La Habana (PL) El 6 de agosto de 1945 una bomba atómica de uranio enriquecido explotó a una altura de 600 metros sobre la ciudad japonesa de Hiroshima.
La explosión, equivalente a 16 mil toneladas de TNT, creó una onda de calor de unos 300 mil grados centígrados, una potente onda de choque y un estallido de radiación gamma.
Para ese momento, Hiroshima tenía entre 300 mil y 420 mil personas, según el Departamento de Energía y el sitio web de la propia ciudad, ubicada en el oeste de Japón.
Los edificios de madera entraron en combustión y casi todos los que estaban dentro de un radio de un kilómetro y medio del centro de la explosión (el hipocentro) murieron inmediatamente.
Los potentes incendios que devoraron la ciudad crearon corrientes de aire caliente que elevaron a la atmósfera algunos de los 200 isótopos radiactivos que creó la detonación.
El resultado fue una lluvia radiactiva que esparció la contaminación: la llamada »lluvia negra».
A solo tres días de la explosión de Hiroshima, el 9 de agosto, Estados Unidos detonó otra bomba aún más potente. El blanco primario era la ciudad de Kokura, pero el humo creado por bombardeos anteriores hizo que el avión volara hacia Nagasaki.
La segunda bomba, basada en el plutonio, estalló a 500 metros de altura con una potencia equivalente a la de 21 mil toneladas de TNT. En aquella explosión las cifras de víctimas fueron similares. Unas 100 mil en el momento y otras 10 mil en los años posteriores.
Verlo así, desde los datos, resulta tal vez frío; es imposible que los números puedan abarcar el horror vivido, en el momento y posteriormente, pero ayudan a entender la razón por la que muchos no pueden olvidar lo sucedido.
Los científicos americanos que trabajaban en el Proyecto Manhattan habían probado con éxito una bomba atómica en julio de 1945, después de la rendición de la Alemania nazi en mayo.
Truman había encargado a un comité de asesores presidido por el secretario de Guerra Henry Stimson, para deliberar si se debía utilizar la bomba atómica contra Japón.
Sam Rushay, el archivero supervisor de la Biblioteca Presidencial Harry S. Truman en Independence, Missouri, indicó: «En ese momento hubo un amplio consenso entre los miembros del comité en apoyo de la decisión de atacar. Stimson fue muy firme en cuanto a que se debía utilizar la bomba».
Por su parte, Charles Maier, profesor de Historia en la Universidad de Harvard, señaló que si bien era posible que Truman tomara otra decisión, «hubiera sido difícil de justificar ante la opinión pública estadounidense por qué se prolongó la guerra, cuando se disponía de esta arma».
Hiroshima fue uno de los cuatro objetivos potenciales y Truman dejó en manos de los militares decidir qué territorio específico atacar. La ciudad fue elegida como blanco debido a su importancia militar y Nagasaki fue bombardeada, como ya se indicó anteriormente, unos días más tarde.
Estados Unidos sigue siendo el único país que ha usado armas nucleares.
«Los japoneses estaban listos para rendirse y no hacía falta golpearlos con esa cosa horrible», afirmó años después Dwigth Eisenhower, en aquel entonces máximo comandante de las fuerzas aliadas en Europa y eventual sucesor de Truman en la Casa Blanca.
Y numerosos académicos -como Mark Selden, profesor de la Universidad de Cornell y editor de The Asia-Pacific Journal- han llegado a la conclusión de que las bombas no fueron tampoco un factor para que Tokio se rindiera.
«Los japoneses ya habían sufrido la destrucción de ciudad tras ciudad, con la pérdida de aproximadamente medio millón de vidas por causa de los bombardeos estadounidenses. Y no habían parpadeado», reconoció Selden.
«Pero era porque estaban queriendo obtener una pequeña concesión de Estados Unidos, que exigía una rendición incondicional: la protección del emperador», explicó.
¿Cuál fue el resultado?
Al menos 70 mil personas murieron en la explosión inicial, mientras aproximadamente 70 mil más murieron a causa de la exposición a la radiación.
«El total de muertos en cinco años puede haber alcanzado o incluso superado los 200 mil, debido al cáncer y a otros efectos a largo plazo», según la historia del Departamento de Energía sobre el Proyecto Manhattan.
La de Nagasaki el 9 de agosto mató a otras 80 mil personas. Japón incondicionalmente acordó aceptar los términos de la rendición el 14 de agosto cuando ya hacía tiempo que estaba derrotado.
La devastación causada por el bombardeo llevó a muchos a criticar la decisión.
Los supervivientes hicieron frente a otras amenazas: aparte de quedar huérfanos, heridos, mutilados y sin hogar, decenas de miles quedaron afectados por la radiación. En primer lugar fueron marcados y rechazados porque se pensaba que la radiación podía ser contagiosa (se les llamaba los Hibakusha), y también se decía que habían quedado condenados a tener una descendencia con malformaciones.
Entre los incontables problemas de salud de los supervivientes, se registró, por ejemplo, un incremento del riesgo de padecer cáncer del 44 por ciento entre 1958 y 1998, entre aquellos que estuvieron expuestos a unas dosis más altas de radiación (del orden de 1 Gray, mil veces por encima de los límites máximos de seguridad permitidos hoy en día).
El profesor Maier dijo que los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki «llevaron a que el emperador japonés interviniera con un ejército dividido y abogara por una rendición». Sin embargo, agregó que Japón pudo estar dispuesto a poner fin a la guerra con condiciones como mantener el emperador.
En 1958 el Ayuntamiento de Hiroshima aprobó una resolución de condena a Truman por negarse a expresar remordimiento por usar las bombas atómicas y por seguir promoviendo su uso en una situación de emergencia.
La resolución indicaba que los residentes de la ciudad «consideran su deber sublime ser la piedra angular de la paz mundial y ninguna nación del mundo nunca debería permitirse repetir el error de utilizar las armas nucleares».
La resolución califica la postura del expresidente como una «deshonra grave cometida contra el pueblo de Hiroshima y sus víctimas caídas.»
¿Cómo se sienten al respecto los estadounidenses y japoneses?
Una encuesta de 2015 del Pew Research Center encontró que sólo el 14% de los japoneses pensaba que el bombardeo fue justificado, mientras que el 79 por ciento dijo que no lo era.
Una encuesta de Gallup realizada inmediatamente después del bombardeo en 1945 encontró que el 85 por ciento de los estadounidenses aprobó la decisión de Truman.
Sin embargo, la encuesta de Pew el año pasado encontró que la proporción de estadounidenses que creen que se justificaba el uso de armas nucleares contra Japón había caído al 56 por ciento.
El problema de las armas nucleares es una cuestión crucial que las Naciones Unidas han venido afrontando desde su fundación hace más de 70 años.
No hay que subestimar la complejidad que rodeará unas hipotéticas negociaciones para promulgar su abolición.
Sin embargo, si los Estados siguen buscando el diálogo con sinceridad, será posible crear una corriente irreversible hacia un mundo sin armas nucleares, opinan algunos.
A más tardar en 2018, la ONU tiene previsto celebrar una conferencia de alto nivel sobre el desarme.
La aprobación de un tratado que proscriba las armas nucleares mejoraría las condiciones para iniciar un proceso de reducción masiva de los actuales arsenales nucleares, que conduzca a su eliminación en el futuro.