Caracas (PL) Por muchas razones Venezuela es hoy el centro de la mirada de analistas, pitonisos y del más variado «gallo pinto» de opinantes y escribidores que se ufanan en hablar de lo que ocurre en este país, unos tarifados desde el norte y a cientos de kilómetros de aquí, y otros viviendo la realidad diaria de un país en convulsión.
En un escenario donde grupos opositores de extrema derecha insisten en alcanzar con un componente de violencia lo que se les aleja cada vez más en las urnas, algo resalta y pocos analistas abordan el tema, el desabastecimiento, sus causas y sus promotores.
El desabastecimiento aumentó en los últimos años. Varias son las presuntas razones para que este fenómeno, impuesto según la mayoría, sea hoy un motivo de disgusto y malestar entre la población, por mucho tiempo acostumbrada a vivir de la renta petrolera.
Los factores determinantes del desabastecimiento que se produjo en Venezuela en los últimos años son: aumento del consumo, déficit de producción, contrabando de extracción hacia Colombia y otros países vecinos, falta de divisas para importar alimentos y medicinas, y acaparamiento en la distribución y el comercio.
Así ve las cosas el laureado periodista venezolano y director del diario Últimas Noticias, Eleazar Díaz Rangel, a quien, por cierto, sus colegas cubanos le confirieron recientemente la Distinción Félix Elmuza, por su dedicación de toda la vida a divulgar la verdad de los pueblos de América.
«Estarán de acuerdo conmigo en que cada uno de ellos influye en la escasez y, naturalmente, en las colas que se han estado formando desde hace al menos dos años y que aún subsisten, aunque tales factores ni están colocados en orden de importancia, ni señalo magnitudes ni porcentajes de incidencia de cada uno de esos factores», señala Díaz Rangel.
Asimismo, plantea, «debo añadir un nuevo elemento, éste de carácter político, como está siendo el saboteo de grupos opositores para impedir que lleguen oportunamente productos alimenticios, particularmente agropecuarios, a Caracas y otras ciudades».
En Mérida, por ejemplo, se denunció que de nueve mil toneladas que deben nutrir a la ciudad sólo estaba llegando el 10 por ciento, y, supongo, que habrán visto los videos de los Altos Mirandinos, donde durante días se impidió la entrada de alimentos y, prácticamente, han mantenido cercados a sus habitantes, precisa.
Agrega el directivo: «tanto en cadenas de abastos como en los numerosos camiones que llegan de Los Andes con productos del campo y que venden a precios más bajos, se ha disminuido considerablemente porque han sido atacados muchos de esos camiones y otros han sido amenazados».
Naturalmente, estas acciones opositoras, que el mismo Ministro de la Defensa denunció hace poco, son parte de una estrategia de la oposición. Es una nueva expresión de la guerra no convencional que, según Vladimir Padrino López, «no tiene que mover tropas, ni tanques, ni aparataje militar… porque a través de otras vías pueden hacerse con la victoria».
La creación del malestar entre los pobladores es parte de la estrategia de esos llamados golpes de estado «blandos» que reiteradamente se ensayan en el mundo, más últimamente en América Latina, donde ya los sicarios y fascistas entrenados en escuelas de guerra estadounidense parecen algo prehistórico.
Hasta cierto punto los enemigos de la Revolución Bolivariana logran progresos, pues mercados y ventas callejeras padecen del desabastecimiento de productos, algo a veces crónico, y sobre todo causante del malestar «en el bolsillo».
Ciertamente, amas de casas, padres y madres de familias se quejan por la espiral ascendente de los precios, fluctuaciones que golpean la mesa de los venezolanos, desde las harinas (maíz o trigo), aceite, vegetales, caraotas (frijoles) hasta cárnicos, pescados y lácteos.
Hay malestar, y en esa vertiente trabajan los enemigos del proceso transformador iniciado por el Comandante Hugo Chávez años atrás.
Este malestar en sectores de la población venezolana lleva ahora y desde hace meses a algunos a hablar de una «crisis humanitaria», concepto idóneo para propiciar una intervención en el orden mundial actual.
Esto se convirtió en el mensaje recurrente y la práctica frecuente de gobiernos latinoamericanos que se pasan la «estafeta» unos a otros para agredir al pueblo venezolano y sus autoridades en busca del favor de las migajas que les tira el gobierno estadounidense.
Desde México con la renegociación del Tratado de Libre Comercio de las Américas a los «limones» que buscaba vender Argentina en Washington, hasta los perritos falderos con los que bautizó el presidente de Perú a los países de la región, está empedrado el camino de las malas intenciones contra Venezuela.
No son pocos los que integran las voces de agresión contra el pueblo bolivariano y no menos los que sugieren la organización de una fuerza multinacional para la creación de un canal de ayuda humanitaria a través de la frontera colombo-venezolana, iniciativa con nefastos resultados en países como Libia y Siria, por ejemplo.
En esta guerra para desabastecer a Venezuela, un destacado papel juega su vecina Colombia, por cuya frontera escapa una gran parte de los alimentos, medicinas, petróleo y cuantas cosas se puedan imaginar y que «ponen mala» la situación en este lado de la frontera.
Ahora el presidente José Manuel Santos se reunió con Donald Trump en Estados Unidos luego del supuesto encuentro en un exclusivo club de Miami-Florida, el pasado mes de abril, entre el presidente Trump y los ex presidentes Andrés Pastrana y Álvaro Uribe, quienes suman haber aplicado el Plan Colombia en su máxima expresión.
Hay que esperar que pase el tiempo para determinar los compromisos de Bogotá con Washington y viceversa, para buscar una» solución a los problemas venezolanos», no los que busca el pueblo, sino los que desean los que quieren controlar el poder en esta nación suramericana tan inmensamente rica que da miedo lo apetente que es para las grandes potencias.
Venezuela: Una mirada a la agresión
Por Luis Beatón