París, 21 ago (PL) La célebre frase atribuida al rey inglés Ricardo III y hecha famosa por la obra de William Shakespeare me vino a la mente hoy, pero con ligeras diferencias.
Si Su Majestad clamaba por un caballo de repuesto tras haber perdido el suyo en medio de la batalla de Bosworth, mis anhelos eran mucho más terrenales: apenas un baño público en el corazón de París.
Pues sí, se supone que en las inmediaciones de la Torre Eiffel, el lugar más visitado de la Ciudad Luz, haya suficiente resguardo para quien tenga urgencias urinarias, pero nada de eso.
Al pie de la torre hay uno, para el cual hay que pasar por el registro de seguridad requerido para acceder a la mole de hierro, pero para encontrar uno sin tener que pasar por ese requisito que puede tardar horas en dependencia de la fila, hay que caminar bastante.
A un kilómetro de distancia más o menos se encuentra el más próximo, luego de atravesar el Museo del Hombre, pero incluso a comienzos del oscurecer hay más de una decena de personas esperando.
Puede parecer poco, pero solamente entra uno a la vez, y cuando sale, automáticamente la instalación se toma cerca de dos minutos en limpiar completamente el lugar, mientras el siguiente urgido de utilizarla espera por la señal verde.
En esas estaba, sin saber que la fila relativamente corta me llevaría más de una hora de espera, porque incluso las parejas y los familiares pasan de uno en uno, salvo cuando se trata de un menor de edad o un discapacitado.
Más de uno daba saltitos y paseos sin parar mientras esperaba, pero no había más remedio que seguir aguantando la micción hasta el límite.
Había que ver la expresión de alegría de quienes iban detrás de mí cuando se dieron cuenta de que yo utilizaría el servicio, pero no mis acompañantes.
En serio, llegamos a pensar que la japonesa que nos sucedía en cualquier momento sacaría un cuchillo para hacerse un harakiri, pero en ese momento mágico hizo una reverencia como si fuera a entrar el mismo Ricardo III.
Solo que esta vez el último representante de la casa de York lo daría todo…por un baño público en París.
Mi reino por un…baño público
Por Lemay Padrón Oliveros