Pregunta por pregunta

Por Fernando Urbano Castillo Pacheco

Decía el gran escritor, Oscar Wilde, que “sólo hay una clase social que piensa más en el dinero que los ricos, y son los pobres. Los pobres no pueden pensar en otra cosa. En eso consiste la desgracia de ser pobre”.

En nuestro país, es un hecho que la pobreza es un lastre que no hemos sabido combatir y en este año, parece una sombra que amenaza con extenderse sobre un número cada vez mayor de mexicanos, con un gobierno que parece no entender la gravedad de la situación y con políticos oportunistas que hacen de la pobreza el medio de una estrategia para lograr sus intereses.

El entorno internacional, es cierto, ha complicado mucho la realidad nacional y esto no parece que vaya a cambiar, pues la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, generará un ambiente más volátil.

Sin embargo, aunque mucho del problema se origina por cuestiones externas, el gobierno de la República no ha tenido la capacidad de dar una respuesta a la situación, ni ha tomado medidas que realmente establezcan condiciones distintas, que nos permitan tener un plan alterno al cual recurrir cuando la situación adversa se acentúe.

La reacción de la administración del presidente Peña ha sido pobre, con un Acuerdo Nacional que tiene serias deficiencias.

Dentro de éste se pactaron cosas contradictorias como el hecho de que por una parte se comprometen los firmantes a mantener la estabilidad de precios y por otro a tomar acciones a favor de la libre competencia, cuando uno de los pilares del libre mercado es, precisamente, el rechazo a cualquier tipo de control de precios.

No sólo se contradice el acuerdo a sí mismo, tiene contradicción con el propio presupuesto, pues no se entiende que se comprometa un impulso a la inversión, cuando en el presupuesto federal de este 2017, el gasto en inversión del gobierno federal se redujo en 151,439 millones de pesos en comparación con el año pasado, a los 587,429 millones.

Sólo en proyectos de construcción de carreteras, el recorte fue de 44 por ciento, de 21,851 millones de pesos en 2017, a 12,049 millones de este 2017.

Órganos autónomos y empresas del Estado, que tradicionalmente son un impulso a la economía por su gasto de inversión, también tienen severos recortes para este año. PEMEX lo redujo en 30 por ciento, de los 293,068 millones de pesos ejercidos en 2016, a 204,622 millones en 2017 y el ISSSTE lo reduce, de 2,949 millones en 2016, a sólo 1,500 millones en este año.

El acuerdo, en algunos puntos, parece tomada de pelo, pues entra en contradicción con lo que ha hecho este gobierno.

Se habla de combatir la corrupción, cuando en este sexenio se ha descarado y multiplicado. No hace mucho que la empresa brasileña Odebrecht reconoció ante una corte norteamericana haber pagado millones de dólares en sobornos a un alto funcionario mexicano, para obtener jugosos contratos de una empresa estatal, mientras que la implementación del Sistema Nacional Anticorrupción ha sido lenta, poco transparente y se ha viciado por decisiones, como la del Tribunal Federal de Justicia Administrativa, de elegir como su presidente –que será figura relevante en el órgano máximo del SNA– a un priísta de cepa, con poca experiencia en la labor jurisdiccional y veinte años de labor legislativa.

Aunque suena bien el que haya un compromiso por impulsar la recuperación del salario, los antecedentes no lo avalan. Un estudio del Centro de Análisis Multidisciplinario de la Facultad de Economía de la UNAM, señala que en los cuatro años de gestión del Presidente Peña Nieto, el poder adquisitivo ha disminuido 11 por ciento, mientras que los precios de los productos básicos han subido 26.9 por ciento.

Según este estudio, una canasta de 40 alimentos, sin incluir gastos de preparación de los mismos, transporte, vestido y calzado, costaba 218.06 pesos diarios en Octubre de 2016, mientras que el minisalario alcanzaba los 73.04 pesos. Hoy, según unas cuentas sencillas, esa misma canasta podría alcanzar los 260 pesos, mientras que el minisalario apenas pasa de 80 pesos.

Las medidas son insuficientes, y no atienden, con propuestas claras y medibles, las grandes deficiencias de la economía nacional.

Hace falta una revisión de la política fiscal de este gobierno. Estamos trabajando con premisas falsas, como el hecho de que el paquete económico de 2017 se realizó considerando un tipo de cambio de 18.62 pesos por dólar y la realidad es que, en veinte días de este año, ya lo tenemos rondando los 21.50 pesos por billete verde. Desde ahí estamos mal, pues eso altera, tanto el monto de los ingresos, como el de los gastos y el pago de la deuda.

Es necesario que el Congreso asuma su responsabilidad y haga un replanteamiento de todo el paquete fiscal para este año, reajuste las cuentas y se reasignen las partidas. Escuchamos anuncios de diputados, gobierno, senadores, órganos autónomos y gobiernos estatales que presumen recortes en sus gastos y reintegros a la tesorería, pero lo cierto es que mientras no se reasignen los recursos en el presupuesto, estas devoluciones y ahorros serán utilizados discrecionalmente por el gobierno federal y, lejos de fortalecer las finanzas públicas, parece que se destinarán a la elección en el Estado de México.

Urge cambiar la estructura fiscal del país, para establecer una política tributaria verdaderamente equitativa. Dejar de cargar la mano sobre los contribuyentes cautivos, para favorecer el crecimiento económico.

El permitir la deducción del 100 por ciento de la inversión física y las prestaciones laborales, es la medida más efectiva para que se incremente la inversión y el empleo. Sólo de 2013 a 2016, pasamos de 12 millones 730 mil a 13 millones 240 mil trabajadores sin prestaciones laborales. Hace falta autocrítica en el gobierno federal, para reconocer que la reforma hacendaria tiene muchos defectos.

La pobreza en el país está creciendo, y el problema se agrava porque para el pobre no parece haber alternativas. Hay que dejar esas políticas asistencialistas y retrógradas que sólo administran la pobreza y no la combate.

Lo más contradictorio es que hay quien se quiere aprovechar de esta situación para sus fines personales, explotando las viejas políticas para pregonar cambio.

Que Andrés Manuel López Obrador asegure que México va a avanzar con políticas socialistas y regresivas, con un estatismo fracasado, es muestra de un discurso vacío y carente de propuestas reales. No cabe duda que cada vez es más cierto aquello de que quien no es comunista a los 20, no tiene corazón, quien lo sigue siendo a los 40, no tiene cerebro.

Ante la pasividad de los que sí pensamos, el cacique de Macuspana va creciendo, pues cuando la clase política se ha encerrado en una burbuja, él ha aprovechado el malestar social con un discurso simple y convincente, aunque falso e incongruente.

Hay que comunicar la verdad y buscar una solución posible, pues el falso redentor es una amenaza para México, que va creciendo, ante la ausencia de un liderazgo real, pues como decía Chesterton, el problema del ateísmo no es dejar de creer en Dios, sino disponerse a creer en cualquier otra cosa. O como decía mi abuela, para un desesperado, cualquier agujero es salvavidas.

Hace unos días, el Presidente preguntaba ¿Qué hubieran hecho Ustedes? Yo no lo sé, quizá, en principio, hubiera hecho lo mismo, pero a una pregunta, yo contesto con dos: ¿Por qué no se ha hecho, todo lo que se puede hacer? Y ¿Por qué de tanto que se puede hacer, siempre se escoge lo peor?

La decencia

Este gobierno no tiene una estrategia clara para enfrentar los cambios internacionales que se avecinan y que van a repercutir mucho en todos los sectores de la vida nacional.

Los cambios en la Secretaría de Relaciones Exteriores se han hecho en función de la llegada de Donald Trump al gobierno de Estados Unidos, con lo que México se juega sus cartas con un solo país, olvidándose de que es un actor global, que está perdiendo oportunidades con el resto del mundo.

El convertir a la cancillería en una agencia de relaciones públicas, encabezada por quien no tiene más mérito que ser amigo del yerno del bully del pueblo, que hace a un lado a funcionarios diplomáticos talentosos, decentes y aguerridos como Paulo Carreño, es una actitud servil para con quien nos agrede y un error que tarde o temprano va a pesar.

Cuando se pierde la decencia y se van los decentes, es que la decadencia se acerca peligrosamente.

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