Theo Epstein: exorcista de maldiciones

La Habana (PL).- Más de 100 años sin coronaciones fueron sepultados cuando los Cubs conquistaron hace unos días el título de la Serie Mundial de béisbol.
El infierno y las miserias vividas en esas campañas sucumbieron ante los nuevos héroes urbanos de Chicago, y la Maldición de la Cabra languideció hasta convertirse en nada, en pasado, en un pasaje lóbrego del imaginario popular.
Kris Bryant, John Lester, Jake Arrieta, Javier Báez, Aroldis Chapman, Ben Zobrist, las locuras del alquimista Joe Maddon, todos los héroes otros; el Wrigley Field, las lágrimas, el amor incondicional, la fe infinita, la remontada épica y la maldita suerte fueron los factores del triunfo.
Pero, ¿quién puso la primera piedra de este rascacielos de fantasía? ¿Cómo y cuándo comenzó este cuento de hadas?
La metamorfosis empezó en 2011. Los Chicago Cubs finalizaron esa temporada con paupérrimo balance de 71 victorias y 91 reveses. Eran la burla de la Gran Carpa.
Iban en caída libre y el final del abismo aún era intangible. Entonces, como por arte de magia, la franquicia de Illinois ejecutó una jugada maestra y contrató al exorcista, un tal Theo Epstein, para reconstruir la organización desde los cimientos.
Su fama lo precedía. Con apenas 30 años, en 2004, Epstein armó un equipo de leyenda y llevó al título a los Boston Red Sox. El mundo se rindió a sus pies porque, con sus diligencias de gerente general, puso fin a la Maldición del Bambino, aquella que agobiaba desde 1919 al equipo y los fans del Fenway Park tras consumarse la venta del legendario Babe Ruth a los New York Yankees.
Esa odisea tuvo su clímax en la serie de campeonato, cuando Boston revirtió un 0-3 ante los mismísimos Yankees y, tras ganar cuatro partidos en fila, clasificó sensacionalmente a la Serie Mundial, donde barrió sin piedad por 4-0 a los St. Louis Cardinals.
En esta ocasión la encomienda era harto compleja. Solo recordar que los Cubs eran conocidos como «los alegres perdedores». Pero Epstein comenzó a trabajar en las oficinas y mediante varias vías -draft amateur, arriesgados traspasos o agencia libre- reforzó todas las posiciones del equipo a base de paciencia, sagacidad, inteligencia y mucha sangre fría.
Con él llegaron a Wrigleyville los Bryant, Lester, Zobrist, Dester Fowler, Chapman, Jason Heyward y el manager Maddon, entre otros.
Bajo su égida el equipo se hizo extremadamente fuerte, al punto de clasificar a playoffs el año pasado y de ganar esta campaña la división Central de la Liga Nacional con 103-58, el mejor balance del «big show», y la Serie Mundial.
A todo eso hay que añadir el gran talento concentrado en las fincas de los Cubs.
La línea de desarrollo proyectada por Epstein para la franquicia es tal que la conquista del título de la Serie Mundial y el exorcismo de la Maldición de la Cabra parecen apenas la iniciación de una temible dinastía.
Ya muchos expertos hablan de contrataciones de primer nivel para reforzar aún más el lineup y el cuerpo de lanzadores de cara a la próxima temporada.
Quién lo diría, los Cubs se dan el lujo de hablar de dinastía y recién acaban de borrar una sequía de 108 años sin títulos, pero en realidad pueden presumir y regodearse: con Epstein al mando cualquier quimera es realizable, ningún demonio se resiste.
Ahora bien, si los de la zona norte de la Ciudad de los Vientos ganaron 103 partidos con un equipo en formación, entonces podemos plantear una pregunta panorámica: ¿Podrán romper en el futuro cercano el récord histórico de 116 victorias para una temporada? Por cierto, adivinen cuáles equipos poseen esa prodigiosa marca: los propios Cachorros en 1906 y los Seattle Mariners en 2001.

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