La Habana (PL) Para científicos y amigos de la jirafa deviene extraña paradoja que el animal más alto del mundo sea uno de los menos estudiados y, para colmo, esté en peligro de extinción al caer en una suerte de «olvido universal».
De aires majestuosos, belleza algo femenina por sus largas pestañas, presencia distinguida por su tamaño, entre sus principales depredadores está el que más debiera protegerla, el hombre, para quien su pasividad casi inocente, visibilidad a distancia y fácil suministrador de carne es toda una ganga alimentaria.
Cuadrúpedo muy reconocible en la mega-fauna africana, testigo de safaris y casi un protagonista de cine por su aparición aunque sea efímera en filmes, programas y documentales, otro factor en su contra es que también lo matan por sus huesos, su médula espinal y sus sesos, al estimarse que sirven para curar el Sida.
Tal persecución, que comprende la caza por exhibir su cola para prestigiar a cazadores furtivos u ocasionales, muchos de ellos hambreados por las guerras, constituye la razón principal del exterminio de su población, que disminuyó un 40 por ciento en solo 30 años: de 155 mil en 1985, a 97 mil 500 en 2015.
Sin embargo, tanta persecución y fama estuvieron rodeados durante siglos de una ignorancia casi supina sobre la clasificación del animal en «especies y subespecies» por parte de cuidadores, depredadores y hasta por naturalistas e investigadores que descuidaron su estudio y ahora parecen despertar del error.
HAY SOLO CUATRO ESPECIES Y TODAS AFRICANAS
Recientes análisis genéticos de expertos revelaron que el concepto de una única especie de jirafa con nueve subespecies, como se creía antes, se reduce ahora a solo cuatro especies o grupos muy distintos y todos ellos viven en África, lo cual la ciencia considera una gran revelación para conservarla.
Una de ellas, por ejemplo, la reticulada, que prolifera en el keniano Parque Nacional de Samburu, estimada antes como subespecie, se convierte en especie, gracias a dichas investigaciones, que se practicaban a otros grandes mamíferos, como elefantes, rinocerontes, gorilas y leones, pero excluían a la jirafa.
Para colmo, las diferencias genéticas entre esas cuatro especies son mayores que las existentes entre osos polares y osos pardos, según el estudio del investigador Julian Fennessy, codirector de la namibia Giraffe Conservation Foundation y el genetista Axel Janke, del alemán Instituto de Investigación Senckenberg de Frankfurt.
«Nadie sabía nada realmente, porque esta megafauna había sido muy ignorada por la ciencia», asegura Janke, mientras Fennessy considera que «durante años, las jirafas fueron los gigantes olvidados», ambos asombrados de los resultados de su propia investigación, ahora publicados en la revista Current Biology.
Acorde con el especialista namibio, con la clasificación realizada hace siglos pareció suficiente y nunca existió mucho interés en saber lo diferentes que son las jirafas entre sí, pero ahora «como especies diferenciadas, se convierten en los grandes mamíferos más amenazados del mundo».
LOS ESTUDIOS FAVORECEN SU PRESERVACIÓN
Pero los dividendos finales de este hallazgo parecen favorecer a este gran animal, por las grandes implicaciones que le atribuyen los científicos para preservarlo. «Ahora con cuatro especies diferentes, el estado de conservación puede definirse mejor», subraya Fennessy.
Animal considerado el más alto del mundo y poco investigado pese a su actual tendencia a desaparecer, la jirafa gana en la actualidad más posibilidades que nunca de cuidar su largo pescuezo, también a causa de la aplicación de nuevas medidas de organismos encargados de su protección.
Una declaración divulgada en diciembre pasado por la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN) convirtió a esa institución especializada en la primera en alertar sobre su vulnerabilidad, demostrada por la citada disminución poblacional.
El organismo, que atribuye esa caída del número de individuos a la citada predilección humana por el plato fácil; a los conflictos bélicos del continente africano en donde habita; y a la reducción de sus espacios de hábitat por el avance civilizatorio, declaró a la jirafa «en peligro de extinción».
Esa alerta encendió una suerte de alerta roja mundial para preservar la supervivencia del animal de cuello más largo entre los seres terrestres (en especial la especie Camelopardalis).
LAS CUATRO ESPECIES DE JIRAFAS
De acuerdo con las investigaciones del namibio Fennessy, y el alemán Janke, avaladas por la UICN, organización dedicada a alentar la conservación, integridad y diversidad de la naturaleza, las cuatro especies del planeta viven en África y son las siguientes:
Jirafa reticulada (Giraffa reticulata): parches de color anaranjado definidos por una red de llamativas y gruesas líneas blancas que se prolongan con frecuencia hasta las patas.
Jirafa Masai (G. tippelskirchi): más oscura que las demás con parches en forma de hoja de vid marrón oscuro y bordes dentados, separados por líneas beige irregulares.
Jirafa del sur (Giraffa giraffa): con dos subespecies de pelaje más claro y parches que cubren sus patas (la de Sudáfrica con parches en forma de estrella que se extienden por extremidades).
Jirafa del norte (Giraffa camelopardalis): incluye a tres subespecies que comparten características sobre todo en la parte baja de sus patas, más claras y sin manchas.
La población de esta última, que habita Etiopía y Sudán del Sur, cayó de 20 mil 500 ejemplares en 1981, a 650 en 2016, mientras la llamada «jirafa reticulada», que proliferaba en Kenia, Etiopía y Somalia, perdió el 80 por ciento.
«Somalia es un hábitat importante para ese tipo de jirafa. Algunas informaciones indican que sigue habiéndolas pero no estamos seguros y el futuro pinta mal», advierte Arthur Muneza, coordinador para África del Este de la Fundación para la Preservación de la Jirafa.
En alusión directa a las guerras en Somalia, República del Congo, Sudán del Sur y el nordeste de Kenia, el experto alertó sobre la casi segura pérdida de estos animales «si estos países no se pacifican y si no son lo suficientemente estables como para favorecer los esfuerzos de preservación».
Muneza estima, como la mayoría de los especialistas e instituciones estudiosos del tema, que las situaciones de violencia no sólo favorecen la caza furtiva, «sino que también imposibilitan en gran medida cualquier intento por estudiar las jirafas y protegerlas».
Los investigadores recuerdan que el primer país africano en desarrollar una estrategia de protección de las jirafas fue Níger, al comienzo de la década de 1990, con medidas que incrementaron la población de 50 a 450 ejemplares.
También existen parques nacionales que la preservan con esmero, como el Giraffe Center de Nairobi, al que defensores del animal califican como santuario creado al comienzo de 1980 para proteger y garantizar su reproducción, ahora convertido en una de las principales atracciones turísticas de esta capital.
Sin embargo, todas esas especies se extinguieron en otros Estados de la región como Senegal, Nigeria, Burkina Faso, Guinea, Mali y Mauritania y ya nada puede hacerse allí por salvarle el cuello al tal vez más majestuoso de los animales terrestres.