La Habana (PL).- A Barry Bonds lo comparan con grandes perdedores del deporte. Logra conseguir un lugar junto al ciclista francés Raymond Poulidor, segundón del Tour de Francia; Viktor Korchnoi, brillante talento de Leningrado que nunca conquistó un título universal de ajedrez; o con la selección de Holanda, incapaz de ganar una Copa del Mundo de fútbol.
Ello, porque el jugador, único con más de 700 jonrones y 500 robos de bases en las Grandes Ligas de Estados Unidos (MLB, por sus siglas en inglés), más siete premios de Jugador Más Valioso en el mejor béisbol del planeta, no pudo conquistar la Serie Mundial, y dejó los diamantes entre abucheos debido a la investigación por posible uso de drogas para mejorar su rendimiento. Incluso, tampoco ganó la triple corona (premio al líder en promedio ofensivo, impulsadas y jonrones en un campeonato), aunque «lo intenté, en serio lo hice, pero tenía a tipos como Tony Gwynn en el camino», como él mismo declarara alguna vez, con pesar poco disimulado.
Para colmo de males, una vez retirado no pudo obtener siquiera el 50 por ciento de los votos en sus cuatro años de elegibilidad para ingresar al Salón de la Fama de Cooperstown y recibir así el máximo honor posible: la inmortalidad.
Y de todos sus infortunios deportivos ninguno le frustra más, precisamente, que la posibilidad de terminar lejos del nicho donde brillan Babe Ruth y Willie Mays, con quienes, dicen muchos especialistas, se disputa el primer lugar en el ranking de los mejores peloteros de todos los tiempos.
Al parecer, cuando les tocó votar, los integrantes de la Asociación de Escritores de Béisbol de América llevaron a las boletas el escándalo de los esteroides en el que estuvo involucrado y sus logros, al menos por el momento, quedaron confinados a las hoscas manos de la memoria selectiva, a los hojas de estadísticas y, claro está, a los volúmenes siempre cuestionables de Wikipedia, la famosa enciclopedia libre.
Se trata de una posición que «ningunea» al líder histórico de jonrones (762) y recordista en cuadrangulares para una temporada (73 en 2001), al ganador de ocho guantes de oro y participante en 13 juegos de estrellas.
Una perspectiva que ceba la polémica acerca de cómo reflejar en la historia la llamada era de los esteroides (década del 90 del siglo pasado) del béisbol estadounidense: ¿se criminaliza el dopaje o se asume como parte del juego antes de la política antidoping de la MLB?
Además, le veta el acceso a Rogers Clemens y Mark Mcgwire, los dominicanos Sammy Sosa y Manny Ramírez, los cubanos Rafael Palmeiro y José Canseco, por mencionar cinco de la casi centena de beisbolistas asociados a los escándalos de dopaje destapados en la MLB a principios de este siglo.
Los tribunales estadounidenses ya absolvieron a Barry Bonds. Lo hicieron en julio de 2015, cuando el Departamento de Justicia clausuró un proceso de una década contra él, al anunciar que pedirá a la Corte Suprema reconsiderar la decisión de un tribunal de menor jerarquía, el cual revocó el fallo de culpabilidad.
Sin embargo, el mítico número 25 de los Gigantes de San Francisco, cuando se le pregunta acerca de las votaciones de los expertos, evita explicaciones leguleyas o referencias a sus grandiosas estadísticas para argumentar su pertenencia al Salón.
Se siente seguro, afirma, de que algún día se le abrirán las puertas de Cooperstown, porque tiene un «testigo» de su grandeza.
«Dios sabe que merezco estar en el Salón de la Fama», dijo Bonds días atrás en su primera aparición como entrenador de los Marlins de Miami, equipo que le contrató para trabajar en la temporada 2016 de la Gran Carpa.
«Sé que soy un jugador del Salón de la Fama. Realmente no tengo que decirlo. Yo los dejo a ustedes (periodistas) tomar esa decisión», agregó.
Ahora solo falta ver si Dios convence alguna vez a los votantes de colocar al rey de los jonrones en la MLB entre los inmortales del béisbol.
Barry Bonds, el rey del jonrón tiene quien lo elija
Por Rafael Arzuaga