
Grecia: De pequeño jugaba con todos los muchachos de su edad. Después no tenía tiempo para jugar ya que trabajaba muy duro. Nunca practicó pelota. Le gustaba nadar y remar. Eso sí, se pasaba el tiempo que tenía libre leyendo. Tenía toda la colección de cuentos que venían en unos chocolates: Callejas, Bertoldo, Bertoldino, Cacaceno y otros. Él nos los leía a nosotros.
Nuestro abuelo, Francisco Antúnez, se preocupaba mucho por él. Papá, al igual que abuelo, era un fanático de la lectura. Frente a la casa había una guásima que habían tumbado, y entonces papá, que tenía buena voz, se ponía a leer para los vecinos. Muy joven ya Blas había leído Los Miserables.
En una época papá trabajó de operador en un cine, es decir pasando películas. Las películas que se rompían Blas las cogía, las lavaba y entonces a pluma pintaba muñequitos en cada cuadrito y después lo pasaba en el cine.
Organizaba veladas en el patio de la casa. Era amante de la música. Estuvo dando clases de violín. Siempre le gustó escribir. Cuando mataron a Felo Santiesteban compuso lo que hoy se llama una canción protesta. También hacía sus poesías.
-¿Todo lo que ganaba lo daba para la casa?
Esperanza: Hasta el centavo que cogía lo entregaba a nuestros padres. En la casa de verdad él era la cabeza de familia. Los viejos siempre contaban con él para cualquier decisión.
La vieja era una mujer muy rebelde. Papá era más tranquilo. Muchas veces no teníamos ni para comer. Recuerdo que en una ocasión mamá se apareció en la bodega de Miguel Cedeño, que era donde compraba fiado. Y le dice que sus hijos llevaban dos días sin comer y le plantea que le dé los mandados. Como debía mucho el bodeguero se niega, pero ella logra al fin que le den algunos víveres.
En la casa teníamos un solo bombillo, pagábamos 75 centavos por la electricidad. Un mes no pudimos pagar la luz. Llega un hombre con sus espuelines y comienza a subirse en el poste. Mamá lo ve y le ruega que no le quite la luz. Le explica que tiene muchos niños. Él le contesta que no, no, no. Traigo la orden de cortar y voy a cortar. Ella seguía insistiendo. ÂíSe lo suplicaba! Y cuando el hombre va a cortar los alambres, la vieja va al patio y trae una vara de tumbar cocos y empieza a pegarle. No le quedó más remedio que bajar e irse.
En una oportunidad en que Blas cae preso y lo incomunican, mamá va a ver al capitán Fernández que era el jefe del puesto. Le plantean que no lo puede ver. Les dice que entonces él no podrá almorzar. Y se buscó a las madres de todos los presos. Las paró frente al cuartel dando gritos de «asesinos», «bandoleros». Hasta que al fin se lo dejaron ver.
La vieja tenía un arte tremendo para esconder los papeles. Jamás botaba nada. Le decían «Josefa, ahí viene la Rural». Ella se las arreglaba que cuando registraban no encontraran nada.
En la casa hembras y varones ayudaban a la vieja. Había que hacer de todo: fregar, barrer, ayudar en la cocina. Los mayores cuidaban y atendían a los más pequeños. Blas era el encargado de cuidar a Grecia. A su vez Leo estaba responsabilizado con Fita. Mamá murió en 1959. Era una mujer de mucho temple. Ella influyó mucho en la formación de Blas.
Blas: No solo la vieja, también mi papá fue muy importante en mi vida, al igual que mis abuelos.
Leonides: Su preocupación por nosotros no ha cambiado ni un ápice. A pesar de su enorme trabajo, él nos visita regularmente. Su calidad humana siempre ha sido extraordinaria.
Blas: Cuando dejé de ser maestro, aprendí a zapatero. Los oficios se aprenden practicándolos, trabajando. Con un hermano comenzamos a operar en un chinchal. Haciendo zapatos me hice hombre. Junto con otros zapateros comenzamos a organizar un sindicato. Después ayudamos a que se organizaran los albañiles y los panaderos. Así en 1929 ingresé en una célula del primer Partido Comunista de Cuba, que había sido organizado por Mella, Baliño y otros en 1925.
Esperanza: El zapatero era Leo. Blas era preparador y cortador. Grecia era preparadora. Emilio ponía los mojetes. Papá y mamá también nos ayudaban en la zapatería.
En Manzanillo había un gremio de zapateros. Era como una caja de socorro mutuo. Si te enfermabas, te daban de acuerdo más o menos con los fondos que tenían. Dos inspectores tenían que comprobar que estabas enfermo. Entonces, se comienza a perfilar un movimiento de la clase obrera más agudo, más definido.
Se organiza el sindicato del zapatero donde está Blas, Justo Tamayo, Paulita Sánchez, Martín Echevarría, Félix Camagüey, Leonides Calderío y otros. Lo primero que hicimos fue declarar una huelga.
En el 32 tuvimos otra huelga mucho más combativa. Fíjate que nosotros teníamos ahorrados en nuestra zapatería unos 700 pesos, que lo habíamos ido guardando. Como todos éramos de la familia, pues pudimos ahorrar esa cantidad.
Blas propone en una asamblea del sindicato que él asumía la responsabilidad de pagar todas las multas que les pegaran a los miembros de la comisión de estaca, que era para castigar a los rompehuelgas. El juez cada vez que llevaban uno lo condenaba de 30 a 60 pesos.
Posteriormente cambiamos de táctica, acordamos no solamente darle a los rompehuelgas, sino también a algunos fabricantes que eran los más recalcitrantes, los que más impedían la solución del conflicto. La huelga se prolongó demasiado y terminamos sin los 700 pesos, sin taller, sin nada.
No hay un solo hecho en el movimiento obrero de Manzanillo del 29 para acá en que Blas no interviniera. En la lucha contra la desocupación, la huelga de hambre, la huelga de los estibadores. En todo estaba metido.
Nicolau: En el año 30 Blas fue traído preso a La Habana bajo la acusación de dirigir movimientos huelguísticos: Fraternidad del Puerto -de los trabajadores portuarios- y de la industria del calzado que él era el secretario general. Lo internaron en el Castillo del Príncipe. Tenía 22 años. Lo conocí en una visita que le hice a la prisión. Y me impresionó profundamente.
Grecia: En el 32 lo vuelven a meter en la cárcel, en esta ocasión en la prisión de Guantánamo. Encontrándose detenido, fue postulado por el Partido, en la columna en blanco, para Representante a la Cámara y alcanzó una considerable votación. En la primera mitad del 33, poco tiempo antes de la caída de Machado, lo ponen en libertad.
Nicolau: Cuando lo de la votación por la columna en blanco, me encontraba en la Unión Soviética. Recuerdo que cuando nos llegó la noticia la comentamos con Rubén Martínez Villena, que también se hallaba en la URSS. Le conté a Rubén la conversación que había tenido con él en el Castillo del Príncipe y el buen impacto que me causó.
Mi segundo encuentro con Blas fue por julio del 33 en una visita que hice a Manzanillo. Él acababa de salir de la cárcel de Guantánamo.
-¿Cómo se produce la elección de Blas para secretario general del Partido?
Nicolau: Alrededor del mes de noviembre del 33, un grupo de compañeros dirigentes del Partido, entre los que me encontraba, propusimos a Blas. Si se me preguntara quién fue el de la iniciativa no lo recuerdo, a pesar de que tengo buena memoria, pero fue una cosa de varios compañeros que pensamos en Blas. Fue traído a La Habana en le mes de noviembre y aprobado por un pleno del Comité Central del Partido.
A los 25 años, viene a ser el secretario general. Eso era algo nuevo entre las direcciones de los partidos comunistas. Seleccionar a alguien tan joven para un cargo de esa importancia.
Blas: Fue una gran sorpresa.
Nicolau: Efectivamente. Creo que entre los partidos de toda Latinoamérica -no de Europa, estoy seguro que no había un secretario general tan joven-, también constituyó algo novedoso.
Blas se hace cargo del Partido en los momentos que el Partido está enfrentado en una radicalización grandísima de la clase obrera. Teníamos la consigna de «Todo el Poder a los Soviets». Así como la preparación del II Congreso del Partido y el IV Congreso de la Confederación. El trabajo póstumo de Rubén fue ayudar a confeccionar las resoluciones del Congreso de la Federación. Había que ver a aquel hombre en cama, moribundo, resistiéndose a morir.
-Rubén toma simpatía a Blas
Nicolau: Mucha simpatía, y respeto. Lo admiraba. Me acuerdo que él y yo comentamos sobre la personalidad de Blas; Rubén vio en Blas a un gran comunista. Y no se equivocó.
-¿Dulce, cómo conoces a Blas?
Dulce: Soy de Las Villas. En el año 34 vine para La Habana. Dormía en el suelo de una casa de huéspedes que estaba a un costado de la Universidad. Una noche al regresar me dijeron las compañeras que me había estado buscando el compañero Martínez. No sabía quién era. Nunca lo había visto. En esos momentos me encontraba ligada al Partido a través de Defensa Obrera Internacional.
Volvió a la otra noche. Al verme me preguntó si era la compañera Esther, que es como me decían. Le conteste que sí, «Bueno, recoja sus cosas y vamos». Me le quedé así, mirándolo. Yo no tenía nada que recoger, pues no tenía nada. Agarré como hacen los guajiros, un bultito, y salimos caminando.
Cogimos a pie por Infanta, Carlos III, que ahora lo sé, porque en aquella época no sabía cuál era Infanta ni Carlos III. Caminaba por toda La Habana sin saber por dónde iba. Llegamos a una calle por los alrededores de Estrella y Franco, donde hay un barranco.
Era una casa pobre. Vivian dos compañeras más. Tenían dos colombinas y una cama de hierro, de esas antiguas, con una colchoncito muy malo. Y comencé a trabajar en la casa. Mucho tiempo después vine a enterarme que eran las oficinas del Buró Político del Partido.
El almuerzo lo traían en una cantinita desde una fonda. No había escoba, ni palo de trapear, no había nada. Se compraban dos kilos de café. Había un reverberito con una lata. Me orientaron -dada la situación política- que no saliera a nada, solamente cuando me mandaran a algún lugar.
En esas oficinas no había ni un centavo. En la esquina existía un puesto de chino y yo me decía: ÂíImagínate, a quien le pido un medio para comprar frituras de bacalao, manjúas, bollitos de carita…!
Ahí nace nuestra amistad. Siempre estaba preocupado por mí. Me preguntaba por mi familia. Indagaba si estaba aburrida. Un buen día comenzaron nuestras relaciones amorosas hasta hoy. Tenemos cuatro hijos y nueve nietos.
En una oportunidad me dieron -no recuerdo, 40 o 45 pesos- para que le comprara una maleta, un traje, calzoncillos, camisas, medias, corbatas, pañuelos, cintos, pues iba salir de viaje.
El día que se fue, cogió una maquina de alquiler y se montó en un barco que estaba atracado en el muelle. Ni siquiera me acerqué. Como a unas cuadras se quedó un compañero esperando que le avisara tan pronto saliera el barco. Así lo hice. Fui acompañando al barco por el Malecón, hasta que se me perdió de vista. Con el tiempo supe que había ido a la Unión Soviética. Era el año 1934.
-¿Qué impresión se llevó de ese primer contacto con la patria de Lenin?
Blas: Ese viaje lo hice atravesando Alemania, ya bajo Hitler. Llegué a Hamburgo donde tomé un barco que atravesó el canal De Kiel, crucé el Báltico y arribé a Leningrado. La Unión Soviética naturalmente: deslumbramiento del sistema socialista ya en marcha, la construcción acelerada. Tenía mi primer contacto con los dirigentes de la Internacional Comunista.
Tuve la suerte de participar al menos un día con el pico y la pala, en los inicios de la obra del Metro de Moscú. Y encontrar un calor y una solidaridad tan extraordinaria hacia el movimiento revolucionario cubano, que era realmente conmovedor. Esa es la impresión.
Naturalmente, entonces no había lo que hubo en los restantes viajes, que ya se disponía de intérpretes que te acompañan aquí y allá. En ese primer viaje salía uno a la calle a entenderse como podía con la gente, y solamente en los contactos oficiales podía disponerse de traductor.
Volví al final de la guerra, y en cada ocasión comprobaba el ritmo acelerado de la economía, el desarrollo urbanístico, todo el avance que en todos los campos iba alcanzando la URRS.
Dulce: Estando de viaje me llamó Fabio Grobart y me dijo vamos a sentarnos. Tú eres una compañera muy sacrificada, muy buena Etcétera. Quiero explicarte que Martínez en realidad es Francisco Calderío, el secretario general del Partido. Me quedé tan despreocupada como si me hubiera dicho la cosa más normal del mundo. Pues me había unido a él por amor y no porque fuera fulano o mengano. Eso me gusta mucho contarlo porque no todo el mundo es así.
Él vino a conocer a nuestra primera hija -Lidia- estando preso en el Príncipe. En una segunda visita, ya que en la primera no me lo dejaron ver. A los seis meses salió de la cárcel. Los compañeros me consiguieron una cuna. No teníamos donde acostar a la niña.
Cada vez que me enviaban a un mandado, quien se quedaba cuidando a la niña era Lázaro Peña, que la quería mucho. Lázaro le cambiaba el pañal cuando todavía era de meses. Ya después, cuando comenzó a gatear, yo limpiaba bien el piso porque no había corral ni nada de eso y la ponía en el suelo.
Constantemente teníamos que estar mudándonos, pues las casas se quemaban. En muchas ocasiones pasábamos un gran trabajo ya que no era fácil encontrar a donde ir.
Yo iba a las cigarrerías donde tenía buenas amigas. Ahí me daban los cigarros sueltos, me daban tabacos, porque fumaba tabacos. Y todos me preguntaban por el padre de la muchachita. Nadie conoció el papá hasta un día…
En el 38, cuando se legaliza el Partido, es cuando vienen a conocer al papá de la muchachita. Y al ser el padre de la muchachita, pues era mi marido. Ellas decían mira quien es el padre de la niña que nosotros cargamos.
-¿Ayudaba en la casa?
Dulce: En medio de todas las tensiones y del intenso trabajo, él siempre me ayudó a bañar a los niños, a darles de comer. Jamás en la vida le he oído gritar, escandalizar, decirle una mala palabra a un compañero.
Él discute con base: Bueno, esto es blanco y tiene esta raya y si tiene que coger 10 diccionarios, 40 libros, estar un mes buscando, lo hace hasta que te puede convencer. Él nunca ha maltratado a un compañero, con más nivel, con menos nivel, con menos razón. Y me supongo que haya tenido violentas discusiones, violentísimas del todo.
Es muy difícil que tú puedas decir que él está molesto. Cuando tiene muchas preocupaciones o tiene un grave problema, lo oyes cantando. Con los años he aprendido a conocerlo muy bien. Sé cuando canta de alegría o de preocupación. Le gusta mucho la música, sobre todo la antigua. Se sabe la letra de la mayoría de las canciones viejas y sus autores. Le encanta La tarde, de Sindo Garay. Le gusta la pelota pero no es fanático. Juega bien el dominó. Y se defiende en el ajedrez.
Él nunca le ha pegado a un muchacho, cuando más les da una nalgada y creo que lo siente más que ellos. Cuando se ponen majaderos, les busca un libro de cuentos y se los lee. Les enseña los muñequitos. Se sienta. Conversa con ellos. «Abuelo, quiero agua», allá va él a buscar el agua. «Abuelo, píntame una guagua, una máquina». Y se las pinta. Llego yo y me pongo a pelear con los muchachos. Y él se me echa a reír.
Se levanta muy temprano. Le dejo el café hecho en un pomito. Él mismo se prepara su café con leche. Cuando en la bodega se demora la galleta de soda o de sal, le tuesto un poco de pan y se lo dejo dentro de una lata. Claro, la lata tengo que ponerla bajo llave porque a los muchachos les entra hambre y se lo comen. Y como nunca protesta, se queda sin comer.
No le pide un vaso de agua a nadie. No molesta a nadie, al contrario. Si ve una ventana rota muy calladito, coge sus herramientas el domingo y la arregla. Él dice que esas son cosas que él puede hacer y que además contribuyen a un mayor desenvolvimiento.
Hay compañeros que le dicen: «Viejo Blas, qué lío me has buscado en la casa. Ahora mi mujer quiere que esta semana sea quien friegue, lave». Y él responde. «Mira, si lo puedes hacer, hazlo. Cuando tú llegues a la casa, en vez de entrar pidiendo la toalla vas y la buscas tú mismo». Y la verdad es que él predica con el ejemplo. Es una persona de extraordinaria sensibilidad y profunda calidad humana. Es el mismo hombre que conocí hace 44 años.
Blas: Dulce ha sido una esposa muy buena. Ella ha jugado un papel muy importante en mi vida. Es muy bueno tener alguien que te ayude, que te anime, que te impulse, que te quiera. Siempre al lado de uno. En las buenas y en las malas.
-En sus viajes a la Unión Soviética, ¿llegó a reunirse con Stalin?
Blas: De los encuentros con Stalin no puedo decir nada, porque nunca me encontré con él. Sí lo vi. ÂíCómo no! Estuve en el VII Congreso de la Internacional Comunista, ahí estaba Stalin. Después en algunos actos, al final de este evento, también lo vi. En el XIX Congreso también lo vi. Quiero decir que no tuve ningún encuentro directo con él.
Más bien habría que hablar de las lecturas de sus escritos que es como lo conocí, como penetré en sus criterios. Considero que fue un valioso apoyo en nuestra lucha, ayudaron mucho a comprender aspectos de la situación, y a mantener un punto correcto. Después se sabe de sus errores. Una apreciación ya histórica de la personalidad de Stalin se hará con el tiempo. Pero tenemos que reconocer que tuvo un papel positivo en el desarrollo de la lucha por el socialismo.
-¿Stalin fue el hombre que ganó la guerra?
Blas: Bueno, la guerra la ganó el pueblo soviético.
-¿Él desempeñó un papel importante?
Blas: Desde luego que los líderes siempre juegan un papel importantísimo, eso no hay duda. Pero hay que rendirle homenaje a un pueblo por encima que por encima de todo puso la defensa de la Patria Socialista, y en condiciones muy difíciles, frente a una maquinaria de guerra implacable y sin escrúpulos, supo mantener la lucha y desarrollarla hasta el fin.
-¿Es cierto que el nombre de Blas Roca fue una sugerencia de Rubén Martínez Villena?
Blas: No. Martínez Villena en el Pleno del Partido, cuando di el pseudónimo mío, entonces Julio, él dijo: «bueno no es correcto porque también es el mío». Y cuando dije Martínez expresó: «no es correcto porque es mi apellido». Busqué otro que luego abandoné también porque coincidió que cayeron las oficinas del Partido, tomaron el nombre ése, había un hombre que se llamaba exactamente igual que el nombre que había dado, allá en Mabay, le dieron una paliza creyendo que era él que había hecho la carta y cuando me enteré, desde luego borré el nombre ése, no quería que coincidiera con el de nadie.
Y luego, buscando otro pseudónimo, escogí el de Blas Roca por una reflexión. Blas es un nombre muy corto, tiene una sola sílaba, y Roca es corto también, tiene dos sílabas, no tiene dificultades de pronunciación ni nada. Por eso lo escogí. Realmente no fue una sugerencia de nadie.
-Usted sostuvo conversaciones con Antonio Guiteras. Es algo de lo que no se ha hablado mucho. ¿Cómo fue?
Blas: Sí, con Guiteras pude entrevistarme una vez. No fue una relación personal prolongada. La primera vez que tuve contacto con el nombre de Guiteras, sin que estuviera él presente, fue estando preso en Guantánamo, que llevaron allí algunos que habían intervenido en lo del cuartel de San Luis, y otros que habían sido detenidos en Holguín. Ese fue la primera vez que tuvimos un contacto directo con esos compañeros. En la cárcel siempre se desarrollan relaciones de solidaridad.
-¿Qué impresión se llevó de ese contacto personal con Guiteras?
Blas: En esa ocasión nosotros coincidimos en los puntos de vista que teníamos. Porque se trataba de la huelga que se desarrolló después, en marzo del 35. Guiteras era opuesto a la huelga porque en ese momento no había armas para calzar la acción huelguística. Yo pensaba que no era el momento de hacer la huelga por otras razones.
Guiteras podía abstenerse de la participación de la huelga, nosotros no. Después que un gremio o un sindicato salía a la huelga, no teníamos más remedio que seguirle, porque aún cuando tácticamente consideráramos que no era oportuno la huelga, pues tampoco podíamos ponernos en el papel contrario de abstenernos de participar en una huelga en la que participaban masas de todas maneras. Masas que estaban un poco confundidas, pero masas al fin. No podíamos abstenernos.
En ese tiempo acompañaba a Guiteras el venezolano Carlos Aponte, que combatió en Nicaragua, y que cayó con Guiteras luego en El Morrillo. Con él teníamos relaciones, más constantes, cercanas, inmediatas. Y, desde luego, él tenía un gran aprecio por Guiteras.
A nosotros nos hizo una impresión muy favorable la posición revolucionaria de Guiteras. Tenía amplias perspectivas de seguir una línea cada vez más radical. Ese es Guiteras para mí.
-En la Constituyente del 40 usted desempeña un rol brillante. ¿Cómo sitúa ese acontecimiento dentro de nuestro proceso histórico?
Blas: Bueno, no diría que brillante, pero desempeñamos un papel los delegados elegidos por el Partido. La Constituyente fue una conquista ganada por el pueblo que introdujo cambios importantes en la situación del país. Y fue, como dijéramos, el pago aplazado de las conquistas del movimiento revolucionario de los años 30.
Los delegados allí del Partido jugaron un papel que muchas veces comparé con la espuela. La espuela es la pequeña relación con el caballo, pero si hostiga al caballo, el caballo corre y camina. Y el caballo reaccionario, ante el hostigamiento de la espuela comunista en la Asamblea Constituyente, pues caminó a pesar de todo por senderos por los que no hubiera querido caminar.
-¿En su opinión cuál es el papel que jugó en el Partido en la década del 40?
Blas: Esa es una década que comienza con el desarrollo del eje nazi fascista contra la Unión Soviética y otros países que desembocan en la coalición antifascista mundial frente al eje nazi fascista. En ese momento lo fundamental era unir todas las fuerzas posibles para derrotar el gran peligro que para la humanidad hubiera significado una victoria de la coalición de la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini y el Japón.
El papel del Partido en ese sentido creo que lo principal fue precisamente desarrollar esa lucha y contribuir en la medida de sus fuerzas y posibilidades a la derrota del fascismo. Ese fue el papel principal en ese período.
En 1947, ya cuando va terminando la década se introducen en Cuba las consignas políticas, podemos decir, el Plan Marshall, sin ninguna de las contribuciones que Estados Unidos dio a Europa, pero impuso las mismas corrientes de persecución de los comunistas, división del movimiento sindical, asesinato de los líderes de la clase obrera, métodos cada vez más reaccionarios de persecución.
Y el Partido, sin embargo, en esas condiciones, supo mantener el rumbo, defender en cada trinchera las conquistas alcanzadas antes y mantener un combate constante por las demandas democráticas y nacional-liberadoras. Ese fue el papel fundamental.
-¿Se puede considerar a Lázaro Peña y Jesús Menéndez como los dos grandes dirigentes del proletariado que surgen del Partido?
Blas: En ese periodo, sí. Antes hubo grandes dirigentes igualmente asesinados, y después han surgido otros dirigentes. Considero que Amancio Rodríguez, trabajador del entonces central Francisco, que hoy lleva su nombre, también fue un líder de una magnitud extraordinaria. Hubo muchos otros destacados, con proyecciones nacionales e internacionales.
Nosotros podemos decir que Lázaro y Jesús fueron los más sobresalientes, eso es cierto. Siempre en esto hay personas que en realidad simbolizan a multitudes, e interpretan sus aspiraciones, sus estados de ánimo, son muy sensibles a las influencias de las masas. Un tipo así era Lázaro, y un tipo así era Jesús Menéndez.
Aparte de sus valores personales, inteligencia personal extraordinaria -tanto Lázaro como Jesús-. ÂíUna capacidad para entender, comprender expresar las cosas muy grandes! ÂíY un valor personal de muy altos kilates! No retrocedieron ante nada, ni temieron a ninguna consecuencia por grave que fuera, nunca la temieron, siempre marcharon adelante. Eso les da una categoría extraordinaria.
-¿Históricamente qué papel le atribuye a la VIII Asamblea del Partido Socialista Popular?
Blas: Esa fue la última que nosotros celebramos, y creo que tiene un mérito.
-¿Cuál fue el mérito?
-Pues ahí se trazó ya el camino de la disolución del Partido para ir a la formación del Partido Unido de la Revolución Socialista. A pesar de que hubo opiniones muy divididas y contradictorias, nosotros pudimos llevar a todos la convicción de que sólo la unidad absoluta del pueblo, sólo la unidad de un Partido podía garantizar la Revolución cubana frente a las cercanías del imperialismo norteamericano, y de su política agresiva, sin escrúpulos, criminal, contra nosotros, solamente eso es un gran mérito de la Asamblea. La justifica.
-Es un caso único en la historia.
Blas: No sé si es único o no, pero es un caso.
-Entre usted y el compañero Raúl Castro existen estrechas relaciones de trabajo y de cariño.
Blas: Sí, es verdad. Desde los primeros pasos de la Revolución. Raúl se ha destacado como uno de los grandes dirigentes al lado de Fidel. No por razones de familia, ni mucho menos, sino por su capacidad, por sus convicciones, por su gran esfuerzo, por su profundo sentido revolucionario, Raúl ha desempeñado y desempeña un papel sumamente importante en la Revolución.
De las instituciones, creo que una de las ejemplares, sino la más ejemplar de todas es las Fuerzas Armadas Revolucionarias, y hay que admitir que, desde luego, contando con lo que Fidel ha contribuido a ello, desde un punto de vista inmediato de realización de una política, de aplicación de las directivas de Fidel, Raúl ha jugado en eso un papel decisivo, porque él ha sido el eje alrededor del cual se ha tejido toda la organización de las Fuerzas Armadas Revolucionarias como una institución realmente extraordinaria en nuestra Revolución. El papel que juegan, la calidad de los mandos, como se ha ido desarrollando, se debe mucho a la actividad y a la lucha constante de Raúl.
Y no solamente se preocupa él de los problemas del Ejército. Raúl ha contribuido también muy fuertemente en la aplicación dadas por Fidel en el sentido de la institucionalización del país, el desarrollo de los órganos del Poder Popular, de todo lo que este momento estamos haciendo. De los avances en el Sistema de Dirección de la Economía y de la Planificación, etcétera, Raúl ha sido y un puntal de toda esa política.
Y, desde luego, nos tenemos mucho cariño, lo aprecio mucho y tengo una gran confianza, como de hermano hacia él. Un hermano, un verdadero hermano.
-¿Cuándo y en qué circunstancias se encuentra por primera vez con Fidel después del triunfo de la Revolución?
Blas: Bueno, nos encontramos pocos días después del triunfo de la Revolución. Si no recuerdo mal, fue una casa buscada por Osvaldo Sánchez. Éramos un grupo pequeño. Entonces estábamos intercambiando las primeras impresiones sobre la situación, sobre los problemas. Después las reuniones se hicieron ya regulares, semanales, presididas siempre por Fidel, y en las que se fueron viendo como se desarrollaban los asuntos. Y después no se han interrumpido nunca.
-¿Qué impresión le causó Fidel?
Blas: Fidel es una personalidad extraordinaria. A mí desde el primer momento me impresionó mucho en Fidel la capacidad de previsión, de ver lejos. Capacidad esa que califico de estratégica, combinada con la capacidad táctica de lo inmediato, de lo de hoy, de lo que está ocurriendo ahora. Y resolver lo que está ocurriendo ahora teniendo en cuenta el posible curso de las cosas. Eso es lo más impresionante de Fidel.
-¿Cuáles consideran los principales aportes de la Revolución cubana al movimiento comunista?
Blas: Primero la Revolución cubana demostró que en la época actual es posible que, incluso, un país pequeño, alejado del punto de apoyo que significan los países socialistas, puede, sin embargo hacer la revolución, llevarla adelante victoriosamente, derrotar las agresiones del imperialismo y construir el socialismo. Ese es un aporte real de la Revolución cubana. Un aporte que tiene el mérito que en esas condiciones, por sus propios medios pudo realizarse.
También pienso que la Revolución cubana ha dado un gran ejemplo de internacionalismo, que pone un énfasis muy grande en la virtud del internacionalismo como necesario a los pueblos para su victoria. Primero, la Revolución cubana tuvo un apoyo muy grande de los pueblos latinoamericanos, de los trabajadores del mundo, de los países del campo socialista. Ha tenido una gran solidaridad.
Y demostró que esa solidaridad era valiosa y definitiva, porque fue una ayuda fundamental para que la Revolución pudiera triunfar. Es decir, el internacionalismo se puso de manifiesto primeramente en el mundo hacia la Revolución cubana ha sabido correr todos los riesgos y enfrentar todas las dificultades para ser fiel a esa causa del internacionalismo, brindarles su misma solidaridad a los pueblos que han estado luchando en condiciones difíciles.
Solidaridad que ha tenido muchas manifestaciones: la solidaridad con Vietnam, la solidaridad con Angola, la solidaridad con Etiopía. Son diversas facetas de una cosa muy amplia que recorre en realidad todos los años del desarrollo de la Revolución. No en vano tuvimos aquí un ejemplo tan extraordinario de internacionalista como fue el Che. No solamente vino a luchar junto a los cubanos por Cuba, sino también en diversas partes del mundo supo también contribuir con su esfuerzo a afirmar las causas de otros pueblos.
-Fidel ha dado un extraordinario aporte al movimiento comunista.
Blas: El aporte de Fidel es incuestionable. Primero su influencia personal en el mundo. Lo que él significa. El peso tan extraordinario que tiene. Y pienso que no solamente en lo que se ve, sino también en lo que no se ve. Siempre en política es más lo que no se ve que lo que se ve. Considero que Fidel ha dado una contribución enorme al movimiento comunista. Ha reafirmado y comprobado en la práctica la justeza de los principios marxistas, del marxismo-leninismo como guía de la acción revolucionaria para la construcción del socialismo. En eso no hay ninguna duda.
Y todo lo que ha hecho Cuba está directamente relacionado con Fidel, con su decisión, con su gran capacidad de dirigente, capacidad extraordinaria, diría yo.
-¿Cómo le comunicaron la noticia del otorgamiento de la orden nacional «Playa Girón»?
Blas: Una sorpresa muy grande. Cuando Fidel empezó a hablar en la reunión del Consejo de Estado, me quedé así un poco sorprendido. Yo había preguntado de qué se trataba la reunión. ¿Cuál es el orden del día? Nadie me supo informar. Entonces me dije «vamos a ver». Primero pensé que era algo sobre el Festival. Después que Fidel comenzó a hablar supuse que era algo grave con respecto a algún compañero. Y realmente resultó algo grave para mí…
-Momento emocionante…
Blas: Pienso que lo que más me conmovió, que más hondo me ha llegado de todas las emociones por las cuales he pasado, fue el elogio público que me hizo Fidel al cumplirse 50 años de fundación del Partido Comunista.
Realmente muy generoso, más de lo que puedo haber merecido. Mi lucha ha sido enteramente dedicada al socialismo, ése es mi mérito, haberme mantenido así luchando siempre y creo que el mérito más grande que puedo tener es haber contribuido de verdad a la unidad que hoy tenemos. A través de una lucha de muchos años. Ese es un mérito del que estoy orgulloso, del que puedo enorgullecerme.
-Su vida ha sido una lucha constante.
Blas: Y de aprendizaje. Porque después de ingresar en el Partido seguí aprendiendo: aprendí en la vida, en las huelgas y en los libros lo que era la lucha de clases, lo que era el socialismo, lo que era el comunismo, lo que era la Unión Soviética, quienes eran Marx, Engels y Lenin. También aprendí de los compañeros que sabían más que yo. Aprendí en las reuniones y aprendí en la cárcel, las veces que estuve preso.
-¿Y ahora?
Blas: Ahora todavía sigo aprendiendo con los compañeros que me rodean y con los cuales trabajo. Desde luego, de quien más aprendo es del Jefe de la Revolución. Políticos como Fidel nacen pocos.
*Prestigioso periodista cubano. La entrevista se realizó en La Habana, en 1978. Blas Roca falleció en la ciudad de La Habana el 25 de abril de 1987, a los 78 años. Por decisión de la Dirección de la Revolución fue sepultado en el Cacahual con honores de General muerto en campaña.
Blas Roca Calderío: Políticos como Fidel nacen pocos
Por Luis Báez