Bogotá, (PL) Entre el abigarrado paisaje de vendedores, dibujantes y otros artistas callejeros, ancestrales tejidos amerindios asoman hoy en avenidas y parques bogotanos, algunos confeccionados al momento por representantes de la etnia embera chami, a la usanza de sus antepasados.
Recostadas a las paredes de muros y edificaciones, varias mujeres tejen a mano sus típicos collares y brazaletes, hechos con hilos de llamativas tonalidades.
Como María Zenaida, muchas vienen desde el departamento de Risaralda, donde radica el principal asentamiento de ese antiguo pueblo, aunque existen también comunidades en Quindío, Valle del Cauca, Antioquia, Caquetá y Caldas. Dedicados fundamentalmente a la agricultura, sus integrantes cultivan café, cacao, maíz, frijoles y caña de azúcar, además de practicar la caza, la pesca y en menor medida, la extracción de madera y oro.
Según estimados su población supera las cinco mil personas, quienes han estado en contacto desde siglos pasados con poblaciones mestizas y afrocolombianas.
Los dibujos que crean las embera chami son un medio de expresión artístico para representar la cosmogonía de la etnia, con técnicas que combinan telares de madera, ensartado y tejido con aguja.
Luego de recorrer una gran distancia, a cientos de kilómetros de las selvas húmedas donde habitan desde épocas lejanas, las artesanas elaboran y comercializan los preciados adornos en plena ciudad de Bogotá, para asombro de sus insaciables caminantes.
Acompañadas en ocasiones de sus pequeños hijos, permanecen por tiempo prolongado en espacios abiertos para moldear los Okama -el camino que recorre el cuello-, un collar de alto contenido simbólico, exclusivo de la mujer, en el que predominan refinados diseños geométricos, alegóricos al entorno natural. Según creencias, la prenda confiere gran distinción a las wera (sexo femenino).
Para los hombres crean los Otapa, en forma rectangular, todo un espectáculo de colores y tradición, a la vista de vecinos y visitantes.
Aprendimos de nuestras madres y abuelas, ahora continuamos esa costumbre, comentó a Prensa Latina una de las artistas.
Desde Caquetá emigró también a Bogotá otro grupo de los embera chami, para evadir los efectos del conflicto armado.
Rosa y su familia llegaron hace pocos meses a la capital del país, con reducido equipaje, sólo lo más imprescindible, como sus agujas e hilos de colores.
Lejos del peligro de los enfrentamientos bélicos y decididas a probar suerte en otro sitio, ella y sus hijas se buscan el sustento con lo mejor que saben hacer: los antiguos collares Okama.
Los más complicados requieren mucha imaginación y paciencia pues su confección demora hasta más de semana, asegura.
Tengo 60 años y hace casi 50 que hago estos accesorios, además de sonajeros y otros objetos, explicó mientras mostraba a los paseantes algunas de sus artesanías, expuestas en plena calle.
Probar suerte de un lado a otro a la caza de turistas es la rutina diaria, nos movemos a distintos lugares en busca de clientes, los extranjeros prefieren tanto los Okama como los Otapa, por su originalidad, agregó.
Muchos -dijo- quieren regresar a sus países con un pedacito de Colombia, así que se llevan parte del espíritu de los embera chami o gente de la cordillera.
Con un patrón de poblamiento disperso, sus hombres y mujeres viven en distintas comunidades andinas y se rigen por los designios de los chamanes.
Durante las últimas décadas sufrieron la reducción de sus territorios debido a la expansión de la frontera agrícola, así como al deterioro de los suelos. La confrontación interna es otro de los flagelos que los obliga a desplazarse.
Por lo general duermen en tambos o viviendas rústicas construidas con guadua (bambú), los cuales son ocupados por varias generaciones de una familia extensa llamada parentela.
Guardianes del monte, conviven en lugares de escenas únicas, privilegiados por la naturaleza.
En Colombia sobreviven cerca de 90 pueblos originarios, distribuidos en diversos escenarios del territorio nacional, y entre los más numerosos sobresalen los wayú, nasa, senú y pasto.
Según estimados los indígenas representan el 3,4 por ciento de la población del país, al superar el millón de habitantes.
De paso por la capital colombiana es posible tocar reliquias de una de esas culturas prehispánicas eminentemente oral, a salvo entre las delicadas manos de las mujeres y niñas embera chami.
Collares Okama, corazón del pueblo embera chami
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Por Adalys Pilar Mireles