Por Ana León
Los artistas, parafraseando a Martha Rosler, fueron llamados hace tiempo (lo sepan o no) al managment social. Y es que estos miembros de la llamada clase creativa en donde también caben panaderos y cerveceros artesanales, granjeros urbanos, baristas, galeristas, diseñadores, chefs, entre otros, se han vuelto un activo estratégico en las ciudades postindustriales. Rosler, teórica, crítica y artista neoyorquina, desde los años sesenta investiga las realidades socioeconómicas y las ideologías políticas que dominan la vida contemporánea, esto pasado por el filtro de las artes y la cultura y teniendo como una de sus consecuencias la gentrificación. Es en Clase cultural (2013), libro publicado en español, en 2017, por Caja Negra, donde se reúnen varios ensayos en los que reflexiona sobre dichos temas.
Uno de los rubros que ataja Rosler en este libro es la creación de experiencias y la promesa de aventuras agradables en todos los ámbitos de la vida cotidiana, desde el habitar hasta el comer, y el papel que el arte y los artistas juegan en estos procesos. Pero también de la gentrificación, de la transformación de los barrios industriales en espacios que fomenten la cultura para la formación de identidad. La médula de estas observaciones, que agotan el detalle a momentos, sigue la línea de cómo el arte, la cultura y la creatividad desplazan al capital como la fuerza que organiza la producción. Más allá del sentido histórico de la clase cultural y, hasta cierto punto, de su responsabilidad social, en este libro se señala su transformación como proveedora de servicios y su inclinación hacia la “creación de experiencias” y de la interactividad.
En “La creatividad y sus descontentos”, por ejemplo, Rosler hace referencia a la “noción de una clase poderosa de gente creativa”, bautizada como “creativos culturales”, que es vista como un grupo “socialmente comprometido, progresista y espiritual (si bien en general sin filiación religiosa), y, por lo tanto, lo consideran activo en movimientos por el cambio social y político.” Sin embargo, apunta, “la mayoría de los analistas de estos “creativos” se concentran en cuestiones como el estilo de vida y las clases de gustos, y se muestra evasiva con respecto a la relación entre dichos creativos y el control y la organización social”, y los sitúa en momentos como “cómplices” del capital en el terreno del consumo y como fuerza de trabajo eventual (freelance).
Tomando como punto de referencia a los situacionistas y como base un nutrido aparato crítico, Rosler versa constantemente en cómo la cultura se ha transformado en un recurso disponible tanto para las entidades gubernamentales así como para diversos grupos poblacionales, y de la misma forma cómo se ha transitado hacia una estetización en todos los ámbitos de la vida cotidiana, aspirando a un paisaje urbano contemporáneo ideal.