Papúa Nueva Guinea: El ‘arte’ de ahumar a los muertos en

Por Yudith Díaz Gazán

La Habana (PL) En las junglas de la zona montañosa de Morobe, en Papúa Nueva Guinea, la tribu Anga momifica a sus muertos a través de un proceso de ahumado.
El ritual fúnebre es muy sencillo en este país de Oceanía que ocupa la mitad oriental de la isla de Nueva Guinea, porque la otra parte pertenece a la provincia indonesia de Papúa.
En la aldea Koke, provincia de Morobe, situada a mil 500 metros de altitud, los cadáveres reciben incisiones en las rodillas, codos y pies, y luego se ponen al fuego para drenar la grasa del cuerpo.
Cañas huecas de bambú son insertadas en las vísceras para conducir los fluidos corporales, que -una vez recogidos- se aplican a los parientes más cercanos en su piel y cabellos como si fuera una loción purificadora.
Lo que queda de la grasa del cadáver se utiliza para cocinar, con la intención de traspasar a los vivos la fuerza del difunto.
Los Anga, antaño la tribu más salvaje de Papúa Nueva Guinea, insisten en cortarle al difunto la lengua, las palmas de las manos y las plantas de los pies para ofrecer esas partes como obsequio a la viuda.
El cuerpo más o menos curado se recubre de barro y ocre rojo para prevenir la descomposición y el ataque de los perros.
Finalmente se hace una gran hoguera, alrededor de la cual los más allegados toman zumos selváticos y pasan el rato alrededor de la atípica barbacoa, pero en estos casos los muertos son los invitados de honor.
La ceremonia de bajar las momias es casi a escondidas, porque hace aproximadamente 20 años el gobierno prohibió tales prácticas por razones higiénicas.
Los nativos comenzaron a realizar entierros convencionales y de esos nuevos ritos funerarios surgió la creencia de que el suelo estaba habitado por feroces espíritus que se alimentaban de la sangre de los sepultados.
Un reportaje de la cadena ABC mostró cómo Gemtasu, el jefe de los Anga de Papúa Nueva Guinea, ordenó a sus subordinados bajar la momia de su padre Moymango de la montaña del descanso eterno.
Mi deseo -dijo- radica en honrar la memoria del ancestro y restaurar sus restos con una savia llamada kaumaka, luego quiero pedir consejo a su espíritu sobre un infortunio que acecha al pueblo. Recordó que un terrible suceso alteró la vida de la aldea: la muerte inesperada de su hija Gemina -de nueve años de edad- que interpretaron como un maleficio de los espíritus, porque según nuestras creencias, aseguró, reclaman más cadáveres para saciar la sed de sangre.
Gemtasu bajó los restos momificados de su padre que en vida fue un jefe juicioso, para pedirle consejo sobre cómo combatir la maldición.
De acuerdo con el diario de Walter Eidam -un misionero que en 1950 se fue a vivir con la tribu Anga y devino primer blanco en presenciar tales ritos- el cuerpo del fallecido era llevado a su choza y colocado sobre una parrilla de madera.
Luego extienden kaumaka sobre el cuerpo embalsamado y con tizones al rojo vivo la funden para sellar las grietas como si fuera pegamento, en tanto aplican una resina antiséptica para eliminar bacterias.
Se supone que los difuntos, agradecidos, protegerán a la aldea de enemigos como los que ahora los vigilan: los temibles espíritus del suelo.
El arte de la conservación pasa de generación en generación mediante clases impartidas por los ancianos.
Cuando se aplica esa técnica a un cadáver, el proceso de ahumado puede durar de dos a tres meses, en dependencia del físico del fallecido.
Las momias se exhiben en una suerte de galería y permanecen sentadas sobre unos palos de madera que las sujetan en dicha posición.
Allí es donde generalmente los indígenas de la aldea Koke acuden en busca de consejo y protección, como si se hallaran ante un comité de sabios.
Los miembros de los Anga tienen otras costumbres muy particulares, como la ingestión de semen por adolescentes y jóvenes para adquirir fortaleza y virilidad, nunca se besan y el contacto físico en público está prohibido.
También la violencia forma parte de la vida cotidiana: no dudan en recurrir a continuos ataques sorpresa contra pueblos vecinos, y entre ellos mismos también ejercen agresividad si alguno tiene la infeliz idea de negar el saludo, lo cual puede significar la muerte por un mazazo.

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