Por Alberto Aranda
Alejado de los reflectores de su época, entregado a su trabajo, Luis Nishizawa fue recordado a cien años de su nacimiento en el Palacio de Bellas Artes. Además de su obra de caballete, dejó una importante legado mural en donde da cuenta de sus intereses pero también de la evolución que tuvo su trabajo.
Sobre éste, Teresa Favela, investigadora del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas (Cenidiap), del INBA, explica que Nishizawa perteneció “a la tercera generación de muralistas y tuvo como maestros a artistas como Zalce o Chávez Morado que eran de la segunda generación de muralistas, pero siempre siguiendo esa veta de la escuela mexicana. Después se vuelve abstracto y ahí es cuando yo creo que hace su viaje a Japón para aprender técnicas y toda la doctrina zen. Trata de, con pocos elementos, en este caso en el lienzo, decir mucho y transmitir su pensamiento y espiritualidad”.
Nishizawa hizo un sincretismo entre el arte japonés y el prehispánico, reflejado de menor manera en su obra mural. “Por otro parte, fue docente en la misma escuela donde estudió y se nutrió de sus alumnos; estuvo alrededor de 47 años como profesor”.