Ross Robertson, el descubridor de las profundidades

Por Osvaldo Rodríguez Martínez

Panamá (PL) «Esto es mi vida», así resume el doctor australiano Ross Robertson las décadas empleadas en rastrear los fondos marinos para estudiar el silencioso mundo de los peces, desde aguas someras hasta profundidades superiores a los 300 metros.
Hace 43 años se dedica a esos estudios que lo fascinan, aunque recuerda que desde pequeño hacía algunas estancias en la casa de la familia en la isla de Nueva Guinea, al norte de Australia, y allí se dedicaba a observar el hábitat subacuático.
Cada nueva especie descubierta es como arrancarle un secreto a la Naturaleza y el científico del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI, por sus siglas en inglés) de Panamá, en entrevista con Prensa Latina, compartió su idea de que en las profundidades del Mar Caribe al menos la mitad de su fauna aún es desconocida por el hombre.
La costa de la isla caribeña de Curazao, la mayor de las Antillas Holandesas, se convirtió en polígono de exploración para Robertson y su colega Carole Baldwin, tomando en cuenta las facilidades logísticas y el perfil del fondo, que a pocos metros de la costa el arrecife hace una pronunciada pendiente.
«Para bajar a esas profundidades se necesita un submarino y allí utilizamos el Curasub (destinado al turismo), que puede llevarnos hasta los 320 metros bajo el nivel del mar, en una cabina presurizada, con un domo de cristal para la visibilidad», explicó el científico.
La nave cuenta con un succionador para tomar muestras de peces e invertebrados, además de luces, cámara de video y fotográfica -explicó-, y una vez capturados, adormecen las especies mediante anestésicos, para trasladarlas y realizar el estudio en la superficie.
Con tales instrumentos lograron descubrir al menos unas 30 nuevas especies, actualmente varias en clasificación y descripción de sus características; «todas encontradas en un área muy pequeña», precisó y anunció que en septiembre hará una nueva expedición a Curazao.
El primer ejemplar descubierto se convirtió en noticia recientemente en medios científicos, pues se trata de un gobio de arena amarillo con manchas, bautizado con el nombre de Coryphopterus curasub.
«Es tan pequeño, que nos percatamos de su captura cuando miramos dentro del recipiente con agua y arena», señaló Robertson y con sus dedos mostró las dimensiones que no pasan de un par de centímetros.
Los gobios son la mayor de todas las familias de peces marinos, con cerca de dos mil especies agrupadas en más de 200 géneros, aunque algunas viven en agua dulce.
Sobre las inmersiones el explorador explicó que «habitualmente estamos cuatro horas bajo el agua, hacemos conteos de peces a diversas profundidades y recolectamos.»
Un problema sería traer hasta la superficie individuos vivos, y sobre ello aclara que cuentan con dispositivos para subirlos por etapas, sin que se afecten por los cambios bruscos de presión, porque de lo contrario se reventarían sus cuerpos.
«En Curazao muestran en un acuario ejemplares que habitan a gran profundidad y que fueron adaptados mediante ese método», precisó.
Demostrar que están ante una especie nueva, requiere de un minucioso análisis que incluyen características morfológicas, colores, y pruebas de laboratorio donde se analiza el ADN, se observa en microscopio, entre otras múltiples acciones.
«No tenemos idea en todo el Caribe cuántos nuevos tipos de peces podríamos encontrar en las profundidades, porque si hoy se conocen unas mil 600 especies, pudieran existir igual cantidad que nunca hemos visto o estudiado», adelantó el científico, quien presentó recientemente su hipótesis en una conferencia internacional. PECES GEMELOS EN AMBAS COSTAS DEL ISTMO
Una prueba más de la formación del Istmo de Panamá, es que en ambas costas la fauna marina es similar y con poca o ninguna diferencia, las especies llamadas gemelas, habitan en el Caribe Oriental y el Pacífico, entre ellas las comerciales más conocidas como pargo, camarón, langosta, corvina, atún y otros.
«Algunas pudieron incluso atravesar el Canal de Panamá, principalmente ejemplares que nadan rápido, y que se adaptan fácilmente al agua dulce», opina Robertson.
Estudios de la formación de la franja de tierra que actualmente ocupa Panamá, arrojan que su erupción separó mares y como consecuencia igualmente la fauna subacuática.
Sobre la alarma desatada en la región por la presencia del voraz «pez león», explicó que al parecer unos individuos escaparon o fueron liberados de un acuario en Florida, Estados Unidos, hace unos 15 años, y hubo una rápida proliferación de la especie en todo el Caribe, aunque se reportó recientemente también en Brasil.
«No dudo que pueda aparecer del otro lado del Atlántico, pero no toleran el agua dulce, así que no pueden pasar a través del Canal al Pacífico oriental», señaló el especialista, quien explicó que por lo general las especies caribeñas no han creado mecanismos de defensa contra el intruso.
«Lo único bueno es que su carne es muy sabrosa y no resulta difícil pescarlo, pues se siente seguro con las espinas venenosas que lo cubren», no obstante, él desconoce si esto es un «desastre ecológico», como algunas personas califican a la invasión de esa especie y piensa que el equilibrio lo creará el propio medio natural.
Roberston tiene más aspecto de un viejo lobo de mar, que de un sabio científico sobre los peces lo cual realmente es; la poblada barba blanca y la tez algo tostada por el sol tropical, acercan su imagen a un diestro marino.
Hace fuerte ejercicio y viaja en bicicleta 25 kilómetros diarios en la madrugada a la calzada de Amador, donde se encuentra su oficina en el laboratorio del Smithsonian, en la Isla Naos, ubicado en la entrada pacífica del Canal interoceánico, realiza sesiones de nado y dice sentirse bien como para bucear a pulmón en busca de arrancar secretos al mar.
Sueña con explorar las costas de Cuba y mostró un libro de especies marinas de la plataforma de esa isla, de un autor cubano, con el cual ha trabajado en algunas de sus investigaciones.
Cuando no está dentro del agua, pedaleando en su ciclo, o disfrutando de los árboles en su pequeño refugio campestre de la central provincia de Coclé, está sumergido en las pantallas de su computadora planeando la siguiente expedición y aprendiendo un poco más de lo que constituye su obsesión: los peces.

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