Sobre "Instrucciones para matar un caballo" de Manuel Becerra Salazar

Por Marcos Daniel Aguilar (@alephcircular)

(N22) Margarito Cuéllar (San Luis Potosí, 1956), destacado poeta radicado en la ciudad de Monterrey -ahí, al lado del Cerro de la Silla, tan equina imagen para hablar de caballos y poesía-, lanzó un proyecto que apoya y da a conocer la obra literaria de jóvenes escritores mexicanos, bajo la colección llamada Generación Y, cuyo presupuesto fue otorgado por el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes a través de su Programa de Fomento y Coinversiones Culturales 2012.

De los títulos que ha editado Cuéllar, destaca el de Manuel Becerra Salazar, un poemario titulado Instrucciones para matar a un caballo. No se asuste el lector, el título no es literal, se tratan de imágenes, metáforas, con el que el poeta, nacido en la Ciudad de México en 1983, arma una historia tutelar para darle sentido a sus pulsiones más íntimas y a éstas en relación con su vida o al menos con la vida de su voz poética. El caballo para Becerra Salazar es un prisma de símbolos que utiliza a lo largo de su texto donde la muerte, las sombras, la violencia e incluso la fuerza vital son sus significados primarios con los que construye sus versos para contar estas visiones.
Con una prosa poética, Becerra instala en una especie de prólogo a los animales como protagonistas. Mamíferos y seres acuáticos salen de a poco de un lago, en donde el lector con cámara de video en mano parece captar las andanzas de estos seres, así lo dice el poeta: “Viene un león que luce cansado y está mojado hasta el cuello. Tiene la melena tiesa por el polvo… Ahora sale un elefante y un hipopótamo de las profundidades de las aguas grises… Estamos encantados con este extraño suceso y esperamos con vértigo a las siguientes especies”. Y entre la fauna aparece el caballo, cuando el poeta habla con algún interlocutor y le dice tú, “que sabes que en la penumbra del cuarto vive caballo”.
¿Quién es, o qué será caballo para Manuel Becerra?, ¿por qué lo relaciona con la penumbra? El mismo poema lo develará. Según el autor, quien escribe es otro poeta muerto, el peruano Carlos Oquendo de Amat, por ello el tono lúgubre del canto a las sombras. En medio de este paisaje se escuchan sonidos latinoamericanos, de diversos orígenes, se halla el sonido rasposo de “la jarana, la mandíbula del asno. Yo, Carlos Oquendo de Amat, iluminado y muerto de tuberculosis, escribo”. Ese instrumento, que es una mandíbula, es una imagen de la muerte y de la reutilización del animal caído para crear música, tal vez ritual o festiva, pero el tono y los sonidos que se escuchan tras este trasteo son muy parecidos a los que crea el poeta francés Saint-John Perse en su Anábasis, donde coloca la imagen de la mandíbula equina como símbolo de la violencia ejecutada durante el proceso de la conquista de América.
Ese sentido tiene el poema de Becerra, el del viajero que espera conquistar un territorio, tal vez salir o entender los terrenos de la muerte. Conquistador a caballo, a lomo, o con la imaginación. En algún instante, el poeta, intercambia su cuerpo y se lo entrega al equino, y el animal, con generosidad instintiva, se lo da al hombre. Siendo la misma persona, el mismo ser, los costillares del caballo se convierten en el pequeño esqueleto del humano, pero no sólo eso, sino que su sexualidad e incluso el amor recaen en la vitalidad y ternura de esta bestia: “Están las líneas del pecho y el pronunciado costillar del cuerpo enfermo. Los huesos innumerables. Sus miembros reducidos a nada. Testículos y números ardientes que antes fueran su cuerpo ágil; y para el amor, un caballo. El rostro el ámbar. La muerte es una luz que atraviesa la piedra”.
Se podrá imaginar que a lomo comienza a trotar el poeta entre la vida y la muerte y en sus imbricaciones, como lo es el amor y el desamor, tan común en los humanos. Y el poeta comienza a jugar con estas siluetas y sus velocidades, si el caballo es la figura del amor, entonces éste o su desilusión se mueven al galope: “Tiene el caballo la velocidad para detenerse el corazón cuando viaja a la velocidad del sonido. El hombre, por su parte, desconoce esta virtud cuando va hacia el desamor a la velocidad de los caballos”.  El equino tiene la capacidad de detener su corazón con solo echarse a andar, pero el pobre ser humano, que no sabe que también puede correr con la misma prisa, no puede detener sus tristes latidos cuando presiente que la ruptura amorosa se aproxima.

Aquí el poeta utiliza ese singular sentimiento portugués, la “saudade”, para dirigir su paso arriba del cuadrúpedo. Juntos en la nostalgia por la nostalgia, que ya es melancolía, pasean por un campo de ausencias. Tal vez porque aquella mandíbula y esa penumbra del comienzo poético indicaron la muerte del ser amado e incluso de ellos mismos: “La anatomía de la saudade… en su capacidad de asombro sigue siendo el primer animal en la guarida mirando el temblar de la luz”.

En realidad es el miedo a la muerte, al vacío, a la oscuridad; miedo que el escritor manifiesta con versos y que lo contrapone con la robustez y la belleza del que tiene crin, al decir que “Hay que tener el corazón puesto en hielo para no dejarse atormentar por la vida cuando se aleja… y tenga presente que éste, como la garganta de los caballos, es duro si se hunde con mano sensible”.
Por ello, estos animales que apasionan tanto, dan la impresión de ser eternos o al menos de obtener tal aceleración que hacen creer que pueden escapar a la muerte, y si la vida es el reino de cada individuo, el poeta no duda en escribir, a la manera de un haikai japonés, “Da al caballo un reino”, pues es el único que lo merece. Pero no sólo el caballo es sinónimo de la muerte, también lo es de la vida, de los elementos más tenaces de éste, como lo es el pensamiento y la concentración.
Manuel Becerra Salazar lo relaciona con la forma de reflexionar del poeta japonés Yoshii Isamu, quien “camina montado en su pensamiento que es un caballo”. Pero por más concentrado que esté, y eso ocurre en muchas ocasiones, su concentración es destruida cuando le llega la imagen de la mujer amada o deseada, y ante eso ni la fuerza y el ritmo acompasado del equino pueden ayudarlo: “Y construye y deshace su pensamiento cuyo significado, frente a una mujer, desaparece como las huellas de las bestias en la nieve”.
¿Es la belleza o es la fealdad de la decadencia?, ¿dónde está lo hermoso de la existencia, en los rostros o en el espíritu noble? Tal vez sea una máscara, dice el poeta, una máscara de ébano que oculta la realidad. ¿Y cómo es esa máscara? “Tiene rastrillada en el entrecejo una arruga que se ensancha porque aspira las flores de la memoria y luce una cabellera paralizada como la de los caballos de feria. Aunque sus labios sonríen en otro tiempo, sus dientes grandes son residentes en una madera recién lavada”.

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