Por Ana León
Pedro González Rubio, el nombre del director belga de quien se desprenden producciones como Alamar, ubicada en el género del documental y que narra el viaje de un padre y su hijo ambientado en el arrecife de coral más rico de México, Banco Chinchorro, aparece como primero en la lista de la Competencia Internacional de la octava edición del Festival Internacional de Cine de la UNAM. En ésta, Antígona (2018) dirigida por González Rubio será estrenada a nivel mundial.
Al trabajo del belga le sigue Baronesa (2017), la opera prima de Juliana Antunes (Brasil) que fue reconocida como Mejor Largometraje Internacional en el Festival Internacional de Cine de Valdivia el año pasado. Antunes explora el universo femenino, el día a día de algunas jóvenes en una favela en Brasil. Junto al filme de la brasileña se estrena la producción del dominicano Nelson Carlo de los Santos Arias, Cocote, que se proyecta por primera vez en México y en el que la comunidad dominicana es analizada y presentada al espectador, con humor, a través de las diferencias religiosas.
Doce son los filmes que integran esta competencia. Deriva (2017), de la alemana Helena Wittmann, se integra así como La fábrica de nada (2017), de Pedro Pinho. La coproducción suiza-mexicana, Lamaland(Parte 1), de Pablo Sigg, que además de integrar esta selección es parte también de la Competencia mexicana, presenta una historia particular:
“Condenados a vivir en radical aislamiento en el paraíso perdido llamado Nueva Germania, los últimos dos descendientes de la colonia aria fundada por la hermana de Friedrich Nietzsche en la selva paraguaya son confrontados con la revelación de su destino último gracias a una espontánea ruptura en el orden mineral de su existencia diaria: como si las potencias oscuras del tiempo, los dioses del aire y de los elementos reclamaran el fin de los hombres que soñaron un mundo con una sola historia, una sola lengua, una sola deidad, una sola raza, un solo territorio.”
Que nunca regrese el verano, de Alexandre Koberidze, en su estreno norteamericano, se suma a esta selección que marca la línea editorial del festival y en la que se incluyen películas de toda procedencia, como se lee en la página del mismo. Están también el filme francés de terror, Milla, de Valerie Massadian; el brasileño En lo intenso ahora, de João Moreira Salles; y París es una fiesta-Una película en 18 olas, de Sylvain George, este graduado de filosofía, de ciencias políticas, de derecho y de cine presenta una postal contemporánea de esta ciudad, desde la violencia de Estado, la emergencia generada por los atentados terroristas hasta el paisaje sonoro y el natural, todo atravesado por la mirada de un “joven menor extranjero aislado”.
En la recta final de esta lista se integra El sabor del cemento, una coproducción entre Alemania, Líbano, Siria, Emiratos Árabes y Catar dirigida por Ziad Kalthoum. Vale la pena poner atención a este director que sigue un poco la estela de directores como el iraní Jafar Panahi que construye una particular y potente crítica a la política de su país (que le ha prohibido hacer cine); en este caso, Kalthoum que desertó del ejército sirio y se negó a luchar contra su propia gente, aborda la historia de “unos obreros en el exilio (Beirut) que construyen un rascacielos mientras, al otro lado de la frontera, sus propias casas son bombardeadas”. La lista la cierra el filme argentino La vendedora de fósforos (2017), de Alejo Moguillansky, considerada dentro del la llamada “renovación del nuevo cine argentino”.