Santo Domingo (PL) El 2008 fue, quizás, el escenario que sirvió de escaparate para mostrar con mayores niveles de claridad, las grietas sociales que se fueron creando a raíz de los desaciertos o errores de diseño de la política económica estadounidense, impulsada por la administración del presidente Ronald Reagan.
Esto, luego de que Occidente se impusiera sobre las llamadas democracias populares europeas, hundidas en el rezago tecnológico, fruto de una especie de capitalismo de Estado que eliminó la competencia individual y colectiva.
La Gran Recesión, de la que aún no nos recuperamos, puso en evidencia, incluso, que la forma en que se moldeó el inevitable proceso de globalización, que dio una aparente victoria a sus moldeadores, una lenta pero sostenible pérdida de hegemonía que, de a poco, mostró un marcado declive estadounidense en el ámbito del comercio y la diplomacia.
Por eso he afirmado en reiteradas ocasiones, que en la lucha escenificada en el marco de la bipolaridad que creó la Guerra Fría, Estados Unidos perdió ganando, porque con su victoria y posterior liderazgo unipolar, sentó las bases para una multipolaridad que minó su absoluto dominio.
Pero este quiebre hegemónico inició a lo interno, con medidas de orden fiscales que protegieron al gran capital sobre el falso argumento de que los capitalistas, navegando a sus anchas, desregulados y con autoridad para jugar con la fuerza de trabajo a su antojo, daban dinamismo a la economía y generaban más empleos y riquezas.
De esa forma comenzó a desvanecerse el denominado «sueño americano», pues en efecto, el Estado, mediante leyes y regulaciones que desregulaban, abandonó a la suerte del mercado, ansioso y estresado por maximizar sus ganancias, a los trabajadores.
Una fracturación de la sociedad comenzó a producirse, pues las riquezas empezaron a concentrarse en pocas manos, la clase media inició su peregrinaje hacia la pobreza, los pobres dieron inicio a la creación de un ejército de indigentes, sin acceso a vivienda, sin acceso a salud, sin acceso a educación; y lo más dramático, con poco acceso a la alimentación.
Dicho cuadro ha ampliado la brecha en la esperanza de vida entre ricos y pobres un 10 por ciento, según reveló recientemente la revista The Lancet.
Este mismo medio de comunicación da cuenta de que a pesar de las reformas al sistema sanitario del presidente Barack Obama, el 25 por ciento de los pobres no tiene acceso a salud, y hace énfasis en que en este porcentaje la mayoría son latinos y negros.
Así da «continuidad histórica a un racismo estructural» que, como podemos apreciar en los pronunciamientos y acciones del presidente Donald Trump, parece afianzarse y dar estímulo y municiones a los nostálgicos elementos que guardan en sus vísceras las «gloriosas» historias del Ku Klux Klan que también anidan en el Tea Party.
El resquebrajamiento interno ha llevado a los estadounidenses a perder el control externo. Sus fracasos militares, económicos y diplomáticos son cada vez más frecuentes. Un ejemplo de lo que afirmo se produjo en la Cámara de Representantes, cuando la abrumadora mayoría votó por mantener las sanciones a Rusia.
Un golpe para Trump, pero que provocó la reacción de algunos países europeos, entre ellos Alemania, que condenaron la medida, porque afecta el comercio entre éstos y el país euroasiático; la dependencia energética es la principal razón. Es más, algunos europeos se plantean boicotear productos estadounidenses.
En paralelo, su deuda no baja del 100 por ciento del PIB y el cíclico déficit fiscal amenaza constantemente con dejar al Gobierno paralizado y en el carril del endeudamiento permanente.
*Presidente de la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina y el Caribe (COPPPAL).