Asunción, (PL).- Pueden rebatirme, pero no me convencerán: la perfección sí existe, y estoy tan seguro porque así me lo demostraron los organizadores de los Juegos Olímpicos de Sydney-2000.
Conociendo como ya conocía los mil y un problemas presentados en otras citas, y para ser específico personalmente en Montreal-1976, en vuelo de 22 horas de La Habana a la urbe australiana una de las preocupaciones comentadas era precisamente esa.
No más llegar, casi a la medianoche, comenzó a tomar forma la idea de que la situación no era nada mala.
Esos engorrosos trámites en los aeropuertos, sobre todo cuando desembarcan de golpe y porrazo muchos pasajeros, fueron ágiles y la gentileza de funcionarios y empleados una constante.
De ahí a los ómnibus y rápidos hasta la sencilla pero muy funcional villa de prensa, donde la ubicación fue veloz.
Después, como para corroborar que no se trataba de una casualidad o mera suerte, las cosas empezaron a marchar bien, habida cuenta de esa avidez de los periodistas por escudriñar y saberlo todo y por obtener los datos para las primeras notas «in situ».
Chocante resultó que nos encontráramos a una distancia considerable de la ciudad como tal, porque iniciaron los temores sobre la eficiencia de la transportación hacia los escenarios de competencias y poder llegar a tiempo.
Nuevamente se despejaron inmediatamente las dudas, bastó una vez para comprobarlo.
Una flota al parecer inagotable de vehículos hacía el llamado trompo dentro de la villa improvisada para la prensa internacional acreditada, la cual se podía recorrer en pocos minutos y, sobre todo, arribar a la entrada-salida del vasto campus universitario.
Por cierto, dondequiera pululaban los amables voluntarios, quienes no esperaban una pregunta para ellos mismos interrogar a los huéspedes sobre sus necesidades y, créanlo, siempre tenían la explicación correcta para toda inquietud.
Ya afuera otra verdadera armada de ómnibus esperaba para el traslado hasta la estación más cercana del tren suburbano, el medio ideal hasta la hermosa ciudad de la isla-continente.
Sin pausa, muchos autobuses más -debidamente rotulados- se encargaban de diseminar a los reporteros, fotógrafos y demás por los lugares de concursos preferidos.
Durante todo el tiempo fue así ese aspecto, como también lo fue el más importante, el de las competencias en sí.
Tal vez acostumbrados a ciertas demoras en el comienzo de los programas oficiales el golpe (por supuesto agradable) fue contundente.
En los escenarios del boxeo, la lucha, la esgrima y el judo, por decir solo los visitados diariamente para las coberturas, parecían comenzar cuando el gong lo marcaba en el lejano Big Ben de la capital de la antigua metrópoli.
Sería injusta mayor extensión, pues de todo habría que decir lo mismo, incluso a veces hasta mejor.
Lamentablemente no estuve en las justas de Beijing-2008 y quienes sí estuvieron alaban su majestuosidad y la excelente organización.
Yo siempre alego lo mismo: no lo dudo, igual a Sydney pudo ser, pero mejor no, porque la perfección es imposible superarla.
(*) Corresponsal de Prensa Latina en Paraguay
Olimpiadas: La perfección ¿existe?

Por Julio Fumero (*)