La Habana, 8 jul (PL) La violencia y el uso de armas de fuego en Estados Unidos roza ya límites trágicos, y se complica hoy con la masacre de Dallas, donde perdieron la vida cinco agentes policiales, a manos de francotiradores.
El hecho ocurrió en la noche del jueves (20:58 hora local), durante una manifestación de protesta por la muerte de dos hombres negros baleados por policías blancos esta semana en Baton Rouge, Louisiana, y un suburbio de St. Paul, Minnesota.
La matanza de policías en Dallas adquiere connotación racial, pues se especula que los atacantes pudieran tener vínculos con algún grupo terrorista o con el movimiento «Black Lives Matter» (La vida de los negros importa), tesis hasta ahora descartada por el jefe policial David Brown.
A consecuencia de la acción de al menos dos francotiradores, se desató una fuerte movilización de las fuerzas de seguridad en las áreas de la masacre, que incluyó la búsqueda de explosivos en varios puntos de la ciudad, y se reportó la muerte de uno de los presuntos atacantes mientras se mantenía atrincherado en un estacionamiento, y donde confirmó que «solo quería asesinar a policías blancos».
El incidente ocurrió durante una masiva concentración para protestar por la muerte del afroamericano Alton Sterling el martes pasado, quien perdió la vida después que dos policías blancos le dispararon a quemarropa cuando lo tenían sometido en el suelo en Baton Rouge, estado de Luisiana.
También los manifestantes clamaban justicia por la muerte del joven negro Philando Castile, acaecida un día después en Falcon Heights, estado de Minesota, quien fue impactado por cuatro disparos efectuados por un policía blanco que le detuvo en su vehículo por una infracción de tránsito.
Después de los disturbios ocurridos en Oakland, en septiembre de 2010, la tensión racial se intensificó de manera tal, que ya los afroamericanos alegan no sentirse seguros ante los gatillos de los agentes de policía.
Ese sentimiento de impotencia e indefensión en la comunidad negra estadounidense sigue cobrando vidas del lado de los ejecutores, y los cinco policías muertos en Dallas, se unen a dos vigilantes asesinados a tiros en Nueva York, en diciembre de 2014, y otros dos que perdieron la vida frente a una comisaría de policía en Ferguson, Missouri, en marzo 2015.
En las tres oportunidades, la muerte violenta de los agentes del orden ha sido como respuesta al asesinato de jóvenes afroamericanos en diferentes lugares de Estados Unidos, un país donde se va imponiendo de nuevo la antigua Ley del Talión entre represores y reprimidos.
Del lado más débil -las víctimas afroamericanas- las alarmas se dispararon en julio de 2013, después del asesinato del joven negro Trayvon Martin, en Sandford, Florida, que provocó serios disturbios sociales.
En 2014 se recrudecieron los incidentes raciales, iniciando el 17 de julio con la muerte de los afroamericanos Eric Garner, asfixiado en Nueva York, a manos de un policía; John Crawford, que cayó baleado en Beavecreek, Ohio, el 5 agosto, y Michael Brown, que pereció en Ferguson, Missouri, lo que provocó protestas, graves enfrentamientos y saqueos teniendo que intervenir la Guardia Nacional.
El 8 octubre de ese mismo año, un agente policial fuera de servicio mató al joven afroamericano de 18 años Vonderrit Myers Jr. En San Luis, Missouri; y el
5 diciembre un policía mató de dos tiros a Rumain Brisbon, un afroamericano desarmado tras un forcejeo entre ambos en Phoenix, Arizona.
La situación se hizo más tensa en 2015, cuando el 2 abril, Eric Harris, un hombre negro de 44 años, murió a manos de un policía blanco de la oficina del alguacil del condado de Tulsa, Oklahoma; y dos días después otro agente del orden ultimó a balazos a Walter Scott, de 50 años, en North Charleston, Carolina del Sur.
Quince días más tarde -el 19- un afroamericano falleció a consecuencia de las graves heridas causadas por la policía cuando se encontraba bajo custodia policial en Baltimore, Maryland; el 19 julio un agente mata al ciudadano negro Samuel Dubose, y el 25 del propio mes, Raynette Turner, una afroamericana de 42 años, murió en una celda de una comisaría en Mount Vernon, Nueva York, donde permanecía bajo custodia policial.
El 19 de agosto, en San Luis, Missouri, perdió la vida el joven negro Mansur Ball-Bey, de 18 años, en un enfrentamiento con dos agentes de Policía, y el 18 de octubre Corey Jones, un hombre de 31 años, falleció en un incidente con un oficial de policía en Palm Beach.
En lo que va de 2016, se reportó la muerte del afroamericano Gregory Gunn, el 25 febrero, en Alabama; el 11 abril de un joven negro de 16 años, Pierre Loury, a consecuencia de una persecución a pie con la policía en Chicago,y los más recientes casos donde perecieron Alton Sterling -el 6 de julio en Liusiana, y Philando Castile, muerto a manos de la policía, en Falcon Heights Minnesota, el 7 de julio.
Según cifras ofrecidas por la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU)
el asesinato de Castile en Minnesota, elevó el número de afroestadounidenses muertos a mano de la policía hasta 123 en lo que va de año y todo indica que las armas no dejarán de sonar ni de uno u otro lado.
Hasta dónde llegarán los índices de una violencia con claros ribetes de racismo en Estados Unidos, nadie lo sabe, casualmente en el país que pretende dar lecciones de derechos y civilidad al resto del mundo.
Violencia racial y armas de fuego, los dos grandes problemas de EE.UU.
Por Miguel Fernández Martínez