*Ahora, Infiltrados
*Faltan Cuatro Años
*Urgencia Ciudadana
Se fue noviembre y con el mes la posibilidad de que la solicitud de licencia del titular del Ejecutivo federal se diera antes de la mitad de su periodo. Desde hace ya un año, el sistema se brincó la hipótesis sobre la convocatoria a nuevas elecciones y de irse el señor peña sería reemplazado por un presidente provisional para terminar el actual periodo constitucional; y en este caso el PRI alegaría su derecho de prioridad basándose en que para este partido fue la “victoria” electoral en 2012 con el pobre consenso del 38 por ciento de los sufragios emitidos, uno de cada cuatro empadronados. Una legitimidad muy ligerita, diríamos sin considerar las triquiñuelas finales ya de todos conocidas. ¿A quién le tocó despensa, monedero o bono? Claro, faltaría que hablara la ciudadanía y en esta controversia este columnista participa.
En tres años de gobierno, el señor peña ha demostrado no saber gobernar. Los empresarios felices aducen que las exportaciones han aumentado y está “sólida” la economía, aunque los mexicanos comunes no tengan un centavo en los bolsillos y observen, angustiados, la paulatina disminución de su poder adquisitivo. Recordemos que las crisis benefician con creces al gran capital y, por supuesto, a los aliados del mandatario en funciones, incluso durante el “saqueo” de divisas de 1982 –cuarenta mil millones de dólares-, cuando no pocos se ufanaron de haber realizado el mejor de los negocios al vender bancos quebrados y recibir después de la perentoria estatización –sólo fueron unos meses- las más altas indemnizaciones pagadas por el gobierno a particulares en la historia. Dos veces ganaron los multimillonarios a costa de la pérdida de los ahorros de la mayor parte de los mexicanos, cuantos no somos herederos de fortunas inmensas y hemos debido remar a contracorriente desde nuestra emancipación con título profesional en mano. Ya van, en mi caso particular, treinta y nueve años nada menos.
La conducta más perniciosa del actual régimen, sin embargo, no es la ausencia de megaproyectos –alguno rechazado como la adjudicación para construir el tren rápido entre la ciudad de México y Querétaro, lo que nos costó pagarles a los chinos, sólo a ellos y no a sus socios mexicanos entre quienes se encontraba el cuñado de carlos salinas de gortari, 480 millones de pesos como compensación-, ni la parálisis en cuestión de obras públicas útiles y no de relumbrón, sino el hecho de que el mandatario rectificara una de las decisiones iniciales que condenaban, sin remedio, a su antecesor, felipe calderón, el presidente de la violencia –aunque el título está a punto de cederlo-, quien además había permitido y signado la “cooperación” de los marines estadounidenses dentro de la Armada de México. Por eso, claro, los principales operativos contra las mafias, muy bien realizados como uno de los mayores actos de simulación pública, pasaron a ser responsabilidad de ésta.
En un principio, peña se negó a avalar semejante invasión disfrazada. Decidió el retiro de los marines por dignidad nacional, cuando parecía andar con buen pie en las primeras semanas de su administración; pero fue un suspiro: en su primera visita a México tras la asunción de peña al poder, el norteamericano Barack Obama no mostró buena cara al no poder convencer a su colega mexicano de aceptar, de nuevo, la “ayuda” brindada. Y se fue con el rostro descompuesto y una altanería insoportable que, por supuesto, se modificó el retornar y visitar Toluca en 2014, más bien el célebre Cosmovitral, con la sonrisa en los labios: peña había cedido sin informar de ello a la todavía manipulable opinión pública, integrada por elementos con altos niveles de vida y algunos que nos informamos por obligación.
Pero lo que no sabíamos, hasta hace muy poco –lapso para confirmar la especie-, es la expansión de la “cooperación” vecinal a modo de entrometerse también al ejército a través de agentes especializados en motines, intentos de asonadas y alborotos públicos. Y ya están aquí: son algunos de quienes, gozando de impunidad total, vestidos como civiles, se introdujeron al final de las manifestaciones recientes para reventarlas con actos vandálicos cuando fue clara la decisión de quienes marcharon en no caer en provocaciones ni incitar a la violencia de modo alguno. La ciudadanía encarna la soberanía popular y es tal lo que debiera bastar para exigir, como se ha hecho con gritos cada vez más ruidosos y escuchados hasta el último confín del mundo, exigiendo una salida, quizá la única posible, para atenuar el rencor general y la decepción de muchos: ¡fuera peña!
Cualquier hombre público ante un repudio tan grande –su esfinge fue quemada en la Plaza de la Constitución el pasado 20 de noviembre de 2014, una fecha emblemática, acaso recreando el dolor de quienes pudieron ser quemados vivos, de acuerdo a la versión oficial ya poco tomada en cuenta, en la sierra de Iguala, muy cerca de Pueblo Viejo, en la terrible noche del 26 de septiembre-, tomaría precauciones. Y en este caso sólo hay dos: retirarse o reprimir. Si sucede lo segundo actuará peor a cualquiera de sus antecesores; si actúa con civilidad podría salvar cuanto pueda quedarle de prestigio y atender la enfermedad que avanza por dentro. Es muy obvio cómo procedería cualquier personaje inteligente y civilizado.
No es que adoptemos una posición radical sino, más bien, insistimos en que la creciente ola de indignación será difícil de ser detenida porque las matanzas no cesan aunque se divulguen en apartados interiores en los diarios de circulación nacional. Por ejemplo, en aquel jueves 20 de noviembre, siete personas fueron asesinadas y cinco más heridas por un comando de criminales armado con exageración; no se ha revelado si fue o no una vendetta o sólo una de esas supuestas “equivocaciones” como las que marcan las indagatorias judiciales hoy en día. Pero el hecho existió y no ha sido sumado a los sacrificios de veintidós civiles en Tlatlaya –a quienes se difamó al ser estigmatizados como secuestrados sin que la versión del mando castrense pudiera confirmarlo-, y a los cuarenta y tres jóvenes “desaparecidos”, más bien muertos de una forma que nos reduce a los tiempos del medievo, en Iguala y posiblemente incinerados… vivos. Ni siquiera se les ofreció, como en la Edad Media, la posibilidad de optar por la muerte con “garrote vil” y librarse de las llamas infernales: ninguno de ellos, si hay vida eterna, conocerán otro inframundo; sus verdugos, desde el más alto, sí. Luego vendrían las matanzas de Tanhuato, Apatzingán y otras más promovidas por la ambición y el dinero sucio resguardado por sicarios y tomado por la soldadesca.
Sobras las razones, por tanto, para reprobar las acciones oficiales en dos años de mentiras, pactos frustrados, obras prometidas que suelen beneficiar a la parentela del propio señor peña –sus hermanas Verónica y Ana Cecilia son comisionistas en la constructora hispana que realiza el trazado del ferrocarril de alta velocidad entre la capital y Toluca, el ombligo peñista sin que suena peyorativo a los mexiquenses también indignados-, la asunción de la partidocracia a costa de chantajes soterrados y el recrudecimiento de una violencia que pareció amainar, sólo eso, cuando en realidad se ocultaba a los ojos de la sociedad la continuidad de los horrores: casi ochenta mil muertos y diecisiete mil “desaparecidos” en un lapso ya condenado por la crónica nacional.
Por cierto, rectifico: en la dictadura argentina se habló de treinta mil “desaparecidos”, incluyendo a los asesinados. Y en México, en los siete años recientes –cuatro bajo la batuta de calderón-, sumamos ciento ochenta mil cadáveres y treinta y cuatro mil “desaparecidos”, posiblemente ya muertos pero sin señales específicas, los que nos da un total de doscientos catorce mil víctimas, sobre seis tanto más a los acreditados a los tiranos militares de la nación propensa a los matriarcados y a las oligarquías. Basta comparar las cifras para sentirnos sin amparo posible, despojados de toda defensa, abandonados a nuestra oscura suerte a manos de una clase política criminal, sin moral alguna, llena de sujetos despreciables que pueblan incluso a los partidos de oposición al grado de cooptar a los líderes naturales y desviarlos de sus afanes. La izquierda es un buen ejemplo; pero también en la derecha hay casos de nepotismo y enriquecimiento ilícito por demás grotesco. ¡Y no se hable del PRI con la cauda de arturo montiel rojas, tío de enrique peña, sentenciado en los juzgados franceses y protegido por los mexicanos!
¿Puede avizorarse futuro con tal presente y tal pasado? Sí, pero debemos para ello formar y orientar correctamente a nuestros jóvenes; ellos son el legado y la esperanza.
Mirador
Precisamente, hace unos días, un joven periodista, en pleno amanecer de la vocación, me entrevistó para su programa: “Nosotros también Opinamos”. Y vaya si lo hacen; dialogué con él durante más de una hora a cámara abierta y, de pronto, me sorprendió con una pregunta digna de mejor de los profesionales:
–Si, contra los que muchos opinan, peña se queda en la Presidencia; ¿cree usted que pueda recuperarse y gobernar con el apoyo general los siguientes tres años?
La respuesta era, desde luego, de difícil asimilación pero, ante la sinceridad del entrevistador casi inocente, no tuve otro remedio que responder con un rotundo “no”. Pero no fue por animadversión o deseos de perturbar a nadie; sencillamente es imposible recomponer las cosas cuando se ha perdido la credibilidad y se ha azuzado el rencor público. Las residencias de “La Gaviota”, los viajes contraproducentes –el reciente e inoportuno a China y Australia sólo arrojó vergüenzas como el reclamo de los empresarios chinos que se llevarán millones sin haber clavado una sola riel y el grotesco incidente en el más sofisticado antro de Australia en donde la primera dama, Angélica Rivera Hurtado, se divirtió de lo lindo-, las declaraciones de bienes incompletas y además, en el caso del presidente, sin incluir los bienes de la consorte y de sus hijos como es obligatorio aunque pretendan interpretar lo contrario, han desdibujado por completo su autoridad moral. Sí, es muy difícil construir un prestigio –aun cuando se base en los efectos mediáticos- y muy fácil acabar con el mismo. En tres años, el capital político del mandatario se ha esfumado y no volverá; no tengo duda de ello por la ausencia notoria de sensibilidad política y social de éste y la creciente oleada de indignación general. Ni con una marcha atrás se salvaría.
Si alguna vez, de verdad, peña nieto quiso actuar como patriota, se quedó en la estación del tren sin poderse subir al vagón de la historia.
Por las Alcobas
La ciudadanía tiene urgencia por salir del atolladero; es tanta que se observa el malestar por las calles, sobre todo por la irritabilidad que flota en el ambiente. Cualquier pretexto es bueno para entablar discusiones aireadas e incluso algo más. Se puede partir el aire con un cuchillo.
–¿Por qué incita a la violencia? –me preguntó una señora evidentemente trastornada y quien se dice periodista sin serlo con un hijo, eso sí, uniformado y cooptado por el sistema; no todos los policías lo están, cabe subrayar-.
Le exigí que demostrara su afirmación y no pudo hacerlo sencillamente porque he actuado, en todo momento, en sentido contrario: si reclamo la salida de peña es porque creo que es la manera de evitar un baño de sangre ante la marea alta de la indignación. Y esto no es sino una advertencia por la angustia que siento al observar a mi país envuelto en una llamarada.
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