México (Prensa Latina) El debate abierto sobre el reciente viaje del presidente Andrés Manuel López Obrador a Estados Unidos para celebrar la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio con ese país y Canadá, ahoga el tema de fondo: ¿es el T-MEC la panacea que pintan?
Para el presidente López Obrador lo más importante del viaje, efectuado 8 y 9 de julio, fue remarcar la trascendencia que le otorga al tratado, el cual presenta como un ábrete sésamo para solucionar los graves problemas de la economía nacional, muy afectada por la crisis del petróleo y la pandemia de Covid-19 que empujan al país a una depresión más profunda que la dañina de 2008-2009, cuando el PIB bajó casi dos dígitos.
Con la hipótesis -cuya verificación puede demorar años- de que por ser el mayor mercado regional del mundo el acuerdo tripartito será un imán para atraer inversiones incluso desde fuera del convenio, la superación de la crisis puede ser casi inmediata y el desarrollo de la economía nacional recibirá un decisivo impulso con ese modelo de integración.
La premisa del gobierno para defender el tratado -también por probar- es que el T-MEC no es una continuidad del perjudicial TLCAN al que sustituye, sino algo nuevo y beneficioso. Sin embargo, lo publicado hasta ahora no demuestra que haya algún cambio estructural del convenio de 1994 firmado por el expresidente Carlos Salinas de Gortari.
Analistas mexicanos como Carlos Fazio estiman, por el contrario, que el nuevo acuerdo sí da continuidad al enfoque neoliberal del anterior y profundiza el destino de México como país subordinado, dependiente y maquilador de Estados Unidos.
Por supuesto, es un criterio muy fuerte que rechaza López Obrador y cuya intención es precisamente evadir la maquila y sustituirla por una industria propia, pero entra en contradicción cuando proclama que la integración trilateral los une en una misma cadena productiva, aunque quizás no tan explícita como ocurre en la actualidad con el sector automotriz.
Hay otra realidad que es insoslayable y abona de alguna manera en favor de los críticos del T-MEC.
Siendo el tema laboral una de las principales exigencias de Estados Unidos, que incluso trabó la aprobación del convenio en algún momento en el Congreso del país vecino, e incluso también en el Parlamento mexicano, entre los invitados a la cena presidencial no figuró ningún líder sindical, ni mexicano ni estadounidense.
Solamente concurrieron 11 empresarios representantes del gran capital mexicano y no hubo ni un solo nombre de las pymes.
Fazio apunta que la presencia en la cena de magnates mexicanos como Carlos Slim (según Forbes entre los cinco más ricos del mundo) y Ricardo Salinas Pliego, dueño de TV Azteca, conspicuos integrantes de Citigroup, considerado por Noam Chomsky uno de los bancos de inversión más corruptos del mundo, marca una plutonomía evidente configurada por la contraparte estadounidense en áreas estratégicas como la militar (Lockheed Martin), energética (Sempra, Shell, Cabot Oil & Gas Corporation), acerera (Nucor), automotriz (Ford) y electrónica (Intel), entre otras.
Esos selectos invitados a la cena con ambos mandatarios, añade Fazio, explican el principal objetivo del encuentro Trump-AMLO en el marco de la actual guerra económico-financiera de EE.UU. contra China.
En ese sentido pierde fuerza el argumento de ambos presidentes de que el mercado de la región del norte es el más importante del mundo pues, aunque represente el 18,3 por ciento de la economía internacional y el 16 de las exportaciones globales, no es el de mayores expectativas de crecimiento y desarrollo, incluido el tecnológico.
El de mayores expectativas sigue siendo Asia que multiplica por varias veces la cantidad de consumidores de América del Norte, el factor principal de cualquier ecuación económica y comercial.
Ante las perspectivas comerciales de la franja y la ruta, y de una verdadera integración multilateral de nuevo tipo, sin competencia y de complementariedad que auspicia China, el mercado que abarca el T-MEC es un enano.
Insiste Fazio en que en el contexto de la guerra de clase que libra la plutocracia contra el resto de la humanidad, el T-MEC trumpiano es un instrumento al servicio de la plutonomía (minoría rica) y está dirigido a profundizar la territorialidad de la dominación capitalista.
Allí está la respuesta, dice, del posterior aval que le dio el Consejo Coordinador Empresarial y la prensa conservadora mexicana, a la actuación de López Obrador.
Otro analista, John Saxe-Fernández, de la Universidad Autónoma, considera que la renegociación del T-MEC estuvo plagada de claudicaciones tipo Estado vasallo, y en su redacción final quedó consignado un estatuto de supeditación colonial de México, que abre espacios en el sector de la energía y los recursos naturales al gusto de la Casa Blanca, con grave riesgo para la independencia y soberanía de la nación mexicana.
Esa proyección, admite, exhibe una contradicción con las medidas iniciales de rescate histórico del sector energético (Pemex y la Comisión Federal de Electricidad), que López Obrador ha buscado colocar de nuevo en función del interés público nacional por su carácter estratégico, de lo cual no hay dudas.
Chomsky, Josefina Morales, Manuel Pérez Rocha Loyo y Saxe-Fernández coinciden en que el T-MEC es un acuerdo proteccionista que da apoyo estatal a grandes conglomerados depredadores y contaminantes, que seguirán impactando a comunidades mexicanas amenazadas por proyectos de industrias extractivistas -incluidas las del petróleo, el gas y la minería-, como las que están asentadas en el sur-sureste de México.
Un crítico más, José Murat, presidente de la Fundación Colosio, asegura que la entrada en vigor de ese tratado de libre comercio es un paso adelante realmente para consolidar un gran mercado regional e impulsar las economías nacionales, que es la pretensión de López Obrador.
Pero al mismo tiempo, advierte, deja fuera importantes agendas sociales, laborales y de equidad, así como la cláusula de asimetría entre las partes para favorecer a los más débiles, a diferencia de otros instrumentos, como la Unión Europea que sí la toman en cuenta. Por tanto, se trata de un acuerdo que se inscribe en la lógica de la globalización y el debilitamiento de las soberanías nacionales en aras de objetivos para contrarrestar el empuje de otros bloques.
En el ángulo positivo, señala, debe reconocerse a López Obrador que ese acuerdo comercial trae consigo importantes oportunidades de inversión, creación de empleos, competitividad y desarrollo de algunos sectores con vocación exportadora.
Pero Estados Unidos no permitirá que la balanza comercial siga siendo muy favorable para México que tiene un superávit comercial de 81 mil millones de dólares, aun cuando una parte de ella en realidad no sea mexicana sino de empresas estadounidenses que operan desde aquí.
Murat advierte que en el extremo negativo del acuerdo es necesario recordar que con el TLCAN otros sectores, que ya de por sí eran precarios, descendieron más; en el campo, los productores de granos y actividades agropecuarias en general, salvo algunos productos como las hortalizas y el aguacate, para no ir tan lejos. Los subsidios encubiertos de nuestros socios comerciales fueron la clave, una competencia desleal, dice el autor.
Ahora, advierte el analista, se añadieron cláusulas lesivas a la soberanía nacional, como la controvertida figura de los agregados laborales, que proporcionarán información sobre las prácticas de empleo en el país; es decir, el apego o no a los criterios de libre mercado, no siempre compatibles con el espíritu social de la Constitución mexicana.
En suma, recomienda, lejos de festejar la puesta en vigor del T-MEC, los mexicanos, gobierno y sociedad debemos estar alertas para que los aspectos positivos, como la seguridad y el aliento al comercio y la inversión trilateral, prevalezcan sobre los negativos como los riesgos de la soberanía nacional, el colapso del campo, el estatus vejatorio de los trabajadores migratorios y las injerencias en la política laboral que sólo debe competer a los nacionales.
Hay un daño colateral que 26 años de TLCAN provocó, que ha salido a flote ahora con la pandemia de Covid-19 y nunca estuvo en el análisis del costo-beneficio de ese tratado que ahora se renueva, según el académico Luis Hernández Navarro: la obesidad, la diabetes y la hipertensión, entre otras enfermedades, aportadas por la mala nutrición introducida en México debido a una alimentación basada en productos refinados para favorecer la industria de los dos aliados en detrimento de la cocina nacional.
Un estudio publicado por The New York Times señala que «en 2015, los mexicanos compraron en promedio mil 928 calorías de comida empaquetada y bebidas al día -380 calorías más que en Estados Unidos-, más que las personas de cualquier otro país».
Agrega que se debió a que, con la apertura comercial en enero de 1994 y la importación de productos agropecuarios, llegó el desmantelamiento de los precios de garantía, mientras que el tratado profundizó esa liberalización y obligó a pasar de una mera relación comercial a una abigarrada integración subordinada económico-productiva.
La comida chatarra invadió al país y los obesos empezaron a aparecer por cientos de miles, y son los que principalmente están muriendo por la Covid-19, como alerta la Secretaría de Salud.
El TLCAN, señala, propinó un golpe demoledor al cultivo de granos y oleaginosas. México quedó a expensas de las veleidades del mercado mundial. Importó más de 45 por ciento de los alimentos que consume y Estados Unidos provee casi la mitad de ellos.
Aquel tratado, recordó, provocó la pérdida de unos dos millones de empleos agrícolas. Poniendo en riesgo vida y salud, los expulsados de la tierra mexicana marcharon, sin papeles o con ellos, a la nación donde viven 38 millones incluidos los nacidos allá.
La tarea de López Obrador es inmensa pues le tocará aclarar esos temores generados por un tratado insuficientemente explicado y argumentado, y reconstruido sobre los escombros de otro que ocasionó un daño exponencial, el cual no se puede asegurar que haya desaparecido y puede convertir al T-MEC en una navaja muy afilada por sus dos partes.