Desafío: La Primera Piedra

Rafael Loret de Mola
Por Rafael Loret de Mola

  • De Mentes Enfermas
  • Cárcel al Enemigo
  • La Primera Piedra

La guerra de guerrillas surgió como una necesidad de los pueblos oprimidos para intentar contrarrestar el poder de fuego del Estado con astucia y estrategias sorpresivas pese a la inferioridad patente de sus pequeñas milicias. Así, igual, la Resistencia en las naciones invadidas por sendas guerras mundiales y las posteriores con sabor a imperialismo so pretexto de combatir a los dictadores imponiendo una tiranía mayor. Quienes se emboscan para defender lo suyo de quienes los desplazan en su propio suelo, alcanzan el nivel de los combates justos a diferencia de los segundos quienes ocupan tierras y ciudades ajenas para, supuestamente, redimir a la población.

Esta sentencia, sin embargo, ha sido trastocada por los acontecimientos de los últimos años cuando las tropas de Estados Unidos y sus aliados –sobre todo Inglaterra y España-, se situaron ante tiranos como Sadam Husein y Anuar Gadafi, en Irak y Libia respectivamente, bajo el supuesto de redimir al mundo de amenazas potenciales que podrían haber llevado al colapso universal además de prolongar y acrecentar el sufrimiento de sus oprimidos súbditos; en el fondo pervive el control de los yacimientos petroleros, como bien señaló Teresa de Kerry, esposa del actual Secretario de Estado norteamericano, en los días en los cuales las invasiones de su país se consumaban.

Por el oro negro, cuando los precios del barril rondaban en los doscientos dólares, fueron asesinados, mutilados y afrentados miles, acaso millones de seres humanos a quienes se les sigue negando esa libertad que, por el más irreverente de los sofismas, sólo en apariencia creció con el fin de los autócratas que les oprimían aun cuando quedaron varados y a expensas de los invasores cuyas reglas chocan con su idiosincrasia y su cultura para elevar el nivel de las afrentas y el odio.

A veces me pregunto si cesan, de verdad, los rencores históricos. Por ejemplo, los germanos deben pagar una indemnización eterna por el holocausto –cada cierto tiempo el número de las víctimas se acrecienta-, sin que se atrevan aún a visitar, como turistas, la siempre conflictiva “tierra santa” siempre al bordo del colapso y más aún desde que, por decreto, se fundó en el Estado de Israel sin el consenso de Palestina y las naciones árabes quienes insisten en que son ellos, y no los hijos de David, los dueños originales del territorio; por supuesto, la poderosa comunidad judía insiste en lo contrario y el conflicto permanece y crece como las mareas y los tsunamis cada cierto tiempo. ¿Quiénes tienen la razón? Una postura definida convoca al odio de uno de los bandos y estremece a quien se atreve a defender a unos u otros. Son discusiones que no admiten puntos intermedios ni ecuánimes.

Para no pocos analistas, el terrorismo tiene sus raíces en la desigualdad tremenda entre el poderío de las naciones del primer mundo y las continuas ocupaciones de los pueblos islámicos cuya cultura es difícil de entender para el mundo occidental si bien algunas de éstas, desde la moral nuestra, no pueden justificarse como las ablaciones, mutilaciones y los escarnios y estigmatizaciones contra las mujeres, incluso los niños, en estado de indefensión jurídica y social. No es posible permanecer inmóviles ante las aberraciones –que lo son, sin duda-, consecuencias de un odio muy profundo que no puede subsanarse.

Pero en la desigualdad la furia comunitaria crece ante el aplastante poderío del enemigo. Y de allí deviene el terrorismo, por ejemplo el yihadista, que urge a causar daño a los inocentes bajo el supuesto de propinarles un dolor parecido al de quienes, por causa del gobierno de Washington en concreto, quedaron sin hogar ni familia bajo el fuego brutal de los bombardeos y los cañonazos desde tanques y aviones con un poder ilimitado, incluso nuclear y/o químico.

Lo extraño de todo esto es que los líderes norteamericanos se equivocan constantemente, sea por torpeza propia o por los consejos malsanos de sus mandos militares y los de los marinos que no aceptan control alguno, en cuanto a los alcances de sus adversarios como sucedió al momento de invadir Irak bajo el supuesto de que poseían armas bioquímicas con alcances peligrosísimos para el Occidente. Nunca se encontraron tales bastiones y sí, en cambio, se arrojó del poder a Husein quien murió de manera ignominiosa después de un “juicio” en el que estaba condenado de antemano. Por supuesto, sería el último en defender a este autócrata ridículo… pero no por ello me atrevería a aprobar los abusos repetidos contra la población civil. Lo mismo en Corea o Vietnam, en Granada, Irak, Afganistán o Panamá.

La siembra del terror es puntual y no sólo casual; y esto lo saben las tantas agencias de inteligencia, desde la CIA hasta la NSA o el FBI, que no respetan soberanías ajenas justificándose al considerar como prioritaria la protección de los intereses estadounidenses –digamos el petróleo aunque esté a la baja-, por encima de las soberanías ajenas. Y todavía algunos se preguntan, tratando de entender, por qué se odia en el mundo a la intratable potencia que tenemos hacia el norte.

Durante los ya casi ocho años de gestión de Barack Husein Obama –una coincidencia temible de sus apellidos con los de dos de los mayores enemigos de la Unión Americana-, los actos terroristas o provocados por enajenados estadounidenses capaces de asaltar escuelas y sembrar muertos como frutos de una honda descomposición, se multiplicaron copiosamente por distintos punto de la mayor potencia de todos los tiempos, al grado de considerar al perentorio huésped de la Casa Blanca como el “presidente de las condolencias”.

Bien podría decirse que sobran las lágrimas y faltan las medidas drásticas, como la venta ilimitada de armas de alto poder, para contrarrestar el fenómeno, en crecida, de la xenofobia, el racismo y, en general, el odio haca cuanto no rodea. Y de ello, claro, se aprovecha otro deficiente mental, el “pato Donald” Trump, para cooptar votantes a costa de extender el odio contra los inmigrantes ilegales, extranjeros e incluso residentes nacionalizados norteamericanos luego de pasar pruebas y humillaciones tremendas.

Suele ocurrir, en el mundo entero, que después de una catástrofe se tomen medidas extraordinarias para evitar otra. Es una forma de defenderse de los fundamentalistas, de todo género, que crecen sin remedio odiando los pensamientos ajenos cuando les son incómodos o intolerables. Digamos como sucede entre partidarios de los conservadores y los izquierdistas englobados en partidos poco fiables en nuestro país: engendran no una competencia bien delineada sino, simplemente, convocan a los rencores, al odio y, finalmente, a la violencia.

Las organizaciones políticas en México también engendran los enfrentamientos de la mano del crimen organizado, y sus aliados en el gobierno, con la clara tendencia hacia la construcción del estado fallido que posibilite una amplia rectoría por parte de las potencias ávidas de quedarse hasta con los últimos jirones de nuestros otrora recursos naturales de enorme riqueza. La minería, por ejemplo, en manos de canadienses y mexicanos sin alma, va a la par con el narcotráfico pero nadie se atreve a analizar la amalgama que viene desde las cuevas de Iguala y termina en la frontera norte. ¿No lo saben en las altas esferas?

Con la trasgresión a los valores naturales de los seres humanos –la justicia, la libertad y el derecho a la autosuficiencia-, comienzan los brutales diferendos que nos conducen, sin remedio, al dolor. Como en el bar de Orlando en donde cincuenta muertos dieron la nota mundial, no sólo por la condición general como gays sino por cuanto significa la vulnerabilidad de la sociedad ante los terroristas; éstos maquinan sin límites ni respeto a las vidas humanas porque los ha cegado el odio por todo cuanto se ha infamado a sus pueblos. No los justifico, trato tan solo de explicar posiciones. Porque, al fin y al cabo, en medio estamos todos nosotros, sin remedio.

¿Quiénes seguirán? ¿Los niños, las mujeres, los ancianos? Para un terrorista tales son sólo “daños colaterales” y no se detienen ante el horror. El mundo ha entrado ya, y sin remedio, al colapso de todo cuanto justifica a la raza humana.

Debate
Una forma de crear el terror de la desigualdad y por la impotencia, es perseguir con furia a quienes protestan y desafían al poder de un gobierno repelente, el de la mayor corrupción concebible, mismo que se justifica tipificando delitos cuestionables –con escasas pruebas- para voltear la tortilla y hacer aparecer al gremio magisterial, por ejemplo, como una turba de bandoleros sin controles.

Ya expresado que el gobierno sólo concede el diálogo cuando se reconocen y asimilan sus decisiones unilaterales, esto es sin consenso de quienes deberán cumplirlas y con abierta tendencia a sofocar derechos naturales como el de manifestarse con libertad, las persecuciones son, ni más ni menos, el resultado de un autoritarismo sin sentido ni justificante salvo el de acusar a quienes no concuerdan con las decisiones facciosas de la superioridad y son llevados a la trampa del desprestigio colectivo. ¡Basta ya de infamias al calor de una gestión sin ninguna fuerza moral!

Si ante un conflicto entre un periodista y cualquier gobierno siempre estaré del lado de los colegas, tantas veces perseguidos e infamados, entre los luchadores sociales y los cuadros políticos escogeré, en cada momento, a los primeros porque son ellos quienes no se conforman, ni bajan la cabeza ni dejan de exigir sus derechos para extenderlos a los demás, incluso a aquellos cuya cobardía les obliga a callar. Lamento que en este punto no coincida con todos; pero en la búsqueda de las definiciones los acomodaticios, timoratos y burócratas sociales –no sólo quienes sirven al gobierno sino los conformistas que siguen por la vida como corderos-, nunca avanzarán un centímetro ante los predadores con cargos de “elección popular” que obtienen a costa de burlarse de las mayorías.

Alzo mi voz, de nuevo, a favor de los maestros… aun en el caso de que sus dirigencias pequen.

La Anécdota
¿Quién escoge a quién encarcelar y a quiénes rodear con la más abyecta impunidad? ¿Ponemos en el mismo rasero a la “maestra” Elba Esther, a Rubén Núñez, líder de la CNTE, a Carlos Romero Deschamps o a Víctor Flores Morales, el gañán de los telefonistas? ¿Por qué están presos los primeros y no los segundos como tampoco han sido perseguidos eminentes empresarios asesinos como Germán Larrea y otros? ¿De qué depende la libertad o el encierro?

Cabría aquí el pasaje bíblico del rescate de María Magdalena quien era lapidada por los extremistas de su época:

-Quien esté libre de culpa… ¡qué lance la primera piedra!

¿Dónde está su mano, presidente?

El terror no es exclusivo de México;
tampoco somos ajenos a cuanto pasa en el mundo porque suele ocurrir que los males se extienden sin remedio.
Quienes piensan que no debemos desviar la mirada hacia la tragedia de Orlando
y al enajenamiento de quienes proveen dramas semejantes en el mundo, se equivocan.
¿O acaso creen que las matanzas y los genocidios comenzaron en nuestro país?
Las imitaciones criminales carcomen el espíritu universal.

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