*Soberanía o Autonomía
*Carrera para Catalanes
*Viene el Papa, no Dios
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Las naciones son soberanas porque no reconocen un poder superior al del Estado y, por ende, no admiten injerencia alguna sobre sus rectorías políticas, financieras y, sobre todo, sociales. Por desgracia, en nuestro México esta condición está hecha añicos desde el momento mismo en el que, en 2000, la alternancia en el Ejecutivo federal derivó del visto bueno de Washington con el requisito indispensable: el voto de más de catorce millones de mexicanos. En cuanto a la economía estamos bajo el orden impuesto del Fondo Monetario Internacional (FMI) y no podríamos asimilar la mano de obra de los millones de emigrantes y compatriotas porque perderíamos los equilibrios comunitarios que sostienen, con algodones, un endeble conformismo.
No somos, en sentido estricto, una sociedad soberana por cuanto nos asfixian la expansión cultural de Estados Unidos, el poderoso vecino del norte, y la cauda que nos ata a las tradiciones hispanas hijas de una ocupación de cuatro siglos bajo el obtuso criterio de la casa real española con cálculos ambiciosos desbordados que, por cierto, mantienen en línea similar los consorcios hispanos cuya habilidad mayor consiste en seguirnos saqueando con la complicidad de altos funcionarios adictos al reino ibérico, nostálgicos acaso de la dictadura y la monarquía artificial, modelos caducos en la era de la democracia… simulada.
Debo confesarles que me repele, hasta el grado de enfadarme sin remedio, cada mención al presidente estadounidense calificándolo como “líder del mundo libre”, cuál si fuere unas especie de título nobiliario por encima de las soberanías ajenas y sin el menor consenso de éstas para aceptar semejante “superioridad” sólo acreditada por la fuerza de las armas y el indecoro de la especulación financiera proveniente de Wall Street.
No puede designarse líder universal –con la excepción de los islamistas a quienes se estigmatiza como terroristas, lo son, sin detenerse a pensar en la diferencia atroz entre la gran potencia del orbe y la miseria de sus pueblos-, quien acomoda las fichas del tablero para beneficiar a sus coterráneos bajo el sambenito de que la vida de uno de éstos merece cobrarse la de cien “extranjeros”, cuando menos, así sean oriundos de sus satélites territoriales.
Con la perogrullada del poder bélico ilimitado nos imponen conductas alejadas de nuestra idiosincrasia. Los mexicanos, desde hace varias décadas, hemos sido bombardeados por la potencia norteña aun cuando no se hayan arrojado misiles sobre nuestro suelo patrio; las afrentas van dirigidas contra nuestra formación acaso para aniquilar dentro de nosotros toda concepción de nacionalismo y patriotismo exacerbando la teoría de la globalización.
¿Cuándo comenzó a afirmarse esta tendencia? Desde siempre si observamos el dramatismo de nuestras pérdidas, la mitad de nuestro suelo nada menos, por la veleidosa actitud, siempre cobarde, de mandatarios infames y traidores disfrazados de borregos y capaces de ir a buscar príncipes extranjeros para instalar un imperio espurio. Pese a ello, en la era moderna, fue durante el régimen de miguel de la madrid hurtado, uno de los más nefastos personajes del priísmo autoritario –aunque su aparente mediocridad ofuscara a los analistas-, cuando se renegoció la deuda externa rechazando la posibilidad de unir las voluntades y las riquezas de América Latina para enfrenta al agio anglosajón. Fue ésta, sin duda, la mayor traición cometida contra México hasta el arribo de enrique peña nieto a la residencia oficial de Los Pinos con pretendidas extensiones a la “casa blanca”, la de las Lomas y la de la avenida Pensilvania en la capital norteamericana.
¿Han notado que los estadounidenses se proclaman simplemente “americanos” y denominan América al conjunto de sus estados confederados? Esto es como si no existiera nada más hacia el sur o el norte considerando que Canadá es aún un extraño protectorado británico si bien con mayor autonomía de acción que la soberanía mexicana. Una tremenda confusión conceptual que se extiende sobre los planos diplomáticos y los reduce a la confusión prepotente de cuantos mandan desde la oficina oval, una especie de templo demoníaco en donde pende el mundo bajo la voluntad de un solo político electo por los norteamericanos pero con dominio supuesto sobre “el mundo libre” al que, contradictoriamente, someten y afrentan con los privilegios concedidos a la Unión Americana.
Insisto: bajo estas condiciones insistir en nuestra soberanía nacional sólo remite a la lejana “Doctrina Estrada” que, desde el gobierno de Pascual Ortiz Rubio –quien fue aplastado por el maximato correoso y cercano a los Estados Unidos-, marcó el linde de nuestra dignidad frente a las potencias asfixiantes; fue, desde luego, el muro de la legalidad, en defensa a la autodeterminación de los pueblos, que se erigió mucho antes al de la ignominia, de metal y concreto, que debiera ser llamado “Casa Blanca” para exaltar el cinismo institucional de sus perentorios mandatarios xenófobos.
Hoy, en México, el debate toca a la Conferencia Nacional de Gobernadores, lista a secundar al gobierno federal -¿acaso la CONAGO no fue creada como contrapeso y no para que fuera otra institución de acompañamiento del presidente en curso?-, en cuanto a sus argumentaciones sobre el mando policiaco único cuando, insisto, nadie ha evaluado en forma a los soldados ni a los miembros de la infiltrada Armada –considerada más confiable pero con marines estadounidenses al frente de los operativos claves-, pero sí a los gendarmes estatales o municipales a quienes se les ha señalado por rendirse ante los grandes capos para salvar sus vidas y las de sus familias. Una tremenda paradoja.
El conflicto surge cuando los mandatarios estatales renuncian a la pretendida “soberanía” de sus respectivas entidades bajo la presión del centro neurálgico del país en donde la contaminación suele ser mucho mayor, cuando ellos deberían ser los primeros en preservar esta condición que, de hecho, jamás ha existido: debería hablarse de autonomías, como ocurre al otro lado del Océano Atlántico-, porque están sometidas a un poder más alto, el otorgado por la Constitución General de la República, misma que norma las interrelaciones de los treinta y un estados, además del Distrito Federal, con el gobierno central –no federal en cuanto a la inoperancia de este término-, y las de los municipios con respecto a las autoridades de cada entidad. Ello entraña, claro, límites y derechos que, por desgracia, no respetan los virreyes federales ni el presidente de una República carcomida por la indiferencia general y la propia apología presidencialista.
La CONAGO va directo al precipicio, perdido su importante papel de contrapeso y no de institución fracturada por su conducta disciplinaria ante el Ejecutivo federal. Por ello es tan importante su rescate si bien éste sólo podría darse con la decidida anuencia de los gobernadores quienes, de plano, han retornado, de nuevo, a la senda del cacicazgo nacional que se ejerce desde la residencia de Chapultepec. No hay duda de ello: la renuncia de cada gobernador que olvida su propia representatividad en aras de asegurar su futuro personal, es un nuevo peldaño para abajo que conduce, sin remedio, hacia el abismo republicano.
Si las entidades no pueden ser siquiera autónomas –lo de la soberanía es un grave error conceptual que debiera corregirse en lugar de abonar rendiciones estructurales-, mientras se mantenga en auge el autoritarismo presidencialista, el mal mayor y putrefacto del sistema político mexicano. Sólo para una cosa sirvió el gobierno de la derecha a través de doce años: los gobernadores, en su mayoría de origen priísta, se blindaron contra un gobierno “federal” acorralado y les funcionó hasta la victoria, en 2012, del PRI y sus viejos vicios, sin ninguno de los cambios pretendidos, bajo el peso de una democracia enclenque.
A fin de cuentas, los términos y los conceptos –está visto-, no construyen gobierno por encima de las ambiciones los partidarismos y las alianzas socarronas y desgastantes como las que, de nueva cuenta, se darán en este 2016 sin reparar que los gobiernos emanados de ellas desde 2010 han sido soberanos fracasos. Basta citar a dos de los que tenemos a la vista: Sinaloa, con Mario López Valdez, y Puebla bajo el fino calzado de Rafael Moreno Valle.
E El federalismo ha muerto; la soberanía también.
Debate
El catalanismo dio la pauta. El partido vencedor, ante la imposibilidad de llegar a acuerdos de gobernabilidad con los demás institutos políticos, y pese a la pretensión reeleccionista del mayor de los independentistas, Artur Mas, debió ceder la presidencia de la Generalitat a quien ocupó ¡el tercer sitio! en los comicios autonómicos: Carles Puigdemont, miembro de Convergencia Democrática, como una suerte de revolución institucional con una meta definida, precisamente la escisión de España.
Para colmo, además, el llamado “país vasco” vuelve a soliviantarse en demanda de sus presos, los etarras distribuidos por todo el territorio español, para que sean llevados a sus cárceles desde donde cualquiera puede seguir la senda marcada por “El Chapo” en cuanto a fugas; algo tenemos que exportar.
En medio de las discusiones, el parlamento español, por primera vez desde la muerte del dictador Franco –sigo sin entender cómo nadie fue capaz de derribarlo-, se fractura en cuatro con el arribo de dos nuevos partidos: uno de izquierda, Podemos, con acentos mesiánicos al estilo del icono mexicano; y otro, emergente de derecha, Ciudadanos, que obtuvieron, respectivamente, sesenta y nueve y cuarenta posiciones. Las fracturas parecen inminentes con un presidente español, Mariano Rajoy Brey, franquista por cierto y gallego, sin manos ni brazos lo suficientemente largos para dimensionar sus políticas de Estado.
La parálisis legislativa, como en México, es el primer paso firme para la desintegración y/o el estado fallido. Estamos igual.
La Anécdota
El responsable de organizar la cercana visita del Papa Francisco, el Obispo Eugenio Lira Rugarcía, aseguró que con la llegada del Pontífice de Roma “es Dios” quien se manifestará a través de él.
En la tierra sólo pedimos congruencia. Por ejemplo, si el Papa Bergoglio no puede dejar de ir a la Basílica de Guadalupe, según insistió, ¿por qué no lo lleva el cardenal Norberto Rivera Carrera a visitar el “templo” de Juan Diego que le fue ofrecido a Juan Pablo II, engañándolo? En el seno de la Iglesia también hay muchos enjuagues que resolver.