México, 18 dic (Prensa Latina) Los mexicanos están muy tristes porque este terrible año bisiesto 2020 se apareció con un virus letal que lo priva por primera vez en más de cuatro siglos de sus tradicionales fiestas de posadas.
Las Posadas tienen en México un modo único de celebración por la circunstancia cultural de que mucho antes de que España trajera esa tradición a estas tierras, ya desde épocas precolombinas se realizaba, asombrosamente, un ritual bastante parecido.
Estas son fiestas que comienzan el 16 de diciembre, nueve días antes de la Navidad, cristiana, con nueve rosarios, y terminan el 24, con el nacimiento de Jesús.
Remedan la odisea de José y María, entonces embarazada, camino a Belén desde Nazaret de donde salen el 16 obligados por un edicto de César Augusto de empadronar a todos los judíos para cobrarles impuestos.
El matrimonio no encontró posada donde descansar a pesar de la condición de María, quien parió a Jesús en un establo.
La fiesta en México se cumple hace 433 años con el carácter religioso impuesto y la parodia incluye la solicitud de posada que hizo José, en versos y rimas, o cantadas, y la respuesta de quien se la niega, también en la misma cuerda.
Un ejemplo de solicitud: «En el nombre del cielo, os pido posada/ pues no puede andar, mi esposa amada». La respuesta también es en rima: «Aquí no es mesón, sigan adelante/ no les puedo abrir, no vaya ser un tunante».
Lo curioso es que los aztecas hacían una peregrinación semejante en invierno en noviembre y diciembre (solsticio), para celebrar la llegada de Huitzilopochtli, dios de la guerra y del sol.
El culto era ayunar y ofrecerle sacrificios, se encendían hogueras, quemaban maderas aromáticas y preparaban manjares deliciosos, para que la vida les fuera próspera en el nuevo año. Aunque no exactamente igual, algo así se hace hoy.
Los indígenas caminaban hacia el mictlan donde descansan los muertos, como si fuese un Belén. Allí Huitzilopochtli tomaba su descanso, renacía en forma de colibrí entre el 24 y el 26 de diciembre en los templos de Malinalco.
Cuando esa tradición azteca ya era milenaria, llegaron los españoles con la imposición del catolicismo y las costumbres ancestrales aquellas se fusionaron con las nuevas, y aunque algunas se perdieron, otras como esta pasaron a formar parte del sincretismo prehispánico-colonial que todos conocemos.
Las posadas actuales propiamente dichas comienzan en México con los frailes españoles en el siglo XVI (1587) en el poblado de San Agustín Acolmán, al noroeste de la capital, quienes reviven el camino de María y José buscando posada para que María pueda dar a luz al niño Jesús.
Lo más populoso, y ahora peligroso, de La Posada es que siempre termina en fiesta, cena, baile, canto de villancicos y todo muy animado por el dios alcohol, y el riesgo de contagio por Covid-19 se puede disparar aún más de lo que ya está.
La Iglesia pretende contribuir al no celebrar la Santa Misa que reúne a miles de feligreses, pero seguramente se encenderán luces de bengala, cohetes, piñatas, pero se pide que sea en la intimidad del hogar sin familiares invitados.
El gran atractivo, la piñata, no se hará y si se hace, será medio clandestina, y es lo que más se extrañará.
Una piñata es una obra de arte que se prepara con esmero mucho antes, con barro y papel. Todas tienen la figura de un globo con siete picos, y cada uno de estos representan los pecados capitales bíblicos: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza.
Lo interesante es que los dulces y frutas que la llenan, son símbolos de las bendiciones para quienes atrapen alguno. De ahí la rebatiña por lograr tomar algo de lo que cae cuando la rompen con un palo porque así vencen los pecados y las ofensas cometidas durante el año.