La Habana (Prensa Latina) Europa no está preparada para luchar contra la desertificación que la acecha, fue uno de los titulares de la prensa del Viejo Continente en diciembre de 2018.
Un informe de auditores europeos sonó la alerta sobre la falta de medidas para enfrentar tal desafío por parte del bloque comunitario.
El alón de orejas llegó desde el Tribunal de Cuentas Europeo, ocupado en advertir que el riesgo de desertificación «no se aborda de forma eficaz y eficiente» en la eurozona y es una de las consecuencias del cambio climático que amenaza, especialmente, a España y al sur del continente.
El estudio asegura que pese a que la desertificación y la degradación de las tierras constituyen amenazas actuales y crecientes en la Unión Europea (UE), la Comisión «no tiene una idea clara de estos problemas, y las medidas tomadas para luchar contra la desertificación carecen de coherencia».
El documento resume que «no existe ninguna estrategia en la UE sobre desertificación y degradación de las tierras».
Antes, grupos ecologistas y partidos Verdes de la región habían advertido que sequía y desertificación no solo eran dolores de cabeza para los países latinoamericanos y africanos, los más impactados por tal flagelo.
Entre septiembre de 2017 y mayo de 2018, la auditoría revisó informes, estrategias y visitó España, Italia, Chipre, Portugal y Rumanía, estados que se declararon afectados por la desertificación.
Los cinco países europeos reconocieron su vulnerabilidad por reunir distintas condiciones climáticas, vegetación, actividades humanas y riesgos que hacían posible su propagación.
Ya desde 2008, por ejemplo, el Programa de Acción Nacional de España reflejaba que el 74 por ciento del país está en riesgo de desertificación, lo mismo que sostuvo a finales del pasado año el informe del Tribunal europeo.
El informe reconoce que el 18 por ciento de ese país presenta un riesgo alto o muy alto, mientras el 19 por ciento padece un riesgo medio.
Añade que la situación es «especialmente preocupante» en la Región de Murcia, la Comunidad Valenciana y las Islas Canarias, donde el riesgo de desertificación es alto o «muy alto» en más del 90 por ciento del territorio.
En su respuesta a la investigación, la Comisión Europea reconoció que el riesgo de desertificación y degradación de las tierras «podría abordarse mejor» y que era parte de una propuesta sobre el suelo que la Comisión decidió retirar «a falta de una mayoría cualificada en el Consejo durante ocho años».
Los auditores critican que la moderna Europa hoy no disponga de «una visión compartida sobre cómo lograr la degradación neutra del suelo para 2030», uno de los compromisos que se propuso el bloque comunitario, pero que, a juzgar por el informe del Tribunal de Cuentas, no ha abordado aún.
EL DESGASTE DE LOS SUELOS
Según especialistas, la desertificación es la degradación de la tierra en las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas y es causada, fundamentalmente, por la actividad humana y las variaciones climáticas.
Este proceso no está vinculado con el avance de los desiertos existentes.
La desertificación se debe a la vulnerabilidad de los ecosistemas de zonas secas, que cubren un tercio de la superficie del planeta, a la sobrexplotación y el uso inadecuado de la tierra.
La pobreza, la inestabilidad política, la deforestación, el sobrepastoreo y las malas prácticas de riego afectan negativamente la productividad del suelo.
Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), desertificación y sequía provocaran que para el 2025 un total de mil 800 millones de personas vivirán una escasez absoluta de agua y dos tercios de la población mundial no dispondrán de suficientes recursos hídricos.
Hablamos de una compleja amenazada medioambiental que irrumpe con fuerza en el ámbito socioeconómico, causando «más muertes y desplazamientos humanos que cualquier otro desastre natural», apunta ese organismo internacional.
Estudios de la ONU aseguran que para el año 2045, alrededor de 135 millones de personas en todo el mundo pueden haber sido desplazadas como consecuencia de la desertificación.
SE IMPONE EL CAMBIO
En su mensaje para este 17 de junio, Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía, el secretario general de la ONU, António Guterres, apunta que tales retos constituyen amenazas para millones de personas en todo el mundo, en particular mujeres y niños.
Su misiva recuerda que cada año, el mundo pierde 24 mil millones de toneladas de suelo fértil y que la degradación de las tierras secas reduce el Producto Interno Bruto de los países en desarrollo hasta en ocho por ciento anual.
La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible afirma que para enfrentar tales desafíos «estamos decididos a proteger el planeta contra la degradación, incluso mediante el consumo y la producción sostenibles, la gestión sostenible de sus recursos naturales y medidas urgentes para hacer frente al cambio climático».
Específicamente, el Objetivo 15 de ese plan de acción global recoge la determinación de los 193 países firmantes de detener y revertir la degradación de la tierra.
Seguramente, este 17 de junio no pocos burócratas y políticos europeos pondrán atención sobre estos temas, en especial porque la preocupación sobre el medio ambiente ocupó un lugar importante en los resultados de las recientes elecciones de la Eurocámara, y puede mover la balanza de la política europea.
El tema deberá estar sobre la mesa de muchos gobiernos, porque de los ecosistemas de las zonas secas depende la subsistencia de más de dos mil millones de personas en el mundo, noventa por ciento de las cuales vive en países en desarrollo.
Quizás, el llamado de Guterres «a cambiar urgentemente esas tendencias», porque proteger y restaurar la tierra, y utilizarla mejor, puede «reducir la migración forzada, aumentar la seguridad alimentaria y estimular el crecimiento económico».
Veremos, no caiga en saco roto.
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