Río de Janeiro, 20 ago (PL) Con una vistosa ceremonia, los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro llegaron hoy al final y entraron a la historia como los primeros en Suramérica y uno de los pocos celebrados al sur del Ecuador.
Cuando Yuriko Koike tomó en sus manos la bandera olímpica y se entonó el himno nacional de Japón, comenzó un nuevo ciclo, que tendrá su colofón en la capital nipona dentro de cuatro años.
Mientras, la llamada Ciudad Maravillosa vivía los estertores de una gran fiesta, de días de jolgorios, de alegrías inusitadas, y también de dolor, sobre todo para aquellos que vieron como sus sueños de atrapar una presea quedaronen el camino.
La historia, lo dijo alguien hace mucho tiempo, la escriben los vencedores, y la ciudad carioca está en ese grupo selecto de ciudades que salieron triunfadoras del reto enorme de organizar con éxito unos juegos mundiales.
Casí 11 mil deportistas, 206 banderas en representación de otros tantos Comités Olímpicos Nacionales, miles de periodistas de todas partes del mundo, y turistas de todos los confines hicieron que la urbe se sintiera más cosmopolita que nunca antes.
Detrás quedaron las cinco preseas de oro de Michael Phelps, con las cuales llegó a 23 en cinco participaciones olímpicas, desde Sydney 2000, para establecer cifras que a corto plazo parecen imposibles de superar.
También los momentos mágicos dejados por el bólido jamaicano Usain Bolt, quien reservó sus mejores momentos cada cuatro años, desde Beijing 2008, para llevarse a la pequeña isla del Caribe nueve títulos.
Bolt puso todo su carisma y su talento al servicio de los Juegos, a merced de Río y de los millones de personas que siguieron la actividad atlética desde sus casas a través de sus televisores.
En la mágica Río, el cubano Mijaín López llegó a tres preseas de oro en la división máxima de la lucha grecorromana y lo hizo a lo grande, con danza incluida.
El británico Mo Farah también también aprovechó las excelentes condiciones de Río para sumar su segundo doblete olímpico, y la jamaicana Elaine Thompson, en la pista, sacó tres títulos, lo mismo que la gimnasta estadounidense Simone Biles.
Todos pusieron sus granitos de arena porque los Juegos llamaran la atención del mundo, junto con la heroicidad de algún tenista que llegó lesionado y peleó hasta el final sin desmayo. Otros dieron a sus países preseas de oro de todos los tiempos, o inscribieron sus nombres entre los 27 recordistas mundiales o 91 plusmarquistas olímpicos, pero el gran recordista y el medallista que merece el más grande de los aplausos fue el público brasileño.
Los seguidores del deporte en la ciudad, en el país, y los que llegaron de muchísimas partes del mundo, llenaron cada día las instalaciones, con una alegría motivadora y una actitud ejemplar.
Nuestro agradecimiento a la hospitalidad brasileña durante estos 16 días, dijo el presidente del Comité Olímpico Internacional, el alemán Thomas Bach, quien agradeció también a los participantes y a los voluntarios, entre vítores y aplausos en el mítico estadio Maracaná.
Bach agradeció, además, la presencia por primera vez de un equipo de refugiados y consideró que «fueron unos Juegos Olímpicos maravillosos en la Ciudad Maravillosa».
Luego cesaron los aplausos, las luces desfallecieron y el entusiasmo comenzó a dar paso al silencio. Se acabó Río y llegó el momento de pensar en Tokio 2020.