Washington, 12 nov (PL) La semana concluye hoy en Estados Unidos entre protestas y rabietas incapaces de esfumar un hecho: Donald Trump será el próximo presidente, y su elección el pasado martes no debería sorprender tanto.
Quizás sobreestimamos la cultura política de un votante promedio que consideró a la demócrata Hillary Clinton «más de lo mismo», mientras veía en el magnate la posibilidad de un cambio, así como la encarnación del llamado «sueño americano».
Paul Ryan, el influyente presidente de la Cámara de Representantes y un duro crítico de los excesos de Trump durante la campaña electoral, aseguró que el candidato del «Grand Old Party» escuchó las voces que nadie más oyó.
Sin dudas ahí radicó su triunfo, en el voto de un electorado desencantado y que ya no cree en la política tradicional de WaÂshingÂton.
Trump, sagaz empresario con sentido del espectáculo, apuntó a ese público descontento con una retórica populista, anti-intelectual y proteccionista que le funcionó, sobre todo en territorios agrícolas o industriales, como el llamado Cinturón de ûxido, donde la gente se siente olvidada por el gobierno. Al final, el anhelo de mejores condiciones de vida y consumo pesó más que los incendiarios comentarios sexistas, misóginos, racistas y xenófobos del septuagenario empresario, cuya incorrección política llegó a ser vista por esa audiencia como una virtud, o como un acto de rebeldía contra el sistema.
Ni escándalos, ni estigmas, ni el reproche de influyentes republicanas, ni el sentido común impidieron que Trump ganara los decisivos estados bisagra y algún que otro territorio de tendencia demócrata.
Además, de nada valió que Clinton recibiera más votos populares; el sistema de Colegios Electorales le abrió las puertas de la Casa Blanca al candidato más polémico.
Claro, en campaña se suelen decir y prometer muchas cosas, que no siempre son cumplidas en la presidencia.
De hecho, el Trump que le habló al público tras conocer su victoria lució más sosegado, conciliador e incluso sensato, en comparación con el Trump que indignó a todos en los últimos meses.
A su vez, los demócratas gastaron demasiadas balas en estados que podían darse el lujo de perder, como Carolina del Norte, y el exceso de confianza en feudos tradicionales, como Wiscosin, les pasó factura.
Tampoco se descarta que el país no estuviera preparado para una mujer presidente, no importan cuántos años llevara en el ruedo político, ni cuán cualificada fuera.
Por lo pronto, Clinton admitió su derrota y señaló que la nación le debe a Trump la oportunidad de ser un líder, y el presidente Barack Obama exhortó a apoyar a la futura administración como estadounidenses, más allá de filiaciones políticas.
La presidencia de Trump plantea una interrogante tan grande como el ego del vencedor, más cuando los nombres que se barajan en su posible gabinete provocan escalofríos, como Newt Gringicht, Rudy Giuliani y Sarah Paulin.
El tiempo y sus acciones demostrarán si, como prometió en su campaña, Trump logrará que Estados Unidos sea grande otra vez.