Panamá, 21 dic (PL) Las esperanzas de que la mala yerba que cubre la memoria histórica de Panamá sea cortada y resplandezca su verdad, se ha renovado después de un cuarto de siglo de tergiversaciones en la conmemoración de los 25 años de la invasión militar de Estados Unidos.
Esa afirmación no se basa en el hecho de que este año haya sido más masiva la presencia del pueblo panameño en los actos por la efemérides, tanto en los oficiales como en los populares, incluida la Marcha Negra hacia el barrio héroe y mártir de El Chorrillo, sino en los conceptos que resurgen con la fuerza del tiempo.
Los Familiares de los Caídos, el Comité del Barrio Mártir de El Chorrillo, sindicalistas, estudiantes, educadores, organismos de derechos humanos y organizaciones sociales, han exigido que se proclame el 20 de diciembre como Día de Duelo Nacional y parece que más temprano que tarde lo van a lograr.
Por lo pronto, se logró dar un gran paso inédito hasta ahora, y fue que el presidente de la República, Juan Carlos Varela, casi todos los integrantes de su gobierno, y el arzobispo de Panamá, José Domingo Ulloa, participaran en la conmemoración.
Y no es que la presencia de ambos sea valorada solo como un triunfo y un reconocimiento de la lucha y perseverancia de los familiares para enfrentar el olvido a que los gobiernos anteriores han querido someter a las víctimas de la invasión, sino al firme compromiso expresado de investigar a fondo los verdaderos objetivos de la invasión.
Varela ha dicho que llegó el momento de sanar esa herida, un tajo mortal oculto bajo toneladas de chatarra política, pero dolorosamente abierta, que solamente se puede cerrar dejándola primero al descubierto para poder llegar a la verdad, y quien únicamente la puede encontrar es el pueblo panameño.
Es cierto que el presidente Varela no usó de la palabra en el acto, pero dijo que las demandas de familiares y víctimas de la invasión eran factibles y nombraría una comisión para estudiarlas que la encabeza la vicepresidenta y canciller, Isabel de Saint Malo.
Allí empezará oficialmente, y eso es algo inédito también, la investigación de qué y por qué de aquella horrible e impune matanza de los vecinos de un barrio humilde como El Chorrillo o San Miguelito, y no el insultante e increíble argumento de que fue para capturar al dictador Manuel Antonio Noriega por tráfico de drogas y lavado de dinero.
Como acaba de decir Noriega, cuya responsabilidad histórica es haberse convertido en cabeza de turco para justificar la masacre, no fue una invasión, sino un asalto porque Panamá ya estaba invadido con las 14 bases militares norteamericanas.
Hasta ahora los ejecutores directos del holocausto que puede haber cobrado más de tres mil víctimas, aunque jamás se sabrá cuántos en realidad murieron, no han sentido sobre sus almas ni siquiera el peso de la crítica, y el presidente George H. W. Bush, al igual que su hijo, se permitieron incluso repetir en Irak de forma multiplicada, el asesinato masivo cometido en Panamá.
Que Varela sea el primer mandatario en honrar oficialmente a los caídos en la invasión, marca la esperanza de que aquel intento de Ricardo Martinelli y su exministra de Educación Lucy Molinar de borrar la memoria histórica al eliminar la materia Relaciones de Estados Unidos y Panamá junto a la transformación curricular, quede sepultado y prevalezca la verdad.
Invasión de EE.UU. a Panamá: un enfoque diferente
Por Luis Manuel Arce Isaac