Por Fernando Salinas
La oferta de cine de ficción a nivel internacional es muy amplia, pero, si nos centramos en el cine independiente la cantidad de producciones disminuye considerablemente. Las películas de ficción, brillan en cartelera porque, aunque el género sea considerado de nicho, las historias fantásticas siempre abren un panorama distinto de la realidad en que vivimos y al no tener limitantes, la creatividad marca los límites de una historia, aunque es evidente que el presupuesto es un factor muy importante.
Tratando de darle la vuelta a las grandes producciones hollywoodenses, el cine independiente surge como una buena opción ante las ganas de hacer una película y es que, más que exprimir cada centavo, el valor real del filme es mantenerse fiel a una narrativa y adaptarla a lo que se tenga, sin perder su esencia.
En México existen directores que han indagado desde distintas perspectivas el fenómeno de la ficción. Ya sea a partir de una leyenda, un hecho real o si se trata del mero producto de una mente perturbada, el cine ha servido de lienzo para los realizadores nacionales e internacionales, y se agradece que existan opciones más arriesgadas que el saturado género de la comedia romántica.
Dis (2017) es una de las opciones que surgen bajo un sello independiente y apuestan por el terror violento y gráfico a partir de la leyenda de la mandrágora, una planta que nace de la tierra y poco a poco va tomando forma humanoide, se dice que puede crecer como un homúnculo y su forma vegetal está asociada con la magia. Esta historia con pocos diálogos, pero con imágenes que buscan corromper la paz en el espectador, es protagonizada casi en solitario por un ex militar que enfrentará su pasado hasta encontrar la materialización de todos sus miedos.
“Quería explorar una leyenda que a mí me parece muy interesante, muy extraña. También quería hacer un drama extremo. La hice a partir de una escaleta que había escrito hace unos años, es la historia de fondo, pero contada de una manera minimalista de forma visual. Mi intención fue hacerla lo más minimalista posible. He sido estudiante de cine de terror y la literatura de terror de toda la vida es lo que me gusta. Me parece un género muy noble, muy interesante y que da mucho. Ahorita se está abriendo el terror experimental, digamos”, comentó Adrián Corona, director de Dis.
La película destaca por la fotografía, los matices de tonos negros y los encuadres ofrecen imágenes agradables a la vista, pero, sobre todo, los ambientes con grafitis son bien aprovechados al brindar la atmósfera de misterio y desolación, aunque algunos textos en las paredes pueden romper la lógica de la narrativa.
“Bueno, cuando estaba escribiendo el guion ya tenía las locaciones en mente. Fue una película de bajo presupuesto. Yo viví muchos años en Veracruz, en Xalapa, conocía el Cofre de Perote, acampé muchas veces ahí, entonces, ya me había topado con ese edificio. El grafiti, el street art como se dice, fue una de las cosas que más me atrajeron, ya las tenía en mente.”
El título de la película tiene un significado implícito que es bien aprovechado. “La mandrágora, de acuerdo con la leyenda crece a partir de la sangre y la semilla de los condenados que han cometido asesinato. En ese sentido, sabemos que él [el protagonista] ha cometido asesinatos, de ahí viene el título, “dis” lo estoy usando como prefijo, en inglés y en español es ‘la negación de’, pero también significa separación. Es algo del protagonista con él mismo, violencia para uno mismo y también hacía otros, ese es el doble sentido que se da para la mandrágora.”
Otra opción de ficción que brinca del cine documental a la irreverencia es Moronga, de John Dickie, que pone en pantalla el estereotipo del gringo loco en un pueblo sin ley, pero, en el trasfondo, critica la situación política y social en Oaxaca.
“La moronga es una salchicha hecha de sangre de cerdo, tomé el nombre para la película porque me pareció una palabra poderosa y una cosa muy representativa para la película porque es un poco un retrato de los humanos como animales; y en cuestión del entorno del conflicto, la película se inspira mucho en mis experiencias como documentalista durante el conflicto social en Oaxaca de 2006. La historia en la película ocurre en un conflicto social que afecta un pueblo de Oaxaca, es como el viaje de un gringo militar a través de un mundo en llamas. Él está perdiendo la cabeza al tiempo que la comunidad está perdiendo la cabeza”, mencionó John Dickie, director y productor de Moronga.
La libertad que brinda el cine experimental es explotada por Dickie quien combina la realidad con situaciones poco convencionales con sabor a surrealismo.
“La hice de esa manera porque es la única forma que yo sé hacer cine de ficción, uno como realizador va siguiendo su instinto. Por otro lado, mi trabajo se basa en el realismo, en el documental y quise explorar otros lenguajes en una ficción que es mi primera obra de este género. Es bastante onírica, surreal y absurda, creo que baila sobre una línea entre realismo y surrealismo, creo que no se va demasiado hacia una locura surreal, es como potenciar un poco lo absurdo de esta realidad para denunciar, provocar crear un viaje, una experiencia para el espectador.”
El trayecto para la realización de Moronga fue un proceso largo. De acuerdo a su director, el guion se empezó en 2006 y la producción en 2011 y se filmó aproximadamente en 2015. La edición y la posproducción fue un viaje largo y complicado como cualquier película, pero quizás más con esto por la exploración del lenguaje y la experimentación, también por problemas de dinero que siempre pasa porque la postproducción es una cosa complicada; y después, esperar el estreno y la exhibición que es otro viaje, tardado, pero creo que valió la pena.”
Además de México, otros países como Canadá abren una ventana al cine independiente, tal es el caso de The Hollow Child, ópera prima del cineasta Jeremy Lutter que aborda la mítica de las hadas y se vale de la atmósfera natural del bosque para crear una película de terror más tradicional.
“Voy a describir a The Hollow Child como un cuento de hadas oscuro, tiene elementos de terror, pero no es de miedo como tal. Sobre todo, por los árboles que rodean la casa, la intención era provocar un sentimiento de claustrofobia. Filmamos esta película en British Columbia, Canadá donde tenemos un montón de árboles escalofriantes, fue una locación que aprovechamos por los bosques increíbles. En cuanto a la historia es la fascinación por el otro, en muchas películas de terror tenemos las sociedades en un lugar y el bosque en la oscuridad y lo desconocido. En la película tenemos el bosque y la casa como una estructura civilizada, las estrellas ahí son muy brillantes, pero en el bosque no hay luz. Y las cosas desconocidas pueden salir del bosque, es algo que ocurre en distintas películas de terror, un lugar habitado por seres y donde cosas peligrosas pueden pasar”, esto en palabras de Jeremy Lutter, su director.
La planeación de la narrativa giró en torno a las hadas o espíritus del bosque, seres no tan comunes en las cintas de terror. “Mi amigo y escritor del proyecto, Ben, estuvo muy interesado en el folclor de las hadas, queríamos hacer una película con un monstruo no tan común, no queríamos un vampiro o un hombre lobo, queríamos algo más original y pensamos en prostéticos para las hadas bastante geniales”.
La realización del filme se enfrentó a varios obstáculos. “Lanzamos esta película en Canadá con un presupuesto no muy grande, un proyecto ambicioso con muchos actores y muchas locaciones. Fue muy difícil grabar en el bosque, algunos días llovió, otros hacían mucho frío. Para algunas tomas tuvimos que construir una cueva y cada vez se estiraba más el presupuesto.”
La apertura a espacios dedicados al cine de este género como Feratum ofrece un escaparate de producciones hechas con esfuerzo y sin miedo a cambiar la fórmula para su creación. Y aunque muchas películas no logren destacar, son una alternativa al gastado cine hecho casi con molde.
Imagen: The Hollow Child