UNA PELÍCULA SIN IGUAL

Por Salvador Mendiola

Hace cincuenta años se realizó el Concurso de Cine Experimental donde resultó triunfadora la película La fórmula secreta de Rubén Gámez. Cuando iniciaba la decadencia del cine mexicano de la época de oro, este concurso fue un intento gubernamental por darle un nuevo aire a la prducción y sus contenidos. El resultado fue muy positivo; pero no tuvo continuidad. Se logró reunir un conjunto interesante de películas con nuevas temáticas y propuestas de montaje, abriendo oportunidades para un conjunto de creadores de cine entonces al margen de la industria, pero no totalmente afuera de ella.
La película de Gámez ganó de modo indiscutible. Era la única realmente «experimental» en todos sentidos; pero de una experimentalidad anacrónica, que corresponde más a los ejercicios de la primera mitad del siglo XX, no así a los del momento en que es filmada. Lo más próxima que está del cine de la nueva ola francesa es por el lado de Chris Marker, y de un modo muy difuminado, menos comprometido con la política de lo esencial.
Su género cinematográfico es muy ambiguo, pues igual funciona como una docuficción que como una ficción documental. La trama es alegórica y el montaje no sigue las normas del modelo institucional («Hollywood»). No existe un relato lineal, no es una ficción novelesca con personajes; son un conjunto de escenas alegóricas de diversos contenidos y duraciones. El punto de partida es criticar lo que Gámez considera una pérdida de la identidad nacional, ya que la «fórmula secreta» es la de la bebida Coca-Cola. Sin embargo, el discurso no ofrece una respuesta clara contra la transculturación que México vive a mediados del siglo pasado.
Por otro lado, fuera del discurso nacionalista reaccionario, hay secuencias que operan como radiografías del espíritu económico-político impuesto por los gobiernos priistas sobre la nación, lo que trajo el triunfo de los grupos del norte y principalmente de Sonora al final de esa terrible matazón que aún llamamos revolución mexicana. Un progreso ambiguo, pues se avanza en lo material; pero todo es equívoco en la política real. Comienza la «dictadura» más de la SEP que del PRI.
Una secuencia de gran potencial alegórico ocurre casi al final de la película. Entonces vemos la persecución de un burócrata por parte de un charro a caballo, hasta que lo laza como si fuera una vaquilla y lo hace caer por el suelo, cosa que ocurre en las calles del centro histórico de la ciudad de México. Tal ha sido la conducta de los grandes sindicatos charros sobre el gobierno, desde los tiempos de Fidel Velázquez hasta la negra noche de la CNTE y el SME.
Otra secuencia de gran peso en la metáfora es donde vemos cómo es destazada una vaca vieja. Algo que ahora se ve como un escandaloso exceso de sangre y violencia. Un reto para la interpretación positiva. Y un momento trascendental como cine es la secuencia del principio de la película donde una sombra de águila vuela en giros sobre la plancha de concreto del Zócalo o centro en sí de la gran ciudad.
Considerada como «surrealista», esta película no corresponde al surrealismo francés de los manifiestos y André Breton. Es un surrealismo materialista, donde la oniria no corresponde de modo directo a las propuestas de Freud y el psicoanálisis. Un surrealismo barroco, sublevado y sublevante, como las obras americanas de Remedios Varo, Leonora Carrington y Frida Kahlo; aunque, ya entonces, desde una imaginería más realista y naturalista, más populárica y sin la simbología y las imágenes de lo hermético ilustrado. También es un «barroco» emancipado, que no discurre dentro de los cánones de la estética y la hisotira del arte; un barroco como anomalía y contradicción, y por tanto indefinible, asombroso.
Ésta fue la primera y casi única película de Gámez. Tardó más de treinta años en filmar la siguiente, Tequila. Pero no consiguió superar lo planteado en la primera, más bien lo parodió y llevó hasta la vaciedad de sentido. Por eso es una película sin igual. Un caso único dentro de la historia del cine mexicano. Una diferencia que con el paso del tiempo ha devenido en su principal virtud.

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