Por Yelena Rodriguez Velazquez
Simferópol, Rusia, 25 ago (Prensa Latina) Si llegas a Koktebel por alguna razón olvida el confort del hotel y tu desconocimiento del idioma ruso, apresúrate y anda porque estás sobre un paraíso anclado a las orillas del mar.
La aldea urbana situada al sur de Rusia, en la República de Crimea es, sin quitar el mérito a otras, una de las grandes maravillas que la naturaleza tuvo la amabilidad de crear.
El pequeño polo turístico bien pudiera ser parte de algunas de esas listas que el ser humano se ha encargado de inventar para reconocer la belleza paisajística.
Quienes asistimos al Festival Internacional de música Koktebel Jazz Party por primera vez no perdimos la ocasión para caminar sus calles.
Nuestro recorrido es como un viaje en barco que acaba de atracar en al borde de la playa. Por suerte, el clima se puso a nuestro favor porque es etapa de verano y el sol opulento y el calor nos lo recuerda a cada rato.
Observar las montañas es una de las delicias que tiene el visitante porque el lugar está rodeado de elevaciones y la vista, aunque quiera, no las puede esquivar.
Sin embargo, hay una que resalta y llama especial atención. La espléndida elevación Kara Dag, traducida como Cerro Negro, luce imponentes y hermosa a unos 575 metros al pie del mar como si estuviera custodiando la ciudad.
Muy pocos habitantes conocen su historia. Algunos solo saben que es un volcán cadáver del Jurásico que estuvo activo por miles de años y ahora presumen de tenerla como una joya preciada.
Otro de los placeres en Koktebel, por supuesto, es bañarse en el estrecho cerrado entre Asia y Europa llamado Mar Negro que abarca una superficie de 413 mil kilómetros y donde, según dice, es sitio para hallar el amor.
La leyenda viene del encuentro entre la poetisa rusa Marina Tsvetaeva quien conoció allí en plena adolescencia, a su esposo Serguei Efron.
El pequeño sitio deviene en colonia de músicos, pintores, artesanos, pescadores y recibe cada año a cientos o miles de turistas de varias partes del mundo.
En nuestro recorrido vimos de todo: centros comerciales repletos de mercancías, restaurantes, parques de diversiones, casas de vino y cerveza, centros de masaje, cafés, baños públicos e incluso una zona nudista para quienes no resisten el calor.
En las calles hay algarabía, música. Las personas hablan alto sin importar el idioma, visten con ropa ligera, shorts, juegos de baño, mientras transitan despacio, en bicicletas y motociclos.
El jazz por estos días ocupa cada rincón y le da la combinación perfecta a esos paisajes idílicos.
Hoy, lamentablemente, tenemos la última noche de conciertos y nadie quiere que llegue el final. Sin dudas, visitar Koktebel es como habitar una postal o un Cuento de Ada, irse es desprenderse de la poesía.